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lunes, 15 de julio de 2019

Fundación Centro Etnográfico Joaquín Díaz





Ensayos (1)

El emperador Conrado III, habiendo sitiado a Güelfo, duque de Baviera, no quiso condescender a condiciones más suaves, a pesar de las muchas satisfacciones viles y cobardes que le ofrecieron, que las de permitir salir únicamente a las damas sitiadas con el duque, honor a salvo y a pie, con todo lo que pudieran llevar consigo. Ellas, con grandeza de corazón, urdieron cargar sobre sus hombros con sus esposos, hijos y con el mismo duque. El emperador hubo tan gran contento al ver la nobleza de su valor que lloró de placer y amortiguó toda aquella acritud de mortal y capital enemistad que había dirigido contra aquel conde tratando desde entonces humanamente a él y a los suyos.
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Dionisio el Viejo, habiendo tomado al cabo de mucho tiempo y después de dificultades extremas la ciudad de Regium, y con ella al capitán Pitón, gran hombre de bien que la había defendido con tanta obstinación, quiso dar trágica venganza ejemplar. Díjole primero cómo, el día antes, había ordenado que ahogasen a su hijo y a todos sus parientes. A lo que Pitón sólo respondió que entonces habíansele adelantado un día en alcanzar la felicidad. Después hizo que los verdugos lo despojaran y prendieran y arrastraran por la ciudad azotándolo con gran ignominia y crueldad, colmándolo por añadidura de ultrajantes y felones insultos. Mas siempre mantuvo constante el valor sin derrumbarse; lejos de ello, con el rostro firme iba rememorando en alta voz la honrosa y gloriosa causa de su muerte, por no haber querido entregar a su país a manos de un tirano; y lo amenazaba con un próximo castigo de los dioses. Dionisio, leyendo en los ojos de todos los de su ejército que en vez de animarse con las bravatas de aquel enemigo vencido, menospreciaban a su jefe y su triunfo y ablandábanse asombrados ante tan raro valor comenzando a amotinarse, cuando a punto estaba Pitón de ser arrancado de manos de sus guardianes, hizo cesar el martirio y enviólo a escondidas para que lo ahogaran en el mar.
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Ciertamente es el hombre tema maravillosamente vano, diverso y fluctuante. Difícil es fijar en él juicio constante y uniforme. 

Montaigne, Michel de