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jueves, 19 de septiembre de 2019

Quaternio Verlag Luzern


Ensayos (19)

San Hilario, obispo de Poitiers, aquel famoso enemigo de la herejía arriana, estando en Siria, enteróse de que Abra, su única hija a la que había dejado aquí con su madre, era requerida en matrimonio por los señores más preclaros del país, como hija bien instruida y hermosa, rica, y en la flor de la edad. Escribióle (como podemos comprobar) que apartase sus deseos de todos aquellos placeres y ventajas que se le presentaban; que le había encontrado durante su viaje, partido mucho más grande y digno, marido de poder y magnificencia muy distintos que la obsequiaría con vestidos y joyas de inestimable precio. Era su designio hacer que perdiera el apetito y la costumbre de los mundanos placeres para unirla por completo a Dios; mas pareciéndole que el medio más corto y seguro para ello, era la muerte de su hija, no dejó con sus votos, ruegos y oraciones, de pedir a Dios se la llevase con Él, como así acaeció; ya que al poco tiempo de su regreso, muriósele, por lo que mostró singular alegría. Este parece superar a los otros por el hecho de recurrir a ese medio, de entrada, mientras que aquéllos no recurren a él más que en segundo lugar, y porque tratábase de su única hija. Mas no quiero omitir el final de esta historia aunque no venga al caso. A la mujer de san Hilario, habiéndole oído a él cómo la muerte de su hija habíase producido por su voluntad y cómo representaba para ella mayor ventura el haber dejado este mundo que el permanecer en él, acometióle tal atracción por la beatitud eterna y celestial que solicitó de su marido con extrema insistencia que lo mismo hiciera por ella y habiéndosela llevado Dios con Él poco después, atendiendo a sus comunes plegarias, fue una muerte abrazada con singular contento por parte de los dos.

El duque de Valentino, habiendo decidido envenenar a Adriano, cardenal de Comete, en cuya casa del Vaticano iban a cenar él y su padre, el papa Alejandro VI envió por delante una botella de vino envenenado ordenando al bodeguero que la conservase cuidadosamente. Habiendo llegado el papa antes que su hijo y habiendo pedido algo de beber, dicho bodeguero creyendo que sólo le habían recomendado aquel vino por su bondad, sirvió de él al papa; y el propio duque, llegando a punto para la colación y fiándose de que no habrían tocado su botella, tomólo a su vez: de forma que el padre murió repentinamente; y al hijo, tras pasar largo tiempo atormentado por la enfermedad, fuele reservado destino aún más adverso.

Montaigne, Michel de