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martes, 3 de marzo de 2020

Wanafrica Ediciones



Como sacar provecho de los enemigos (5)

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Por tanto, se ha de mostrar así mansedumbre y paciencia con las enemistades y también generosidad, magnanimidad y honradez, más que con las amistades. Pues hacer bien a un amigo no es tan hermoso como es vergonzoso no hacerlo cuando lo necesita. Es bueno también el desaprovechar tomar venganza del enemigo, cuando se ofrece la oportunidad. Pues, un hombre que se compadece del enemigo que sufre una desgracia y que le socorre cuando está necesitado, que muestra diligencia y afecto para con los hijos y los familiares del enemigo, cuando se encuentran en alguna necesidad, a este hombre, el que no lo admira por su bondad ni alaba por su honradez, ése:

tiene su negro corazón forjado
de diamante o de hierro.

A César, cuando mandó levantar de nuevo las estatuas de Pompeyo, que habían sido echadas abajo, Cicerón le dijo: «Restauraste las estatuas de Pompeyo, y las tuyas las consolidaste». De aquí que no se deba descuidar la alabanza ni la honra de un enemigo, cuando éste es celebrado justamente. Pues, el que alaba se procura las mayores alabanzas e inspira confianza en otras ocasiones cuando acusa, pues no lo hace porque odie al hombre, sino porque rechaza su acción. Pero lo más bello y provechoso es que una persona que se ha acostumbrado a alabar a sus enemigos y a no molestarse ni mirarlos con envidia, si les va bien, está muy lejos de envidiar a los amigos que son felices y a los familiares que tienen éxito. Sin embargo, ¿qué otro entrenamiento podrá proporcionar una mayor utilidad a nuestras almas o una inclinación más poderosa, que el que nos quite nuestro celo y envidia?
Pues, igual que muchas cosas, que son necesarias en la guerra, pero en otras circunstancias son malas, cuando adquieren la fuerza de una costumbre y de una ley, no son fáciles de rechazar por las personas aunque sean perjudicadas por ellas, del mismo modo la enemistad introduciendo, juntamente con el odio, envidia, deja tras de sí celo, gozo por el mal de los otros y venganza. Y, además de estas cosas, también malicia, engaño y maquinación, que parece que no son una cosa mala ni injusta, si se emplean contra un enemigo, pero, si logran arraigo, permanecen sin que uno pueda librarse de ellas. Después, estos mismos hombres por la fuerza de la costumbre las emplean; además, contra sus amigos, si no se cuidan de usarlas contra sus enemigos. Por tanto, si Pitágoras tenía razón cuando, al intentar acostumbrar a los hombres a alejarse de la crueldad y la avaricia en su relación con los animales irracionales, intercedía ante los cazadores de aves y, después de comprar las redes de peces, mandaba soltarlos y prohibía la muerte de cualquier animal doméstico, es cosa mucho más noble en las disputas y rivalidades con los hombres, siendo un enemigo noble, justo y sincero, castigar y humillar las pasiones perversas, viles y malvadas, para que en todos los contratos con sus amigos permanezca firme y se abstenga de hacer mal.
Escauro era enemigo y acusador de Domicio. Antes del juicio llegó hasta él un esclavo de Domicio con la intención de descubrirle algún secreto, más él no le dejó hablar y agarrando al esclavo lo envió de nuevo a su amo. Y a Catón, que perseguía a Murena a causa de su demagogia y andaba recogiendo pruebas, le seguían de cerca, según la costumbre de entonces, los que observaban las cosas que hacía. Así pues, muchas veces le preguntaban si hoy iba a reunir pruebas o iba a realizar algo en relación con la acusación. Y, si decía que no, creyéndole, se marchaban. Ciertamente, estas cosas son un testimonio muy grande de su reputación; pero mayor y más hermoso es que nosotros, si nos acostumbramos a emplear la justicia incluso con los enemigos, nunca nos comportaremos injusta y maliciosamente con los familiares y amigos.

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Y «puesto que les es necesario a todas las totovías que les nazca una cresta», según Simónides, y cada naturaleza de hombre produce rivalidad, celo y envidia, «amiga de los hombres vacíos de inteligencia», como dice Píndaro, no sacaría poco provecho quien se procurara en la persona de los enemigos purificaciones de estas pasiones y las alejara, como por canales, lo más lejos posible de sus compañeros y familiares. También, dándose cuenta de esto, según parece, un político de nombre Demo, que se hallaba en una revuelta en Quíos del lado de la parte vencedora, aconsejaba a sus compañeros que no expulsaran a todos los adversarios, sino que dejasen a algunos, «para que no empecemos, decía, a tener diferencias con los amigos, al estar privados completamente de enemigos». Sin duda, estas pasiones nuestras consumidas contra los enemigos, menos molestarán a los amigos. Pues no conviene que el ceramista envidie al ceramista, ni el cantor al cantor, según Hesíodo, ni sentir celos por el vecino, pariente o hermano «que trabaja por la riqueza» y que consigue la prosperidad en sus negocios.
Pero, si no existe otro modo de liberación de las riñas, envidias y rivalidades, acostúmbrate a sentirte molesto por los enemigos felices, y provoca y evita que tu rivalidad sea afilada en aquellos. Pues, así como los buenos agricultores piensan que ellos obtendrán mejores rosas y violetas plantando a su lado ajos y cebollas (pues se concentra en éstos todo lo agudo y maloliente que hay en su alimentación), del mismo modo también el enemigo tomando y atrayendo hacia sí tu mal carácter y envidia te hará más agradable y menos penoso para los amigos que viven con prosperidad. Por eso, también se debe tener discusiones con aquellos en torno a la honra, al mando o a las ganancias justas, no sólo disgustándose, si tienen algo más que nosotros, sino también observando por qué motivos tienen más, e intentando superarles, asimismo, en diligencia, laboriosidad, inteligencia y atención, a la manera de Temístocles, que decía que la victoria de Milcíades en Maratón no le dejaba dormir. Pues el que piensa que su enemigo lo aventaja por mera buena suerte en los puestos de honor o en las defensas de otros ante el juez, en los puestos de administración del Estado o entre los amigos y jefes, y, en lugar de hacer algo y emularlo, se sumerge en un estado de envidia y desánimo completos, se da a una envidia ociosa e inútil. En cambio, si uno no está ciego, en relación con lo que odia, sino que se convierte en espectador justo de la vida, del carácter, de las palabras y de los hechos de los demás, observará que la mayoría de las cosas que provocan su envidia les sobrevinieron a sus poseedores por su diligencia, previsión y acciones nobles, y, esforzándose por estas cosas, ejercitará su amor a la honra y al honor, y echará fuera su indiferencia y su pereza.

Plutarco