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miércoles, 9 de octubre de 2019

Portugal - Tavira



Ensayos (29)

Para evitar una muerte peor, hay quien es de la opinión de dársela voluntariamente. Demócrito, jefe de los etolios, cuando era llevado prisionero a Roma, halló el medio de escapar por la noche. Mas perseguido por sus guardianes, antes que dejarse prender, se atravesó el cuerpo con la espada.

Antínoo y Teodoto, habiendo sido reducida Epiro, su ciudad, a extrema necesidad por los romanos, aconsejaron al pueblo que se matasen todos; mas habiendo prevalecido la idea de rendirse, fueron a buscar la muerte lanzándose contra los enemigos con la intención de herir y de no cubrirse. Habiendo sido tomada la isla de Gozzo por los turcos, hace algunos años, un siciliano que tenía dos bellas hijas a punto de casarse, matólas con sus propias manos y después a su madre que acudió a su muerte. Hecho esto, saliendo a la calle con una ballesta y un arcabuz, mató de dos disparos a los dos primeros turcos que se acercaron a su puerta y seguidamente empuñando la espada, fue a mezclarse furiosamente entre el enemigo siendo envuelto repentinamente y destrozado, salvándose así de la esclavitud después de haber librado a los suyos.

Podemos leer en la Biblia que habiendo enviado Nicanor, perseguidor de la ley de Dios, a sus secuaces para prender al buen anciano de Rasias, apodado padre de los judíos por el honor de su virtud, como no viera este buen hombre otra salida, habiendo sido quemada su puerta y estando sus enemigos a punto de prenderlo, prefiriendo morir generosamente antes que caer en manos de los perversos y dejarse tratar como un perro contra la dignidad de su rango, clavóse la espada; mas con las prisas, no habiendo asestado bien la estocada, corrió a arrojarse desde lo alto de un muro, en medio de la tropa, y al apartarse ésta y dejarle sitio, cayó justamente de cabeza. A pesar de ello, sintiendo aún algún aliento de vida, reanimó su valor y poniéndose en pie, ensangrentado y lleno de golpes, pasando a través de la multitud, llegó hasta una roca cortada y desprendida, en la cual, sin poder más, agarróse con dos manos las entrañas por una de sus heridas y desgarrándolas y estrujándolas, arrojólas entre sus perseguidores al tiempo que clamaba y pedía contra ellos venganza divina.

Lamento que no conociera para mezclarlo con sus cuentos, la ingeniosa frase que oí en Tolosa de labios de una mujer que había pasado por las manos de varios soldados: ¡Alabado sea Dios, decía, al menos por una vez en la vida, heme saciado sin pecar!

Habiendo descubierto Augusto que había revelado un importante secreto que le había confiado, una mañana en que le fue a ver, hízole una escena. Volvióse a su casa lleno de desesperación; y dijo tristemente a su mujer que habiendo caído en aquella desgracia, había resuelto matarse. Díjole ella con la mayor franqueza: Harás bien, dado que aun habiendo padecido a menudo la incontinencia de mi lengua, no te has guardado del mismo defecto. Mas deja que me mate yo primero. Y sin más palabras clavóse una espada en el cuerpo.

Vibio Virius, desesperado de poder salvar a su ciudad sitiada por los romanos y de alcanzar misericordia de éstos, en la última deliberación del senado, tras muchas observaciones hechas a este fin, concluyó que lo más hermoso era escapar del destino por propia mano. Honraríanles los enemigos y sentiría Aníbal cuán fieles eran los amigos a los que había abandonado. Invitando a aquellos que aprobasen su idea a ir a disfrutar de una buena cena que se había preparado en su casa, donde tras haber comido bien, beberían juntos lo que les iban a presentar: brebaje que librará a nuestros cuerpos de los tormentos, a nuestras almas de las injurias, a nuestros ojos y oídos del padecimiento de tantos males acerbos como han de sufrir los vencidos de los vencedores, muy crueles y ofendidos, decía. He dado orden para que haya personas capaces de echamos a una hoguera delante de mi puerta, cuando hayamos expirado. Hubo bastantes que aprobaron aquella alta resolución, pocos le imitaron. Siguiéronle veintisiete senadores y tras haber intentado ahogar en vino aquella triste idea, terminaron la comida con aquel manjar mortal; y abrazándose entre ellos tras deplorar en común la desgracia de su país, algunos retiráronse a sus casas, otros quedáronse allí para ser sepultados en el fuego de Vibio, con él. Y tuvieron todos tan larga agonía, al haber ocupado las venas los vapores del vino retrasando así el efecto del veneno, que a algunos faltóles una hora para ver a los enemigos en Capua que fue arrasada al día siguiente y para padecer las miserias de las que habían huido de manera tan cara. Otro ciudadano, Taúrea Juvelio, habiendo llamado orgullosamente por su nombre al cónsul Fulvio que volvía de la vergonzosa carnicería que había hecho con doscientos veinticinco senadores, lo detuvo y díjole: Ordena que me maten también a mí, como a tantos otros, para que puedas jactarte de haber dado muerte a un hombre mucho más valiente que tú. Al tratarle Fulvio como a un loco (pues además acababa de recibir cartas de Roma opuestas a su inhumana ejecución, que le ataban las manos), Juvelio prosiguió. Puesto que habiendo sido tomado mi país, asesinados mis amigos y habiendo matado con mis propias manos a mi mujer y a mis hijos para librados de la desolación de esta ruina, se me impide morir de la misma manera que mis conciudadanos, tomemos de la virtud venganza de esta vida odiosa. Y sacando un puñal que tenía oculto, atravesóse el pecho cayendo de espaldas muerto a los pies del cónsul.

Montaigne, Michel de