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jueves, 11 de julio de 2019

Museo Pablo Gargallo


Sátiras (3)

Estás viendo unos peces, extraordinario trabajo de cincel del arte de Fidias: añade agua, nadarán.
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Licoris la tuerta, Faustino, ama a un muchacho que se parece al copero Troyano. ¡Qué bien ve a pesar de estar tuerta!
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Dices, malvado Cinna, que todo lo que pides no es nada: si no pides nada, Cinna, yo, Cinna, no te niego nada.
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El perfume que exhala una fruta cuando la muerde una tierna muchacha, el de la brisa que viene del azafrán de Cólico, el de la viña blanca cuando florece con los primeros racimos, el que despide el césped que la oveja acaba de arrancar, el olor del mirto, el del árabe que recolecta los aromas, el del ámbar triturado, el del pálido fuego del incienso oriental, el de la tierra cuando es rociada ligeramente por la lluvia del verano, el de la corona que conserva el perfume de una cabellera impregnada de nardo: ese aroma, cruel Diadumeno, es el que exhalan tus besos. ¿Qué pasaría si me los dieses sin reserva y sin tratar de vendérmelos?
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Cuando a tu esclavo le duele la minga, a ti, Névolo, te duele el culo. No soy adivino, pero sé lo que haces.
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Licoris, Fabiano, ha enterrado a todas las amigas que tuvo: que se haga amiga de mi mujer.
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Siempre eras huésped, Matón, de mi villa de Tibur. La compras. Te he engañado: te vendo tu propio campo.
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Ninguno de nosotros dos vive para sí mismo y vemos que huyen y desaparecen los días buenos, que perecen y se nos cargan en la cuenta. ¿Quién, sabiendo vivir, lo demora.?
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Solamente poseerás siempre las riquezas que hayas dado.
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¿Vivirás mañana? Vivir hoy, Póstumo, ya es tarde: es sabio, Póstumo, todo el que ha vivido ayer.

Marcial