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domingo, 29 de marzo de 2020

Catedral de Palencia - La Bella Reconocida

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Catedral de Palencia - La Bella Reconocida


Vidas paralelas - Solón

V. Dícese también que Anacarsis, habiéndose encontrado en una junta pública, se había maravillado de que entre los griegos el hablar es la parte de los sabios, y el decidir la de los necios.

XVII. Lo primero que hizo fue abolir las leyes de Draconte, a excepción solamente de la de los homicidios, todas por la dureza y magnitud de las penas, porque para casi todos los delitos no impuso más que sola una pena: la muerte; de manera que los convictos de holgazanería debían morir, y los que hurtasen hortalizas o frutas debían sufrir el mismo castigo que los sacrílegos o los homicidas. Por esto se celebró después el dicho de Demades, de que Draconte había escrito sus leyes con sangre, no con tinta; y el mismo Draconte, preguntado, según se dice, por qué había impuesto a casi todas las faltas la pena de muerte, había respondido: «que las pequeñas las había creído dignas de este castigo, y ya no había encontrado otro mayor para las más graves».

XVIII... Preguntado, a lo que parece, cuál era la ciudad mejor regida: «Aquella -respondió- en que persiguen a los insolentes, no menos que los ofendidos, los que no han recibido ofensa.»

XX. De las demás leyes de Solón es, sobre todo, singular y extraña la que disponía que fuese inhabilitado el que en una sedición no hubiera sido de ninguno de los dos partidos. Era su objeto, según parece, que ninguno fuese indiferente o insensible a las cosas públicas, poniendo en seguridad las suyas propias y lisonjeándose de no padecer y sufrir con la patria, sino que desde luego se agregara a los que sostuvieran la mejor y más justa causa, y les diera auxilio, corriendo riesgo a su lado, en lugar de esperar tranquilamente a ver quién vencía.
Absurda y ridícula parece también la ley que da facultad a la huérfana que heredaba, si el que era su dueño y marido según la ley había antes caído en impotencia, de ayuntarse con los parientes más próximos de éste. Hay quien diga que es justa la disposición contra los que, no estando para casarse, se unen, sin embargo, en matrimonio con estas huérfanas, llevados del deseo de enriquecer, excusándose con la ley para hacer violencia a la Naturaleza; porque viendo que a la huérfana le era permitido ayuntarse con quien quisiera, o se desistirían de aquel matrimonio, o con vergüenza vivirían en él, pagando la pena de su codicia y liviandad; siendo asimismo muy bien dispuesto que no con cualquiera, sino con un pariente se ayuntase la huérfana, para que los hijos fuesen al menos de la misma casa y linaje. Hace al mismo propósito el que la novia, al ser encerrada con el novio, hubiese antes comido un membrillo, y el haber de pagar tres veces cada mes el débito a la huérfana heredera el que casaba con ella; pues aun cuando no tuviesen hijos, era ésta una prueba del honor y cariño con que debe ser tratada una mujer de conducta, siendo muy propia para disipar disgustos de una y otra parte, y para no dar lugar a que con las riñas se enajenaran del todo los ánimos.
En cuanto a los demás matrimonios quitó las dotes, mandando que la que casaba llevase tres vestidos y algunas alhajas de poco valor, y nada más, porque no quería que el matrimonio fuese lucrativo o venal, sino que fuese una sociedad del hombre y la mujer fundada precisamente en el deseo de la procreación, en el cariño y en la benevolencia. Por eso Dionisio, pidiéndole su madre que la diera en matrimonio a uno de los ciudadanos, le respondió que, siendo tirano, estaba en su poder violentar las leyes de la ciudad; pero no las de la Naturaleza, concertando matrimonios fuera de la edad. Y en las repúblicas no se habría de tolerar semejante desorden, ni verse con indiferencia tales reuniones desiguales y desamoradas, en que nada hay del objeto y fin del matrimonio; antes al anciano que quiera enlazarse con una mocita, le aplicará muy bien cualquiera magistrado o legislador de buen gusto lo que se dijo a Filoctetes:
¡Bueno estás, desgraciado, para bodas!
Y si se halla en la alcoba de una vieja rica a un joven engordado como perdiz en jaula, lo llevará de allí a los brazos de una mocita casadera. Mas baste lo dicho en este punto.

XXI. Es celebrada asimismo aquella ley de Solón que prohibía hablar mal de un muerto, porque es muy debido reputar por sagrados a los difuntos, justo no insultar a los que ya no existen, y conveniente que las enemistades no se hagan eternas. Respecto de los vivos prohibió las injurias de palabra en los templos, en los juicios, en los locales de las magistraturas, y mientras se asistía a los juegos; ordenando que al particular se le pagasen de multa tres dracmas y dos al erario, público. Porque el no reprimir en ninguna ocasión la ira es de hombre intemperante y sin educación; pero el reprimirla siempre muy dificultoso, y para algunos imposible, y las leyes deben hacerse sobre lo posible, si se quiere castigar a pocos con fruto y no a muchos inútilmente.

XXV. Porque, como dijo él mismo, «en las cosas grandes es muy difícil agradar a todos»; por tanto, tomando por pretexto el trafico de mar para un viaje, se hizo a la vela, habiendo pedido a los atenienses se le permitiera ausentarse por diez años, con la esperanza de que en este tiempo ya se les habrían hecho familiares sus leyes.

XXXI. Envejezco, aprendiendo cada día.

Plutarco