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viernes, 27 de septiembre de 2019

Biblioteca Juan Oliva








Ensayos (23)

Hallábanse muchos reunidos por la discusión de un señor contra otro, el cual tenía realmente alguna prerrogativa de títulos y alianzas, por encima de la nobleza común. A propósito de esta prerrogativa, todos alegaban, queriendo igualarse con él, ya un origen, ya otro, ya el parecido del nombre, ya el del escudo, ya un antiguo documento de la casa; y el más ínfimo resultaba ser bisnieto de algún rey de ultramar. Cuando llegó la hora de cenar, éste, en lugar de tomar asiento, retrocedió con profundas reverencias suplicando le disculpara la asistencia por haber osado vivir hasta entonces con ellos como su igual: y dijo que al haberse enterado recientemente de sus viejas dignidades, empezaba a respetarlos según sus rangos y que no le correspondía sentarse entre tantos príncipes. Tras representar esta farsa, díjoles mil injurias: Contentáos, por Dios, con lo que nuestros padres se contentaron y con lo que somos; nos basta con lo que somos si lo sabemos llevar honrosamente; no despreciemos la fortuna y condición de nuestros ancestros y apartemos esas necias fantasías que no pueden faltar a quienquiera que tenga la impudicia de alegarlas.

¿Quién impide que se llame mi palafrenero, Pompeyo el Grande? 

Siempre se puede hablar de todo a favor y en contra.

En la batalla de Farsalia, entre otros reproches que se le hacen a Pompeyo, está el de haber mantenido a su ejército parado y a pie firme, a la espera del enemigo; porque esto (tomaré las propias palabras de Plutarco que valen más que las mías) «debilita la fuerza que a los primeros golpes da el correr, y al mismo tiempo priva a los combatientes del impulso de unos contra otros que acostumbra a llenarlos de ímpetu y de furor más que cualquier otra cosa cuando llegan a chocar con vigor entre ellos, aumentándoles el valor con los gritos y la carrera, y por así decirlo, enfría y paraliza el ardor de los soldados». Esto es lo que dice por ese lado; mas si César hubiera perdido, ¿quién no habría podido decir igualmente que por el contrario el asentamiento más fuerte y sólido es aquél en el que uno se mantiene firme sin moverse y que aquél que está parado ahorrando y guardando fuerzas en sí mismo para cuando las necesite, tiene gran ventaja sobre el que está ya agotado por haber consumido durante la carrera la mitad del aliento? Aparte de que siendo el ejército un cuerpo formado por tan diversas partes, es imposible que esa furia lo conmueva con tan justo movimiento que no altere ni rompa su orden y que el más dispuesto no se enfrente antes de que su compañero le socorra. En aquella fea batalla de los dos hermanos persas, el lacedemonio Clearco que mandaba a los griegos del partido de Ciro, llevólos hábilmente a la carga sin apresurarse; mas a unos cincuenta pasos, púsolos a la carrera, esperando conservar el orden y las fuerzas, por la brevedad del espacio, dándoles, sin embargo, la ventaja del ímpetu de sus cuerpos y de sus lanzas. Otros zanjaron esta duda de su ejército, de la manera siguiente: si el enemigo se os echa encima, esperadle a pie firme; si os espera a pie firme, echáosle encima.

Que el que pone la mesa es el que más gasta, que hay más alegría en atacar que en defender.

César también tenía otro (caballo) que tenía los pies de delante como un hombre, con la uña cortada en forma de dedos, al que sólo César pudo montar y domar, dedicando su estatua tras su muerte a la diosa Venus.

Los de Creta, sitiados por Metelo, llegaron a tal escasez de bebida que hubieron de usar la orina de sus caballos.

En Rusia, el ejército enviado allí por el emperador Bayaceto, fue atacado por tal aluvión de nieve que para ponerse a cubierto y salvarse del frío, muchos decidieron matar y destripar a los caballos, lanzándose dentro de ellos para aprovechar aquel calor vital.

Alejandro combatió contra una nación dahae; iban a la guerra de a dos, armados y a caballo, mas en la lucha, uno de ellos bajaba a tierra; y combatían ora a pie, ora a caballo, uno tras otro.

Y para suplicar o saludar a un grande, tocábanse las rodillas. El filósofo Pasicles, hermano de Crates, en vez de llevarse la mano a la rodilla, dejósela en los genitales. Al  rechazarle rudamente aquél al que se dirigía, dijo: ¿Cómo? ¿No es esto tan vuestro como las rodillas?

Comían la fruta como nosotros, antes de levantarse de la mesa. Limpiábanse el culo (hemos de dejar a las mujeres esa vana superstición de las palabras) con un esponja: he aquí por qué «spongia» es palabra obscena en latín; y estaba esta esponja atada al extremo de un palo, como prueba la historia de aquél al que, al llevarle ante el pueblo para ser entregado a las fieras, pidió permiso para ir a hacer sus necesidades; y sin tener otro medio para matarse, embutióse el palo y la esponja por la garganta, y se asfixió. Limpiábanse el pene con lana perfumada, cuando lo habían usado.

Todo acto nos descubre.

Y creo que el rey Arquidamo escuchó no sin asombro la respuesta de Tucídides al que había preguntado quién era más fuerte en la lucha si Pericles o él: Eso, contestó, sería difícil de comprobar; pues cuando le he tumbado en el suelo, convence a cuantos lo han visto de que no se ha caído y lo consigue. 

Montaigne, Michel de