Como sacar provecho de los enemigos (2)
3 En primer lugar, por tanto, me parece que lo más perjudicial de la enemistad podría convertirse en lo más provechoso para los que le prestan atención. ¿Qué significa esto? El enemigo está siempre acechando y velando tus cosas y buscando la ocasión por todas partes, recorriendo sistemáticamente tu vida, no mirando sólo a través de la encina, como Linceo, ni a través de ladrillos y piedras, sino también a través de tu amigo: de tu siervo y de todos tus familiares, indagando, en lo que es posible, lo que haces, y escudriñando y explorando tus decisiones. Pues muchas veces, por nuestro abandono y negligencia, no nos enteramos de que nuestros amigos están enfermos y se mueren, pero de los enemigos nos ocupamos incluso de sus sueños. Las enfermedades, los préstamos y las diferencias con las mujeres pasan más desapercibidos a aquellos a quienes les tocan que al enemigo. Sobre todo está pendiente de los yerros y sigue sus huellas. Y así como los buitres son arrastrados por los olores de los cuerpos muertos, pero no captan el olor de los limpios y sanos, así las cosas enfermas, malas y dolorosas de la vida mueven al enemigo, y contra éstas se lanzan los que nos odian, las atacan y las despedazan. Por tanto, ¿es esto provechoso? Sin duda lo es, procurando vivir con precaución y preocupándose de uno mismo, y tratando de no hacer ni decir nada con indeferencia e irreflexivamente, sino siempre mantener cuidadosamente, como en un régimen severo, la vida irreprensible. Pues el cuidado, que así reduce las pasiones y conserva el razonamiento, produce una costumbre y una resolución de vivir bien e irreprochablemente. Y, así como las ciudades castigadas por las luchas con los vecinos y las expediciones militares continuas se contentaron con unas buenas leyes y un gobierno sano, del mismo modo los que son obligados por algunas enemistades a ser sobrios en su vida y a guardarse de ser negligentes y confiados, y hacer cada cosa con utilidad, sin darse cuenta son llevados por la costumbre a no cometer ninguna falta y a ordenar su conducta, por poco que la razón les ayude. Pues el dicho:
Ciertamente se alegrarían Príamo y los hijos de Príamo,
éstos siempre lo tienen a mano, los vuelve, los desvía y los aleja de aquellas cosas de las que sus enemigos se alegran y se ríen. Y vemos que los artistas dionisíacos muchas veces contienden en los teatros entre ellos mismos con negligencia, sin ánimo y sin esmero, pero cuando existe contienda y porfía con otros, no sólo se cuidan de estar más atentos ellos mismos, sino que también se cuidan más de su instrumento, tensando las cuerdas y ajustando y tocando sus flautas con gran armonía. Por eso, el que ve que su enemigo es un rival de su vida y su fama, pone más atención en sí mismo, examina con cuidado sus acciones y ordena su vida. Puesto que también esto es propio del vicio, avergonzarse ante los enemigos más que ante los amigos, por los errores que cometemos. De aquí que Nasica, creyendo y diciendo algunos que los asuntos de los romanos estaban seguros, después de haber sido aniquilados los cartagineses y sometidos los aqueos, dijo: «precisamente ahora estamos en peligro! pues no nos hemos dejado a quién temer ni ante quién avergonzarnos.»
4
Además, toma aún el dicho de Diógenes, muy propio de un filósofo y un político: «¿Cómo me podré vengar de mi enemigo?» «Siendo tú mismo bueno y honrado.» Los hombres se afligen cuando ven que los caballos de los enemigos son celebrados y sus perros alabados. Si ven cultivado el campo o el jardín florido, se lamentan. ¿Qué crees, pues, que harán si te muestras como un hombre justo, sensato y bueno, celebrado en discursos, limpio en tus obras, ordenado en tu género de vida:
cultivando a través de tu pensamiento rica sementera, de la que brotan prudentes consejos?
«Los hombres vencidos están atados con un silencio de muerte», dice Píndaro, pero no sencillamente todos, sino cuantos se ven a ellos mismos vencidos por sus enemigos en solicitud, honradez, magnanimidad, humanidad y favores. Estas cosas «retuercen la lengua, dice Demóstenes, cierran la boca, ahogan y hacen callar»:
Tú, por tanto, distínguete de los malos, ya que te es posible.
Si quieres afligir al que te odia, no lo taches de hombre degenerado ni cobarde, ni libertino, ni bufón, ni innoble, sino tú mismo sé un hombre, muéstrate moderado, sincero, y trata con amabilidad y justicia a los que tienen trato contigo. Pero, si eres empujado a censurar, ponte a ti mismo muy lejos de las cosas que tú censuras. Penetra en tu alma, examina tus puntos débiles, no sea que algún vicio desde alguna parte, te diga suavemente lo de aquel escritor de tragedias:
estando tú mismo lleno de llagas, eres médico de otros.
Si le llamas ineducado, aumenta en intensidad tu amor al estudio y al trabajo; si cobarde, muestra más tu valentía y tu audacia; y si libertino y desesperado, borra de tu alma cualquier huella de amor por el placer que haya pasado desapercibida. Pues nada hay más vergonzoso ni doloroso que la blasfemia que se vuelve contra el que ha blasfemado, sino que, así como parece que la reverberación de la luz molesta más a los ojos enfermos, también dañan más los reproches que se vuelven, a causa de la verdad, contra los mismos que los hacen. Pues, así como el viento del Nordeste arrastra las nubes, también la vida mala arrastra sobre sí misma los reproches.
Plutarco