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miércoles, 25 de marzo de 2020

La Gotera de Lazotea


Vidas paralelas - Catón

IV. Nada superfluo es barato y aún en un as es caro aquello que no se necesita.

IX. Los necios son de más provecho a los prudentes, que éstos a aquellos.
...
Cuando la vejez trae consigo tantas cosas desagradables, no le añadas la afrenta del vicio.

Con todo, para la virtud me parece más perfecto que el que frecuentemente se alaba a sí mismo el que sabe pasarse sin la alabanza propia y sin la ajena.

Cimón

XIII Fue el primero en hermosear la ciudad con aquellos lugares de recreo, llamados liberales y elegantes, por los que hubo tanta pasión después, porque plantó de plátanos la plaza, y a la Academia, que antes carecía de agua y era un lugar enteramente seco, le dio riego, convirtiéndola en un vergel, y la adornó con cosos desembarazados, y con paseos en que se gozaba de sombra.

Lúculo

II. Nada hay más indomable que un hombre engreído con su dicha, ni, a la inversa, nada más dócil que el abatido por la fortuna.

Pericles

I. Viendo César en Roma a ciertos forasteros ricos que se complacían en llevar en brazos, y en acariciarlos, perritos y monitos pequeños, les preguntó, según parece, si las mujeres en su tierra no parían niños; reprendiendo por este término, de una manera verdaderamente imperatoria, a los que la inclinación natural que hay en nosotros al amor y afecto familiar, debiéndose a solos los hombres, la trasladan a las bestias.

II. Estuvo en una ocasión un hombre infame y disoluto insultándole todo el día, y lo aguantó, aun en la plaza, mientras tuvo que despachar los negocios que ocurrieron; a la tarde se retiraba tranquilo a casa, y aquel hombre se puso a seguirle, vomitando contra él toda suerte de dicterios; iba a entrar cuando ya había oscurecido, y mandó a un criado que tomase un hacha y fuese acompañando a aquel hombre hasta su posada.

VIII. Un general no sólo ha de tener limpias las manos, sino también las miradas.

XVI. Aun respecto del mismo Anaxágoras se cuenta que, viéndose olvidado de todos, incluso de Pericles a causa de los muchos negocios de éste, y siendo ya viejo, con la cabeza cubierta iba dejándose morir de hambre; que llegando Pericles a entenderlo, corrió al punto allá con el mayor sobresalto y le hizo los más eficaces ruegos, diciendo que más que de Anaxágoras sería suyo aquel infortunio si perdía al que tanto le ayudaba con su consejo en el gobierno, y que éste, descubriéndose finalmente, le replicó: «¡Oh Pericles, los que han menester una lámpara le echan aceite!»

XVIII.  «Si no crees a Pericles, el modo de que no yerres es que esperes al consejero más sabio, que es el tiempo.» 

Plutarco