Vidas paralelas - Rómulo
IV. Había allí cerca un cabrahigo, al que llamaban Ruminal, o por Rómulo, como opinan los más, o por los rumiantes que al mediodía sesteaban a su sombra, o justamente por la lactancia de los niños, porque los antiguos a la teta le decían ruma, y a cierta diosa que creen preside a la crianza de los niños le llaman Rumilia, y le hacen sacrificio abstemio, libándose sobre las víctimas con leche. Estando, pues, allí expuestos los niños, cuentan que una loba les daba de mamar, y que un picoverde los alimentaba también y defendía. Estos dos animales se tienen por consagrados a Marte, y los latinos los tienen en gran veneración y honor, sobre todo al picoverde; por lo que la madre de los niños, que decía haberlos tenido de Marte, se concilió gran fe; bien que se dice haberle venido este error de que el mismo Amulio, en traje de guerrero, la violentó y desfloró. Otros sospechan que el nombre de la nutriz, por su anfibología, fue el que dio ocasión y asidero a esta fábula, porque los latinos llamaban lobas, de esta especie de fieras, a las hembras, y de las mujeres, a las que eran malas de sus cuerpos, y tal parece que era la mujer de Féstulo, que crió a estos dos infantes, llamada Aca Larencia. Hácenle sacrificios los romanos y libaciones en el mes de abril el sacerdote de Marte, dándose a la misma fiesta el nombre de Larentalias.
XIV. En el cuarto mes después de la fundación se verificó, como Fabio refiere, el arrojo del rapto de las mujeres. Dicen algunos que el mismo Rómulo, siendo belicoso por índole, convencido además por ciertos oráculos de que el hado destinaba a Roma, para hacerse grande, criada y mantenida con la guerra, se propuso usar de violencia contra los sabinos; como que no robaron más que solas treinta doncellas, lo que más era de quien buscaba guerra que casamientos; pero esto no parece acertado, sino que, viendo que la ciudad en brevísimo tiempo se había llenado de habitantes, pocos de los cuales eran casados, y que los más siendo advenedizos, gente pobre y oscura, de quienes no se hacía cuenta, no ofrecían seguridad de permanecer; y contando con que para con los mismos sabinos este insulto se había de convertir en un principio de afinidad y reunión por medio de las mujeres, cuyos ánimos se ganarían, lo puso por obra en este modo: hizo antes correr la voz de que había encontrado el ara de un dios que estaba escondida debajo de tierra: llamábanle al dios Conso, o por presidir al Consejo, porque aún ahora al Cuerpo de consejeros llaman Consilium y cónsules a los primeros magistrados como previsores; o por ser Neptuno Ecuestre, porque el ara está hoy en el Circo Máximo siempre cubierta y sólo se manifiesta en los juegos ecuestres; mas otros quieren que esto precisamente sea porque siendo de suyo el Consejo secreto e incomunicable, no sin justa razón un ara de este dios estaba escondida debajo de tierra. Luego que la encontró dispuso Rómulo con esta causa un solemne sacrificio, y combates y espectáculos con general convocación; concurrió gran gentío, y Rómulo estaba sentado con los principales, adornado con manto de púrpura. Era la señal para el momento de la ejecución levantarse, abrirse el manto y volver a cubrirse; y había muchos con armas que aguardaban la señal.
Dada ésta, desnudaron las espadas, y acometiendo con gritería, robaron las doncellas de los sabinos; y como éstos huyesen, los dejaron ir sin perseguirlos.
En cuanto al número de las robadas, unos dicen que no fueron más que treinta, de las que tomaron nombre las curias; Valerio de Ancio, que quinientas veintisiete; pero Juba, que fueron seiscientas ochenta y tres doncellas. La mejor apología de Rómulo es que no fue robada ninguna casada, sino sola Hersilia por equivocación; probándose con esto que no por afrenta o injuria cometieron el rapto, sino con la mira de mezclar y confundir los pueblos en el fortísimo deudo de la sangre. De Hersilia dicen unos que casó con Hostilio, varón muy distinguido entre los romanos; y otros que casó con el mismo Rómulo, a quien dio hijos: una sola hija, llamada prima por el orden de nacer, y un hijo solo, al que dio el nombre de Aolio, en alusión a los muchos ciudadanos que se habían congregado bajo su mando; pero después le llamaron Abilio. Es esta narración de Zenódoto de Trezén; pero hay muchos que la contradicen.
XVI. Eran los sabinos en gran número y muy guerreros, y habitaban pueblos abiertos, convencidos de que el ser magnánimos y no tener miedo convenía a unos hombres que eran colonia de los lacedemonios; mas con todo, viéndose ligados por rehenes preciosos y temiendo por sus hijas, enviaron embajadores a Rómulo con proposiciones equitativas y moderadas, que volviéndoles las doncellas y dando satisfacción por el acto de violencia, después, pacíficamente y con justas condiciones, entablarían para ambos pueblos amistad y comunicación. No viniendo Rómulo en entregar las doncellas, aunque también convidaba a los sabinos a aceptar la alianza, todos los demás tomaban tiempo para deliberar y prepararse, pero Acrón, rey de los ceninetas, hombre alentado y diestro en las cosas de guerra, concibió desde luego sospechas con los primeros arrojos de Rómulo, y juzgando después que el hecho del rapto de las mujeres, sobre dar que temer a todos, no era para sufrido si se dejaba sin castigo, declaró al punto la guerra, y con grandes fuerzas marchó contra Rómulo, y éste contra él. Luego que estuvieron en presencia y se hubieron mirado de arriba abajo, se provocaron mutuamente a singular combate, permaneciendo tranquilos sobre las armas los ejércitos. Hizo voto Rómulo de que si vencía y derribaba a su contrario llevaría en ofrenda a Júpiter sus armas; vencióle, en efecto, y derribóle, desbaratando después en batalla su ejército. Tomó también la ciudad, y ninguna otra condición dura impuso a los vencidos sino que derribasen sus casas y le siguiesen a Roma, donde serían ciudadanos con entera igualdad de derechos. Nada hubo, pues, que más contribuyese al aumento de Roma, la cual siempre adoptó e incorporó en su seno a los pueblos sojuzgados.
Rómulo, para hacer su voto más grato a Júpiter y más majestuoso a los ojos de sus ciudadanos, tendió la vista por el sitio de los reales y echó al suelo la encina más robusta, diole la forma de trofeo y fue poniendo pendientes de él, con orden, cada una de las armas de Acrón; ciñóse la túnica y coronóse de laurel la cabeza poblada de cabello; tomó luego en la diestra el trofeo, y apoyándole en el hombro le llevó enhiesto, dando el tono de un canto de victoria al ejército que en orden le seguía, y en esta forma fue recibido de los ciudadanos con admiración y regocijo. Esta pompa fue el principio y tipo de los siguientes triunfos, y al trofeo se dio el nombre de voto a Júpiter Feretrio, porque los romanos al lastimar a los contrarios le llaman ferire, y Rómulo había pedido a Júpiter que lastimase y derribase a su contrario; y opimos dice Varrón llamarse los despojos, porque también a la hacienda le dicen opem; pero mejor se derivaría en mi concepto de la acción, porque a lo que se hace con trabajo le llaman opus. Y fue prez de valor para el general que por su persona dio muerte al otro general la dedicación de los opimos; dicha que sólo cupo a tres generales romanos, siendo el primero Rómulo, que derribó muerto al cenineta Acrón; el segundo, Cornelio Coso, que dio muerte a Tolumato el etrusco, y el último, Claudio Marcelo, que venció a Britomarto, rey de los galos. De éstos, Coso y Marcelo hicieron ya su entrada con tiro de caballos, llevando ellos mismos sus trofeos; pero de Rómulo no tiene razón Dionisio en decir que usó de carroza, pues la opinión más recibida es que fue Tarquino, hijo de Demarato, el primero de los reyes que introdujo en los triunfos aquel aparato y pompa, aunque otros dicen que fue Publícola el primero que triunfó en carroza; mas en cuanto a Rómulo, todas las estatuas suyas que se ven en Roma en actitud de triunfo son pedestres.
XVII. Después del cautiverio de los ceninetas, cuando todavía los demás sabinos hacían preparativos, se declararon contra los romanos los de Fidenas, de Crustumerio y Antemnas, y dada una batalla, siendo de la misma manera derrotados, hubieron de dejar que por los romanos fuesen tomadas sus ciudades, divididos sus campos y ellos mismos trasladados a Roma. Rómulo entonces todo el restante terreno lo repartió a los ciudadanos; pero el que poseían los padres de las doncellas robadas lo dejó en su poder.
Llevándolo a mal los demás sabinos, y nombrando por su general a Tacio, se vinieron sobre Roma. No era fácil aproximarse a ella, teniendo por antemural el que ahora es Capitolio, donde se había construido un fuerte, en el que mandaba Tarpeyo, y no la doncella Tarpeya, como pretenden algunos, dando una mala idea del talento de Rómulo. Era, sin embargo, Tarpeya hija del gobernador, la cual entregó, por traición, el fuerte a los sabinos, deslumbrada con los brazaletes de oro de que los vio adornados; así pidió por premio de su traición lo que llevasen todos en el brazo izquierdo; y otorgado así por Tacio, abriéndoles a la noche una puerta, dio entrada a los sabinos. No fue, pues, Antígono, según parece, el único que dijo que le gustaban los traidores mientras lo eran; pero después de serlo los aborrecía: o César a quien se atribuye haber expresado, con ocasión del tracio Remetalces, que le gustaba la traición, pero aborrecía al traidor, sino que ésta es una aversión general hacia los malos de todos los que tienen que valerse de ellos, como sucede cuando se necesita la ponzoña o la hiel de algunas fieras, porque gustando del beneficio cuando se recibe, se aborrece la maldad después de disfrutado. Esto mismo sucedió entonces a Tacio con Tarpeya, porque mandó a todos los sabinos que tuviesen en memoria lo convenido con aquélla y ninguno la defraudase de lo que llevaran en el brazo izquierdo, Y él fue el primero que al tiempo de caerse el brazalete dejó también caer el escudo, y haciendo lo mismo todos, cargada de oro y abrumada de escudos, el peso y el amontonamiento la acabaron.
XVIII. Por Tarpeya, que allí quedó sepultada, el collado se llamó Tarpeyo hasta el tiempo del rey Tarquino, el cual, dedicando aquel lugar a Júpiter, mudó de allí los restos y le quitó el nombre que tomó de Tarpeya; sólo ha quedado una roca, a la que aún ahora llaman Tarpeya, de la que son precipitados los malhechores.
XIX. Disponíanse como de refresco para volver a la contienda, cuando les contuvo un espectáculo extraño y un encuentro que no puede describirse con palabras. De repente las hijas de los sabinos que habían sido robadas se vieron sobrevenir unas por una parte y otras por otra con algazara y vocería por entre las armas y los muertos, como movidas de divino impulso, hacia sus maridos y sus padres, unas llevando en su regazo a hijos pequeñitos, otras esparciendo al viento su cabello desgreñado, y todas llamando con los nombres más tiernos, ora a los sabinos, ora a los romanos. Pasmáronse unos y otros, y dejándolas llegar a ponerse en medio del campo, por todas partes discurría el llanto, y todo era aflicción, ya por el espectáculo y ya por las razones, que, empezando por la reconvención justa y franca, terminaron en súplicas y ruegos. Porque decían: «¿En qué os hemos ofendido, o qué disgusto os hemos dado para los duros males que ya hemos padecido y nos resta que padecer? Fuimos robadas violenta e injustamente por los que nos tienen en su poder, y después de esta desgracia ningún caso hicieron de nosotras ni hermanos ni padres ni parientes, por el tiempo que fue necesario para que, unidas con los vínculos más estrechos a lo que más odiábamos, tengamos ahora que temer y que llorar por los mismos que nos robaron e injuriaron, si combaten o si mueren. Porque no venís por unas doncellas a tomar satisfacción de los que las ofendieron, sino a privar a unas casadas de sus maridos y a unas madres de sus hijos, haciendo más cruel para nosotras, desdichadas, este auxilio, que lo fue vuestro abandono y alevosía. Estas prendas de amor nos han dado aquellos, y así os compadecéis de nosotras. Aun cuando peleaseis por cualquiera otra causa deberíais por nosotras conteneros, hechos ya suegros, abuelos y parientes; mas si por nosotras es la guerra, llevadnos con vuestros yernos y vuestros nietos; restituidnos nuestros padres y parientes: no nos privéis, os pedimos, de nuestros hijos y maridos, para no vernos otra vez reducidas a la suerte de cautivas.»
Dichas por Hersilia estas y otras muchas razones, e interponiendo las demás sus ruegos, se hicieron treguas y se juntaron a conferenciar los generales. Entretanto las mujeres presentaban a sus padres y a sus hermanos, sus maridos y sus hijos; llevaban qué comer y qué beber a los que lo necesitaban; cuidaban de los heridos, llevándoselos a sus casas, y procuraban hacer ver que tenían el gobierno de ellas y que eran de sus maridos atendidas y tratadas con la mayor estimación. Hízose luego un tratado, por el que las mujeres que quisiesen quedarían con los que las tenían consigo, no sujetas, como ya se ha dicho, a otro cuidado y ocupación que la del obraje de lana; que en unión habitarían la ciudad romanos y sabinos; que ésta de Rómulo se llamaría Roma; pero todos los romanos se llamarían Quirites en memoria de la patria de Tacio, y que ambos reinarían también en unión y tendrían el mando de las tropas. El lugar donde se ajustó este tratado todavía se llama Comicio, porque los romanos, al juntarse, le dicen comire.
Plutarco