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domingo, 1 de septiembre de 2019

Museu del Disseny


Ensayos (10)

Pasando a Vitry-le-François, pude ver a un hombre al que el obispo de Soissons había llamado Germain en la confirmación, al que todos los habitantes de allí han visto y conocido como doncella llamada María hasta la edad de veintidós años. Era en aquel entonces un viejo barbudo y soltero. Al hacer, según dijo, un esfuerzo saltando, nacieron sus miembros viriles; y aún acostumbran a cantar las mozas de allí una canción con la que se aconsejan entre ellas no dar grandes zancadas, no vayan a volverse mozos como María Germain. No es tan extraño que esta clase de hechos se den con frecuencia; pues si la imaginación puede algo en tales cosas, está tan continua y vigorosamente apegada a ese tema que le tiene más cuenta incorporar de una vez por todas esa parte viril a las mozas para no tener que recaer tan a menudo en el mismo pensamiento y acritud de deseo.

Unos atribuyen a la violencia de la imaginación, las cicatrices del rey Dagoberto y de San Francisco. Dicen que a veces levántanse los cuerpos de su sitio. Y cuenta Celso de un religioso al que se le arrebataba el alma en éxtasis tal que su cuerpo permanecía largo tiempo sin respirar ni sentir. Cita San Agustín a otro que con sólo oír quejidos y lamentos, desfallecía bruscamente y poníase tan fuera de sí que en vano lo agitaban, le gritaban, le pellizcaban y le ponían grilletes hasta que volvía en sí; entonces decía haber oído voces mas como si vinieran de lejos y percatábase de sus heridas y magulladuras. Y que no era obstinación voluntaria contra su sentir, demostrábalo el hecho de que mientras tanto carecía de pulso y de aliento.

Una mujer, pensando haberse tragado un alfiler con el pan, chillaba y atormentábase como si tuviera dolor insoportable en la garganta donde creía tenerlo detenido; mas como no había por fuera hinchazón ni alteración, un hombre astuto pensando que no eran más que fantasías e ideas provocadas por algún pedazo de pan que le había pinchado al pasar, hízola vomitar y lanzó a escondidas un alfiler torcido en lo que había devuelto. Esta mujer, creyendo que lo había devuelto, sintióse súbitamente liberada de su dolor. Sé de un caballero que habiendo tenido en su casa buena compañía, jactóse tres o cuatro días después, por broma (pues no era verdad) de haberles hecho comer carne de gato: con lo que a una doncella del grupo acometióle tal horror que cayendo postrada con fiebre y grandes desarreglos de estómago, fue imposible salvarla. Los propios animales vense como nosotros sujetos al poder de la imaginación; prueba de ello, los perros que se dejan morir de duelo por la pérdida de sus amos. Vemos también cómo gruñen y se agitan en sueños; y cómo los caballos relinchan y se debaten.

Y fuele presentada a Carlos, rey de Bohemia y emperador, una hija de cerca de Pisa, velluda y erizada de la que su madre decía que había sido así concebida a causa de una imagen de San Juan Bautista colgada sobre la cama. Ocurre lo mismo con los animales; prueba de ello, las ovejas de Jacob y las perdices y las liebres a las que blanquea la nieve en las montañas. Últimamente vieron en casa a un gato que acechaba a un pájaro en lo alto de un árbol, y habiendo clavado las miradas fijas uno contra otro, durante algún espacio de tiempo, dejóse caer el pájaro como muerto entre las garras del gato, enajenado por su propia imaginación o movido por alguna fuerza de atracción del gato. Los que gustan de la cetrería habrán oído contar la historia del halconero que apostaba a que fijando obstinadamente la mirada en un milano que en el aire estaba, con sólo la fuerza de su mirada, hacíale bajar; y conseguíalo, según dicen. Pues los cuentos que tomo prestados, cárgolos sobre la conciencia de aquellos de quien los tomo.

Montaigne, Michel de