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miércoles, 17 de julio de 2019

Lina Bo Bardi - Fundación Juan March





 


Ensayos (2)

En la guerra que hizo el rey Fernando contra la viuda de Juan, rey de Hungría, en los alrededores de Buda, Raisciac, capitán alemán, viendo traer el cuerpo de un hombre de la caballería al que todos habían visto combatir muy bien en la contienda, llorábale con el sentir común; más curioso como los demás por saber quién era, una vez lo hubieron desarmado vio que era su hijo. Y entre las lágrimas generales, sólo él se mantuvo sin derramar llantos ni proferir gritos, firme y en pie, con los ojos inmóviles, mirándolo fijamente hasta que por la violencia de la tristeza que había helado sus impulsos vitales, desplomóse cayendo rígido y muerto al suelo.
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«Chi puo dir com'egli arde, e in picciol fuoco.»  («El que puede decir como arde sólo vive una pequeña pasión.» Petrarca, Sonetos, 137 )
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Toda pasión que se pueda gustar y digerir es sólo mediocre.
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«Leves las penas se expresan, grandes se callan.»  (Séneca, Hipólito, II-III. 607)
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Además de la mujer romana que murió sorprendida por el contento de ver volver a su hijo de la derrota de Cannas, de Sófocles y Dionisio el Tirano que fallecieron de alegría, y de Talva que murió en Córcega al leer las noticias de los honores que el senado de Roma habíale otorgado, tenemos en nuestro siglo al papa León X quien cuando le avisaron de la toma de Milán que había deseado profundamente, sintió alegría tan excesiva que sufrió un ataque de fiebre y murió. Y para mayor prueba de la imbecilidad humana, cuentan los antiguos que Diodoro el dialéctico murió repentinamente presa de un extremo sentimiento de vergüenza al no poder, en su escuela y en público, rebatir un argumento que le habían hecho.
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No estamos nunca en nuestra época, estamos siempre más allá. El temor, el deseo, la esperanza, nos lanzan al porvenir y nos sustraen el sentimiento y la consideración de lo que es, para ocuparnos con lo que será, incluso cuando ya no estemos. 
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Y quien se conoce a sí mismo no adopta los actos ajenos como propios, se ama y se cultiva más que a nada, rechaza las ocupaciones superfluas y los pensamientos y propósitos inútiles. 

Montaigne, Michel de