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lunes, 14 de enero de 2019

Korali


De Limopictes a Calcocidemo

Yo era muy amigo de Coridón, un labrador. Éste, con frecuencia, me gastaba bromas por estar dotado de un sentido del humor ático, rasgo que suele ser extraño en la gente rústica. Yo creí ver en él a un ser providencial, pues, en el caso de que me alejara de la ajetreada, vida ciudadana, me retiraría al campo y viviría en compañía de este buen amigo, un labriego sin problemas, trabajador y que no se propondría obtener recursos por vías injustas, recurriendo a los tribunales o practicando el chantaje en el ágora, sino que, por el contrario, aguardaría pacientemente para recoger la cosecha de la tierra. Y, convencido de que esto sería así, intimé con Coridón. Adopté, pues, un atuendo campesino: una zamarra sobre los hombros y un azadón en la mano. Parecía que había estado haciendo zanjas toda la vida. Durante un cierto tiempo yo hice todo como si se tratara de un juego. En estas condiciones el trabajo resultaba llevadero y lo consideraba una gran cosa, porque me había liberado de los insultos, de las bofetadas y de las inicuas raciones de comida de los ricos. Pero, una vez que la faena se convirtió en una rutina diaria y en una obligación, era preciso, sin excusa alguna, arar, limpiar el terreno de piedras, abrir hoyos e ir colocando las plantas en sus sitios. Este género de vida ya no era soportable. Me arrepentí de mi insensata iniciativa y empecé a sentir añoranza de la ciudad. En vista de lo cual me volví a Atenas. Durante un largo período de tiempo no fui acogido de la misma manera que antes ni tampoco me consideraban un personaje atractivo, sino, por el contrario, tosco, agrio y desagradable, hasta el punto de que, a partir de entonces, todas las casas de los ricos me cerraron sus puertas y el hambre daba aldabonazos en mi estómago. A causa de mi estado de pobreza, tuve que aliarme, arrastrado por la falta de lo más preciso, con unos piratas megareos, los cuales tendían emboscadas a los viajeros que pasaban por las inmediaciones de las rocas Escironias. Desde entonces vivo con mayor holgura gracias a mi conducta delictiva. Es imposible saber si seré descubierto o no, mientras llevo a cabo tales acciones. En cualquier caso, me da miedo el cambio de mi modo de vida, pues tales transformaciones no suelen desembocar en la salvación, sino en la ruina.

Alcifrón