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viernes, 13 de septiembre de 2019

Faros del mundo II



Ensayos (16)

«¿Qué es, en efecto, este amor de amistad? ¿Por qué no amamos ni a un joven feo, ni a un guapo anciano?» (Cicerón, Tusculanas, IV. 33).

Si me obligan a decir por qué le quería, siento que sólo puedo expresarlo contestando: Porque era él; porque era yo.

Nos buscábamos antes de habernos visto y por los relatos que oíamos el uno del otro, nos abrazábamos con nuestros nombres. 

«El amor es un intento de obtener la amistad del que nos atrae por su belleza» (Cicerón, Tusculanas, IV. 34).

Amadlo, decía Kilom, como si algún día hubieseis de odiarlo; odiadlo como si hubieseis de amarlo.

¡Ay amigos míos! ¡No existe amigo alguno!

El corintio Eudámidas tenía dos amigos: Charixeno, sicionio y Areteo, corintio. Al ir a morir, siendo él pobre y ricos sus dos amigos, hizo de esta forma su testamento: Lego a Areteo el alimentar a mi madre y el mantenerla en su vejez; a Charixeno el casar a mi hija dándole la dote mayor que pueda; y en caso de que fallezca uno de los dos, sustitúyolo en lo que a su parte se refiere, por el que sobreviva. Los que vieron primero este testamento, burláronse de él; mas habiéndose enterado sus herederos, aceptáronlo con singular contento. Y cinco días después, al morir uno de ellos, Charixeno, abierta la sustitución en favor de Areteo, éste alimentó cariñosamente a la madre; y de los cinco talentos que poseía, diole dos y medio como dote a su única hija y dos y medio como dote a la hija de Eudámidas, cuyas bodas realizó el mismo día. 

La amistad única y principal libera de todo otro deber. 

Y me hacen apreciar vivamente la respuesta de aquel joven soldado a Ciro cuando le preguntaba por cuánto querría dar un caballo con el que acababa de ganar el premio de una carrera, y si lo querría cambiar por un reino: No por cierto, señor; mas muy gustosamente daríalo por conseguir un amigo, si hallase hombre digno de tal alianza.

Al igual que aquél al que otro encontró a caballo de un palo jugando con sus hijos, rogó al hombre que le había sorprendido que nada dijera hasta haber sido padre él también, por estimar que la pasión que entonces nacería en su alma, haríale juez equitativo de tal acción, desearía yo hablar a gentes que hubieran probado cuanto digo.

Ya no me es posible gozar de ningún placer, ahora que ya no está aquél con quien todo compartía. (Terencio, Heautontimorumenos, I. I. 97).

Los reyes de Persia hacíanse acompañar por sus mujeres durante los festines: mas cuando el vino los acaloraba totalmente debiendo dar rienda suelta a la voluptuosidad, enviábanlas a sus aposentos privados para no hacerlas partícipes de sus apetitos, haciendo venir en su lugar a mujeres a las que no debieran ese respeto.

Montaigne, Michel de