De Eutídico a Filisco
Yo envié a mi hijo a la ciudad, para que vendiera leña y cebada, con el encargo de que volviera en el hueco del día, trayendo el dinero ganado. Pero un ataque de bilis -enviado sobre él por una cierta instancia divina cuyo nombre ignoro- lo transformó por completo y lo sacó de sus casillas. Pues mi hijo, tras haber contemplado a uno de esos insensatos de allí, a los que solemos llamar «perros» por causa de su actitud furibunda o rabia, aventajó al causante de sus males por vía de la imitación. Es un espectáculo horrible y penoso de ver, cuando agita su sucia melena y te mira insolentemente. Se presenta medio desnudo, con una capa raída, una bolsita colgante y, entre sus manos, una maza hecha de madera de peral silvestre. Va descalzo, no se lava y carece de oficio y beneficio. No quiere saber nada de su hacienda ni de nosotros, sus padres, sino que, por el contrario, nos reniega, pues afirma que todas las cosas son obra de la naturaleza y que la unión de elementos es la causa de la generación y no los progenitores. Evidentemente, desprecia el dinero y aborrece el cultivo de la tierra. No tiene sentido de la vergüenza y el pudor se ha borrado de su rostro. ¡Ay, Agricultura, cómo te ha roto la crisma el pensatorio de estos farsantes! Censuro a Solón y a Dracón, porque decidieron castigar con la pena capital a los ladrones de uvas y, en cambio, consideraron exentos de culpa a los que esclavizan a los jóvenes, apartándolos del camino de la sensatez.
Alcifrón