Ensayos (19)
San Hilario, obispo de Poitiers, aquel famoso enemigo de la herejía arriana, estando en Siria, enteróse de que Abra, su única hija a la que había dejado aquí con su madre, era requerida en matrimonio por los señores más preclaros del país, como hija bien instruida y hermosa, rica, y en la flor de la edad. Escribióle (como podemos comprobar) que apartase sus deseos de todos aquellos placeres y ventajas que se le presentaban; que le había encontrado durante su viaje, partido mucho más grande y digno, marido de poder y magnificencia muy distintos que la obsequiaría con vestidos y joyas de inestimable precio. Era su designio hacer que perdiera el apetito y la costumbre de los mundanos placeres para unirla por completo a Dios; mas pareciéndole que el medio más corto y seguro para ello, era la muerte de su hija, no dejó con sus votos, ruegos y oraciones, de pedir a Dios se la llevase con Él, como así acaeció; ya que al poco tiempo de su regreso, muriósele, por lo que mostró singular alegría. Este parece superar a los otros por el hecho de recurrir a ese medio, de entrada, mientras que aquéllos no recurren a él más que en segundo lugar, y porque tratábase de su única hija. Mas no quiero omitir el final de esta historia aunque no venga al caso. A la mujer de san Hilario, habiéndole oído a él cómo la muerte de su hija habíase producido por su voluntad y cómo representaba para ella mayor ventura el haber dejado este mundo que el permanecer en él, acometióle tal atracción por la beatitud eterna y celestial que solicitó de su marido con extrema insistencia que lo mismo hiciera por ella y habiéndosela llevado Dios con Él poco después, atendiendo a sus comunes plegarias, fue una muerte abrazada con singular contento por parte de los dos.
San Hilario, obispo de Poitiers, aquel famoso enemigo de la herejía arriana, estando en Siria, enteróse de que Abra, su única hija a la que había dejado aquí con su madre, era requerida en matrimonio por los señores más preclaros del país, como hija bien instruida y hermosa, rica, y en la flor de la edad. Escribióle (como podemos comprobar) que apartase sus deseos de todos aquellos placeres y ventajas que se le presentaban; que le había encontrado durante su viaje, partido mucho más grande y digno, marido de poder y magnificencia muy distintos que la obsequiaría con vestidos y joyas de inestimable precio. Era su designio hacer que perdiera el apetito y la costumbre de los mundanos placeres para unirla por completo a Dios; mas pareciéndole que el medio más corto y seguro para ello, era la muerte de su hija, no dejó con sus votos, ruegos y oraciones, de pedir a Dios se la llevase con Él, como así acaeció; ya que al poco tiempo de su regreso, muriósele, por lo que mostró singular alegría. Este parece superar a los otros por el hecho de recurrir a ese medio, de entrada, mientras que aquéllos no recurren a él más que en segundo lugar, y porque tratábase de su única hija. Mas no quiero omitir el final de esta historia aunque no venga al caso. A la mujer de san Hilario, habiéndole oído a él cómo la muerte de su hija habíase producido por su voluntad y cómo representaba para ella mayor ventura el haber dejado este mundo que el permanecer en él, acometióle tal atracción por la beatitud eterna y celestial que solicitó de su marido con extrema insistencia que lo mismo hiciera por ella y habiéndosela llevado Dios con Él poco después, atendiendo a sus comunes plegarias, fue una muerte abrazada con singular contento por parte de los dos.
El duque de Valentino, habiendo decidido envenenar a Adriano, cardenal de Comete, en cuya casa del Vaticano iban a cenar él y su padre, el papa Alejandro VI envió por delante una botella de vino envenenado ordenando al bodeguero que la conservase cuidadosamente. Habiendo llegado el papa antes que su hijo y habiendo pedido algo de beber, dicho bodeguero creyendo que sólo le habían recomendado aquel vino por su bondad, sirvió de él al papa; y el propio duque, llegando a punto para la colación y fiándose de que no habrían tocado su botella, tomólo a su vez: de forma que el padre murió repentinamente; y al hijo, tras pasar largo tiempo atormentado por la enfermedad, fuele reservado destino aún más adverso.
Montaigne, Michel de