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miércoles, 11 de septiembre de 2019

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Ensayos (15)

Al que le graniza encima parécele que todo el universo está con tempestad y tormenta. Y decía aquel saboyano que si aquel necio del rey de Francia hubiera sabido dirigir con acierto su destino, habría sido hombre digno de convertirse en maestresala de su duque. Su imaginación no concebía grandeza más elevada que la de su señor. 

Húmeda y blanda es la arcilla, démonos prisa en modelarla en el torno que gira sin fin. (Persio. III. 23)

Todos estiman que tuvo razón Isócrates, el orador, cuando le rogaron en un festín que hablara con su arte, al responder: No es éste momento para lo que yo sé hacer; y no sé hacer eso para lo que ahora es momento. 

¿Y qué me decís de aquel otro? Habían de elegir los atenienses entre dos arquitectos para dirigir una gran obra: el primero, más artificioso, presentóse con un hermoso discurso premeditado sobre el objeto de su trabajo atrayendo así la opinión del pueblo a su favor. Mas el otro dijo en tres palabras: Señores atenienses, lo que éste ha dicho, yo lo haré.

No participo de la opinión de que el buen ritmo hace al buen poema; dejadle alargar una sílaba corta, si quiere; no le violentéis en esto: si brillan las ocurrencias, si la inteligencia y el juicio han hecho bien su papel, allí tenéis a un buen poeta, diría yo, aunque sea mal versificador.

Así contestó Menandro cuando le apremiaron pues acercábase el día para el que había prometido una comedia y aún no se había puesto a ella: Está compuesta y lista; sólo falta añadirle los versos. Una vez que tenía las cosas y la materia preparadas en el alma, concedía poca importancia a lo demás.

Los hijos hacia los padres sienten más bien respeto. La amistad se alimenta de comunicación y ésta no puede darse entre ellos a causa de la disparidad demasiado grande, y ofendería en caso de que se diera, a los deberes de la naturaleza. Pues ni todos los pensamientos secretos de los padres pueden comunicarse a los hijos, para no engendrar una intimidad malsana, ni las advertencias y correcciones que son una de las misiones más importantes de la amistad, podrían ser ejercidas por los hijos hacia los padres. Han existido naciones donde por costumbre, los hijos mataban a los padres, y otras donde los padres mataban a los hijos para eliminar los inconvenientes que pueden acarrearse recíprocamente, y por los cuales naturalmente unos dependen de la ruina de los otros. Han existido filósofos que desdeñaban esta unión natural, prueba de ello Arístipo: cuando le acosaban con el afecto que debía a sus hijos por haber salido de él, púsose a escupir diciendo que aquello había salido también de él; que igualmente engendramos piojos y gusanos. Y aquél otro al que Plutarco quería inducir a reconciliarse con su hermano, dijo: No le doy gran valor al hecho de haber salido por el mismo agujero. En verdad que es hermoso nombre y lleno de dilección, el de hermano, y por él hicimos él y yo, alianza. Mas esa mezcla de bienes, esos repartos y el que la riqueza de uno suponga la pobreza del otro, desengaña prodigiosamente y separa esa unión fraterna. Al tener que dirigir los hermanos los avances de su progreso por el mismo sendero y con el mismo ritmo, forzoso es que choquen y se empujen a menudo. Además, ¿por qué ha de darse en ellos la compenetración y relación que engendra esa verdadera y perfecta amistad? El padre y le hijo pueden ser de caracteres opuestos y también los hermanos.

Montaigne, Michel de