Ensayos (26)
El papa Bonifacio VIII llegó a su cargo, según dicen, como un zorro, portóse en él como un león y murió como un perro. ¿Y quién podría creer que fuese Nerón, aquella auténtica imagen de la crueldad, quien respondiera cuando le dieron a firmar, como era habitual, la sentencia de un criminal condenado: «¡Ojalá jamás hubiera aprendido a escribir!», de tanto como se le encogía el corazón al condenar a muerte a un hombre?
Lo que solemos hacer es seguir las inclinaciones de nuestro apetito, a derecha, a izquierda, hacia arriba, hacia abajo, según nos empujen los vientos de las circunstancias. Sólo pensamos lo que queremos, en el preciso instante en que lo queremos, y cambiamos como ese animal que adopta el color del lugar donde lo ponen. Lo que propusimos antes, lo cambiamos al momento, y al momento volvemos de nuevo sobre nuestros pasos; no hay más que agitación e inconstancia, Ducimur ut nervis alienis mobile lignum. («Nos dejamos llevar por manos ajenas, como muñecos de trapo.» (Horacio. Sátiras, II. VII. 82).) No vamos, nos arrastran, como a las cosas que flotan.
Como dice el cuento: Por bello y apuesto que seáis, cuando fracaséis en vuestra empresa, no saquéis de inmediato como conclusión la inviolable castidad de vuestra amada; no puede asegurarse que el arriero no halle ocasión propicia.
Antígono, habiendo tomado afecto a uno de sus soldados por su valor y bravura, ordenó a sus médicos le curasen de una larga e interna enfermedad que le había atormentado durante mucho tiempo; y al percatarse tras la curación de que iba al combate con mayor frialdad, preguntóle quien le había hecho cambiar y acobardarse así: Vos mismo, sire, respondióle, al haberme librado de los males por los que no apreciaba la vida. El soldado de Lúculo, habiendo sido despojado por los enemigos, llevó a cabo una hermosa hazaña contra ellos para vengarse: Cuando se hubo resarcido de su pérdida, habiéndose formado Lúculo buena opinión de él, impulsábale a cierta arriesgada empresa mediante las más hermosas recomendaciones que ocurrírsele podían.
Encargádsela, respondió él, a algún mísero soldado expoliado, y negóse rotundamente a ir.
Todas las contradicciones se dan en mí alguna vez y de alguna forma. Vergonzoso, insolente; casto, lujurioso; charlatán, taciturno; duro, delicado; ingenioso, atontado; iracundo, bondadoso; mentiroso, sincero; sabio, ignorante, y liberal, y avaro, y pródigo, todo ello véolo en mí a veces, según qué giro tome; y cualquiera que se estudie bien atentamente, hallará en sí mismo e incluso en su propio entendimiento, esta volubilidad y discordancia. Nada puedo decir de mí, de forma total, entera y sólida, sin confusión ni mezcla, ni en una palabra. «Distingo» es el término más universal de mi lógica.
Estamos todos hechos de retazos y somos de constitución tan informe y diversa que cada pieza, a cada momento, juega su papel. Y existe tanta diferencia entre uno y uno mismo, como entre uno y los demás. «Magnam rem puta unum hominem.agere». Puesto que la ambición puede enseñar a los hombres el valor, la templaza, la liberalidad e incluso la justicia; puesto que la avaricia puede inspirar en el corazón de un hortera criado en la sombra y en la ociosidad, la resolución de lanzarse tan lejos del hogar doméstico, a merced de las olas y de un Neptuno airado, en una frágil embarcación, y enseña también discreción y prudencia; y puesto que incluso Venus proporciona firmeza y osadía a la juventud sometida aún a la disciplina y a la vara y arma el tierno corazón de las doncellas que aún están en el regazo materno, no es propio de sentados juicios el juzgarnos simplemente por nuestros actos externos; es preciso sondear hasta el fondo y ver qué resortes producen el movimiento; mas como es azarosa y elevada empresa, desearía que menos gentes se metieran en ella.
Montaigne, Michel de