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sábado, 7 de septiembre de 2019

Teatro de Autómatas


Ensayos (13)

Aquél al que encontraron pegando a su padre, respondió que era costumbre de su casa: que su padre había pegado así a su abuelo, su abuelo a su bisabuelo y señalando a su hijo, añadió: Y éste me pegará cuando haya llegado a la edad que tengo yo.

Y el padre al que el hijo empujaba y zarandeaba por la calle, ordenóle que se detuviera al llegar a cierta puerta, pues él, sólo había arrastrado a su padre hasta allí; que era el límite de los injuriosos tratos hereditarios que los hijos acostumbraban a infligir a los padres en su familia. 

El legislador de los turios ordenó que quienquiera que quisiese abolir alguna de las leyes antiguas o establecer una nueva, debería comparecer ante el pueblo con la soga al cuello para que si la novedad no era aprobada por todos, fuera estrangulado sin remisión. 

Fiarse del pérfido es invitarle a dañar. (Séneca. Edipo, III, 689)

Cosa que Alejandro plasmó efectivamente con mayor decisión y brusquedad pues al tener conocimiento por una carta de Parmenio, de que a Filipo, su médico más querido, habíalo corrompido Darío con dinero para que lo envenenara, mostró la carta a Filipo al tiempo que se bebía el brebaje que le había ofrecido. ¿Acaso no expresó con esta resolución, que si sus amigos querían matarle, él consentía que lo hicieran? 

Dionisio, tirano de Siracusa, enterado de que un extranjero había dicho y publicado por todas partes que podría informarle con toda certeza de las jugadas que sus súbditos maquinasen contra él si quería darle una buena moneda, hízole llamar para que le iluminase con artes tan necesarias para su conservación. Díjole aquel extranjero que no había más arte que hacer que le entregasen un talento y jactarse después de haberse enterado por él de singular secreto. Dionisio halló buena la ocurrencia e hizo que le dieran seiscientos escudos. No era verosímil que entregara una suma tan elevada a un hombre desconocido sino en recompensa a una muy útil información; y servía aquella reputación para atemorizar a sus enemigos. Por esto, publican sabiamente los príncipes los avisos que reciben de las conspiraciones que se organizan contra su vida, para hacer creer que están bien informados y que nada puede emprenderse sin que les llegue el rumor. 

Montaigne, Michel de