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sábado, 5 de octubre de 2019

Portugal - Rota do Românico do Vale do Sousa





Ensayos (27)

Y aquello que me contó una dama a la que honro y estimo particularmente, que cerca de Burdeos, hacia Castres, donde está su casa, una mujer de pueblo, viuda, de casta reputación, al abrigar las primeras sospechas de embarazo, decía a sus vecinas que si hubiera tenido marido habría creído estar encinta. Mas al ir creciendo día a día la probabilidad de esa sospecha hasta llegar al fin a la evidencia, decidió hacer anunciar desde el púlpito de la iglesia, que prometía perdonar a quien fuera responsable de aquel hecho, si lo confesaba, y casarse con él si lo estimaba conveniente. Un joven labriego, criado suyo, envalentonado por aquella proclamación, declaró haberla encontrado, un día de fiesta en el que había tomado demasiado vino, dormida tan profundamente cerca de su hogar y tan indecentemente que pudo aprovecharse de ella sin despertarla. Aún hoy siguen casados y viven juntos.

Todo lo sabio que se quiera, mas hombre al fin y al cabo: ¿hay algo más caduco, más miserable y más insignificante?

Dice Aristóteles que ningún alma excelsa está exenta de cierta dosis de locura.

Preguntaban a Agis cómo podría un hombre ser libre: Despreciando el morir dijo él. 

Aquel niño lacedemonio secuestrado por Antígono y vendido como esclavo, el cual, apremiado por su amo para que se entregara a cierto servicio abyecto, dijo: Vas a ver a quien has comprado; vergüenza sería para mí el servir, teniendo la libertad tan a mano. Y diciendo esto arrojóse desde lo alto de la casa. Al amenazar violentamente Antipatro a los lacedemonios para forzarlos a una exigencia suya, éstos respondieron: Si nos amenazas con algo peor que la muerte, preferiremos morir. Y habiéndoles dicho por escrito Filipo que impediría todas sus empresas, contestaron: ¡Cómo! ¿También nos impedirás morir?  

Sólo ha inventado una entrada para la vida y mas cien mil salidas. 

«La muerte está por todas partes: Dios vela sobre ello. Cualquiera puede quitarle la vida a otro, pero ninguno la muerte: Mil caminos nos conducen a ella.» (Séneca, Tebaida, I. I. 151).

Montaigne, Michel de