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jueves, 5 de septiembre de 2019

El ahorro es la respuesta


Ensayos (12)

En una misma nación ponen las vírgenes al descubierto sus partes vergonzosas, mientras las casadas las cubren y esconden cuidadosamente. Costumbre relacionada con ésta de otro lugar: la castidad sólo se valora para el interés del matrimonio, pues las solteras pueden abandonarse a placer y si quedan encintas, abortar con propias medicinas sin ocultárselo a nadie. Y en otro lugar, si es un comerciante el que se casa, todos los comerciantes invitados a la boda se acuestan con la esposa antes que él; y cuantos más hay, mayor honor y reputación de firmeza y capacidad gana ella; si un oficial se casa, ocurre lo mismo; lo mismo si es un noble; y así para los demás; excepto si es un campesino o alguien del pueblo bajo: pues entonces corresponde al señor el hacerlo; y, sin embargo, no dejan por ello de recomendar estricta lealtad en el matrimonio. Hay lugares donde existen burdeles públicos de varones e incluso de matrimonios. Donde las mujeres van a la guerra junto a sus maridos y ocupan puesto no sólo en el combate sino en el mando. Donde no sólo se llevan anillos en la nariz, en los labios, en las mejillas y en los dedos de los pies, sino varas de oro muy pesadas, en los pezones y en las nalgas. Donde al comer se limpian las manos en los muslos y en la bolsa de los genitales y en la planta de los pies. Donde los hijos no son herederos sino los hermanos y sobrinos, y en algunos lugares, sólo los sobrinos; excepto en la sucesión del príncipe. Donde para regular la comunidad de bienes que se observa, algunos magistrados soberanos tienen a su cargo el cultivo de las tierras y el reparto de los frutos según las necesidades de cada cual. Donde se llora la muerte de los niños y se festeja la de los ancianos. Donde se acuestan juntos en la cama diez o doce con sus mujeres. Donde las mujeres que pierden a sus maridos de muerte violenta pueden volverse a casar y no así las otras. Donde la condición de la mujer está tan mal considerada que matan a las hembras que allí nacen y compran mujeres a los vecinos para la ocasión. Donde los maridos pueden repudiar sin alegar motivo alguno y las mujeres no, fuere cual fuere el motivo. Donde los maridos tienen derecho a venderlas si son estériles. Donde cuecen el cuerpo del difunto picándolo hasta que se forma una especie de papilla que mezclan con el vino para beberla. Donde la sepultura más deseable es ser pasto de los perros, y en otros, de los pájaros. Donde creen que las almas felices viven en plena libertad en amenos campos provistos de todos los placeres y que son ellas las que producen el eco que oímos. Donde combaten en el agua y disparan los arcos con seguridad mientras nadan. Donde como señal de sumisión, ha de encogerse de hombros y bajar la cabeza y descalzarse cuando entran en la morada del rey. Donde los eunucos que guardan a las mujeres de religión, carecen de nariz y de labios para que no puedan ser amados; y los sacerdotes se sacan los ojos para abordar a los diablos y recibir los oráculos. Donde cada cual hace un dios de lo que le place, el cazador, de un león o de un zorro, el pescador de algún pez, e ídolos, de cada acción o sentimiento humano; el sol, la luna, y la tierra son los dioses principales; la manera de jurar es tocar la tierra mirando al sol; y comen la carne y el pescado crudos. Donde la promesa más solemne consiste en jurar por el nombre de algún difunto que haya tenido buena reputación en el país, al tiempo que se toca su tumba con la mano. Donde el fuego es el obsequio anual que el rey envía a sus príncipes vasallos; al llegar el embajador que lo lleva, apagan el antiguo fuego por toda la casa; y el pueblo del príncipe ha de ir a tomar de este nuevo fuego para sí, so pena de crimen de lesa majestad. Donde, cuando el rey para entregarse por entero a la religión (como hacen a menudo) deja su cargo, su primer sucesor se ve obligado a hacer lo mismo y el derecho al trono pasa al tercer sucesor. Donde cambian la forma de gobierno según lo requieran los asuntos; destronan al rey cuando les parece bien y lo sustituyen por los ancianos para gobernar el Estado; y déjanlo a veces también en manos de la comuna. Donde circuncidan y bautizan por igual a hombres y a mujeres. Donde hacen noble al soldado que presenta al rey las cabezas de siete enemigos, tras uno o más combates. Donde viven con la creencia tan rara e incivilizada de la mortalidad de las almas. Donde las mujeres dan a luz sin queja ni pavor. Donde las mujeres llevan en una y otra pierna, grebas de cobre; y si las pica un piojo, hácense un deber de magnanimidad de morderle a su vez; y no osan casarse sin haberle ofrecido antes al rey su virginidad. Donde se saluda poniendo un dedo en el suelo y alzándolo luego hacia el cielo. Donde los hombres llevan la carga sobre la cabeza y las mujeres sobre los hombros; ellas orinan de pie y ellos agachados. Donde envían sangre propia en señal de amistad y derraman incienso sobre los hombres a los que quieren honrar, como a los dioses. Donde el parentesco en el matrimonio no está permitido ni en cuarto grado ni en ningún otro más alejado. Donde se amamanta a los niños hasta los cuatro años y a menudo hasta los doce; y allí mismo consideran mortal el dar de mamar al niño el primer día. Donde los padres tienen a su cargo el castigo de los varones y las madres, aparte, el de las hembras; y consiste el castigo en ahumarlos colgados por los pies. Donde circuncidan a las mujeres. Donde se comen toda clase de hierbas sin otro cuidado que rechazar aquéllas que les parecen de mal olor. Donde todo está abierto; y las casas, por hermosas y ricas que sean, carecen de puerta, ventana o cofre que cierre; y castigan a los ladrones doblemente que en otra parte. Donde matan los piojos con los dientes como los monos, pareciéndoles horrible aplastarlos con las uñas. Donde no se cortan en toda la vida ni pelo ni uñas; en otros lugares sólo se cortan las uñas de la derecha, y conservan las de la izquierda por elegancia. Donde conservan todo el pelo del lado derecho del cuerpo cuan largo puede crecer y se afeitan el pelo del otro lado. Y en provincias vecinas, en una conservan el pelo de delante, en otras el de detrás y se afeitan el contrario. Donde los padres prestan a sus hijas y los maridos a sus mujeres para que gocen de ellas sus huéspedes, mediante pago. Donde se puede honestamente, hacerle un hijo a la propia madre y los padres pueden mezclarse con sus hijas y sus hijos. Donde en las asambleas de los festines, unos y otros intercámbianse a los hijos. Aquí se vive de carne humana; allá es obra de caridad matar al padre a cierta edad; en otro lugar ordenan los padres, de los hijos que aún están en el vientre de la madre, los que quieren que sean alimentados y conservados y los que quieren que se abandone y se mate; en otros, los maridos viejos prestan sus mujeres a los jóvenes para que gocen de ellas; y en otros, son comunes sin pecado; incluso en cierto país, llevan como marca de honor tantas ricas bodas cosidas al borde de sus vestidos como varones han conocido. ¿Acaso no ha hecho también la costumbre, cosa pública de parte de las mujeres? ¿No les ha puesto armas en la mano? ¿Y hecho levantar ejércitos y librar batallas? ¿Y no enseña a las gentes más comunes y vulgares, con su simple autoridad, lo que toda la filosofía no puede inculcar en las más sabias cabezas? Pues sabemos de naciones enteras donde no sólo se despreciaba la muerte sino que se la festejaba; donde los niños de siete años soportaban que los azotasen hasta la muerte sin cambiar el semblante; donde tanto se despreciaba la riqueza que el ciudadano más pobre de la ciudad no se habría dignado bajar el brazo para recoger una bolsa de escudos. Y sabemos de regiones muy fértiles en toda clase de víveres, donde, sin embargo, los manjares más corrientes y sabrosos eran el pan, el mastuerzo y el agua. ¿No hizo también en Chío, el milagro de que durante setecientos años no se supiera de mujer o hija que hubiese mancillado su honor?
En resumen, en mi opinión, nada hay que no haga o pueda (la costumbre); y con razón la llama Píndaro, según me han dicho, reina y emperadora del mundo.

Montaigne, Michel de