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domingo, 27 de octubre de 2019

La pintura del mar






Ensayos (38)

A mucha sabiduría, mucho pesar; y quien gana en ciencia gana en penas y tormento.

«Si no sabes vivir rectamente, cede el lugar al experto; ¡ya has jugado, comido y bebido bastante!, ya es hora de que te vayas antes de que, habiendo bebido más de lo razonable, le des motivo a la impetuosa juventud de reírse de ti y de expulsarte» (Horacio, Epístolas, II. II. 213).

Es lo que decía un senador romano de los últimos siglos, que a sus predecesores les apestaba el aliento a ajo y tenían el corazón almizclado por su buena conciencia; y que por el contrario los de su época no olían por fuera más que a perfume mientras que por dentro apestaban por toda suerte de vicios; es decir, lo que yo pienso, que tenían mucho saber e inteligencia y gran falta de honestidad. La tosquedad, la ignorancia, la simpleza, la rudeza, a menudo van acompañadas por la inocencia; la curiosidad, la sutileza, el saber, arrastran tras de sí la maldad; la humildad, el temor, la obediencia, la bondad (que son aspectos principales para la conservación de la sociedad humana) exigen un alma vacía, dócil y que presuma poco de sí misma.

«¡El Señor sabe que los pensamientos de los hombres son vanos!» (Salmos, XCIII. 11). Esta máxima estaba asimismo grabada en la biblioteca de Montaigne.

Demócrito, habiendo comido en la mesa unos higos que sabían a miel, comenzó al punto a rebuscar en su mente de qué les vendría aquella dulzura inusitada, y, para aclararlo, iba a levantarse de la mesa para ver el lugar en el que aquellos higos habían sido recogidos; su camarera, comprendiendo la causa de aquella agitación, díjole riendo que no se tomara tanto trabajo pues era que los había puesto en un tarro en el que había habido miel. Enojóse él porque le hubiera privado de la ocasión de aquella investigación y robado materia a su curiosidad: Ea, díjole, me has disgustado; no dejaré sin embargo de buscar la causa como si fuera natural. Y no quiso dejar de hallar alguna razón verdadera a un hecho falso y supuesto. Esta historia de un famoso y gran filósofo nos muestra bien claramente esa celosa pasión que nos ocupa en perseguir cosas de cuya conquista hemos desesperado. 

Más vale aprender cosas inútiles que nada.  (Séneca. Epístolas. Cartas, 88)

Los egipcios, con impúdica prudencia, prohibían so pena de ser ahorcado, decir que Serapis e Isis, sus dioses, hubiesen sido hombres alguna vez; y nadie ignoraba que lo hubiesen sido. Y la efigie que estaba representada con un dedo en la boca, significaba, según Varrón, esa misteriosa orden que tenían los sacerdotes de callar su origen mortal, por ser cosa que necesariamente anularía toda su veneración.

Cuando Mahoma promete a los suyos un paraíso tapizado y adornado de oro y pedrería, poblado de mujeres de excelsa belleza, de vinos y manjares singulares, veo con claridad que son unos burlones que se pliegan a nuestra necedad para engatusarnos y atraernos con esas ideas y esperanzas conformes a nuestro mortal apetito. Así, algunos de los nuestros cayeron en igual error, prometiéndose tras la resurrección una vida terrenal y temporal, acompañada de toda suerte de placeres y bienes mundanos. 

Montaigne, Michel de