Ensayos (34)
¿Por qué no, al igual que nuestros mudos discuten, disputan y cuentan historias por gestos? He visto a algunos tan hábiles y hechos a ello que en verdad que nada les faltaba para hacerse entender a la perfección; enójanse, reconcílianse, suplícanse, agradécense, cítanse y en resumen, dícense todo con los ojos los enamorados: El silentio ancor suole haver prieghi e parole. («Incluso el silencio sabe hacerse entender.» (Tasso, Aminta, II. 34).).
¿Por qué no, al igual que nuestros mudos discuten, disputan y cuentan historias por gestos? He visto a algunos tan hábiles y hechos a ello que en verdad que nada les faltaba para hacerse entender a la perfección; enójanse, reconcílianse, suplícanse, agradécense, cítanse y en resumen, dícense todo con los ojos los enamorados: El silentio ancor suole haver prieghi e parole. («Incluso el silencio sabe hacerse entender.» (Tasso, Aminta, II. 34).).
¿Y qué me decís de las manos? Con ellas pedimos, prometemos, llamamos, despedimos, amenazamos, suplicamos, negamos, rechazamos, preguntamos, admiramos, enumeramos, confesamos, nos arrepentimos, tememos, nos avergonzamos, dudamos, informamos, ordenamos, incitamos, animamos, juramos, atestiguamos, acusamos, condenamos, absolvemos, injuriamos, despreciamos, desafiamos, nos enojamos, halagamos, aplaudimos, bendecimos, humillamos, nos burlamos, nos reconciliamos, aconsejamos, exaltamos, celebramos, nos regocijamos, compadecemos, nos entristecemos, nos desanimamos, nos desesperamos, nos asombramos, nos escandalizamos, callamos; ¿y con qué no? Todo emula a la lengua por su variación y multiplicación. Con la cabeza: invitamos, expulsamos, autorizamos, desautorizamos, desmentimos, asentimos, honramos, veneramos, desdeñamos, pedimos, despedimos, nos alegramos, lamentamos, acariciamos, disputamos, sometemos, provocamos, exhortamos, amenazamos, aseguramos, preguntamos. ¿Y qué hay de las cejas? ¿Y de los hombros? No hay movimiento que no hable un lenguaje inteligible sin aprendizaje y un lenguaje público: lo que hace que, dada la variedad y el uso particular de los otros, éste debe ser considerado como propio de la naturaleza humana. Dejo aparte aquello que individualmente de pronto enseña la necesidad a cuantos lo necesitan, los alfabetos de los dedos y las gramáticas de gestos, y las ciencias que sólo se ejercen y expresan mediante éstos y las naciones de las que Plinio cuenta no tener otra lengua.
Un embajador de la ciudad de Abdera, tras hablar largo y tendido con el rey Agis de Esparta, preguntóle: ¿Y bien, señor, qué respuesta quieres que lleve a nuestros ciudadanos? Que te he dejado decir todo cuanto has querido y mientras has querido, sin decir palabra. ¿No es éste un callar expresivo y bien inteligible?
Por ello, ¿no haríamos bien considerando que al zorro del que se sirven los habitantes de Tracia cuando quieren intentar pasar algún río helado por encima del hielo, soltándolo ante ellos a ese efecto, cuando le vemos al borde del agua acercar la oreja muy cerca del hielo por ver si oye sonar el agua que corre por debajo, a mucha o a poca distancia, y retroceder o avanzar, se le pasa por la cabeza el mismo razonamiento que pasaría por la nuestra, y que se trata de una deducción y consecuencia sacada del sentido común: lo que hace ruido, se mueve; lo que se mueve, no está helado; lo que no está helado, está líquido y lo que está líquido no resiste el peso? Pues es una quimera y no nos puede caber en la imaginación el atribuido únicamente a la agudeza del sentido del oído sin más razonamiento ni deducción. Lo mismo hemos de considerar sobre tantas astucias y ocurrencias con las que se protegen los animales de los ataques que contra ellos llevamos a cabo.
Diógenes, viendo cómo se esforzaban sus padres por comprar su libertad, decía: Están locos; el que me mantiene y alimenta es quien me sirve a mí; y se ha de decir de aquellos que mantienen a los animales, que están a su servicio más que éstos al suyo.
¿Por qué decimos que es ciencia del hombre y conocimiento forjado mediante la habilidad y la razón, el discernir las cosas útiles para su vida y para la curación de sus enfermedades, de las que no lo son; y el conocer el poder del ruibarbo y del polipodio? Y cuando vemos cómo las cabras de Candía, si han recibido un flechazo, van a elegir entre un millón de hierbas el díctamo, para curarse; y cómo la tortuga cuando se ha comido una víbora busca de inmediato el orégano para purgarse; cómo el dragón se moja y aclara los ojos con hinojo; cómo las cigüeñas se ponen ellas mismas lavativas de agua marina; cómo los elefantes se arrancan no sólo de sus propios cuerpos y de los de sus compañeros, sino de los de sus amos (prueba de ello, el del rey Poro al que Alejandro mató), las lanzas y los dardos que les han lanzado en el combate, y lo hacen tan hábilmente que no sabríamos nosotros hacerlo con tan poco dolor: ¿por qué no decimos igualmente que es ciencia y sentido común? pues alegar, para rebajados, que sólo lo saben por enseñanza e influencia de la naturaleza, no es quitarles el título de ciencia y de prudencia, sino atribuírselo con mayor razón que a nosotros, por el honor de tan sabia maestra de escuela.
Montaigne, Michel de