Ensayos (6)
Tireo, el padre de Sitalces, solía decir que cuando no hacía la guerra parecíale que no había diferencia entre él y su palafrenero.
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Habiendo prohibido Catón para asegurarse de algunas ciudades en España, simplemente que los habitantes de éstas llevasen armas, gran número de ellos diose muerte: «feroz gens nullam vitam rati sine armis esse». (Pueblo salvaje, que pensaba que vivir sin armas era no vivir.» (Tito Livio. XXXIV. 17).)
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Que nuestra opinión pone precio a las cosas, se ve por aquellas muy numerosas, a las que para valorarlas no sólo las miramos a ellas sino a nosotros; y no tenemos en cuenta ni sus cualidades, ni su utilidad, sino sólo lo que nos ha costado conseguirlas: como si ello fuese parte de su substancia. Y en ellas llamamos valor no a lo que aportan ellas sino a lo que nosotros les aportamos. Por lo que se me ocurre que somos buenos gerentes de nuestros gastos; si nos pesan, sirven, por el hecho mismo de que nos pesen. Nuestro parecer, no les deja nunca correr hacia inútil despilfarro. La compra, da valor al diamante, la dificultad a la virtud, el dolor a la devoción y la acritud a la medicina.
Para conseguir la pobreza lanzó un hombre sus escudos a ese mismo mar que tantos otros revuelven por todas partes para pescar riquezas en él. Epicuro dijo que ser rico no supone alivio sino cambio de problemas. En verdad, no es el hambre sino más bien la abundancia, lo que produce la avaricia.
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Nada hay que odie tanto como regatear. Es un puro comercio de trampas y desvergüenza: tras una hora de discusiones y regateos, uno y otro olvidan su palabra y juramento por una ganancia de cuatro perras.
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Véome tan cerca de la miseria teniendo más de dos mil escudos de renta, como teniéndola pegada a mí. Pues además de que la suerte tiene con qué abrir cien brechas en nuestras riquezas para dejar entrar a la pobreza, sin que exista término medio entre la suprema e íntima fortuna:
Fortuna vítrea est; tunc cum splendet frangitur. (La fortuna es de cristal, brilla pero se rompe (Publio Silo, Mimos))
Y con qué tirar por tierra todas nuestras defensas y barreras, creo que por diversas causas la indigencia se aloja normalmente tanto en casa de aquéllos que poseen bienes como en casa de los que carecen de ellos; y que si acaso, es un poco menos incómoda cuando está sola que cuando se halla en compañía de las riquezas. Estas dependen más del orden que de los ingresos: «Faber est suae quisque fortunae». (Cada uno es el artesano de su propia fortuna (Salustio, De la República)). Y paréceme más miserable un rico necesitado, apurado y con problemas que aquel que simplemente es pobre.
Montaigne, Michel de