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domingo, 20 de enero de 2019

ΕΚΔΟΣΕΙΣ ΠΑΤΑΚΗ - Grecia 1




De Meneclides a Euticles

Se ha marchado la hermosa Báquide, querido Euticles, se ha marchado definitivamente, dejando tras de sí un reguero de lágrimas y el recuerdo de un amor tan dulce entonces como amargo ahora. Jamás me olvidaré de Báquide. Ese momento no llegará. ¡Cuánta comprensión me mostró! No se equivocaría quien la considerase a ella como un prototipo ejemplar de la condición de cortesana. A mi modo de ver, si las heteras de todo el mundo se reunieran y erigiesen una estatua suya en el santuario de Afrodita o de las Gracias, le tributarían un merecido honor. Ciertamente, el rumor por todos propalado de que son malvadas, infieles, interesadas, pendientes siempre de quien les paga y causantes de males a los que las frecuentan quedaría probado como una injusta calumnia en lo que atañe a Báquide. Hasta tal punto ella quedó al margen de esta mala fama generalizada, gracias a su modo de ser. Tú conoces a ese medo que desembarcó aquí procedente de Siria y que se desplazaba con gran cantidad de servicio y enorme boato, prometiendo eunucos, esclavas y ciertos atavíos exóticos. Pues bien, Báquide no accedió a sus deseos cuando él la cortejó, sino que prefería dormir debajo de una prenda mía vulgar y corriente. Y mientras que se contentaba con los modestos regalos enviados por mí, ella rechazaba espléndidos presentes, propios de un príncipe oriental. ¿Qué más podría contarte? ¡Cómo echó a cajas destempladas a aquel comerciante egipcio que le ofreció tanto dinero! Estoy seguro de que jamás existirá alguien mejor que ella. Alguna deidad la dotó de un temperamento demasiado noble para un medio de vida ingrato.
Ella se ha marchado, tras haberme abandonado para siempre. De aquí en adelante, Báquide dormirá sola. ¡Qué injusticia, veneradas Moiras! Pues sería preciso que yo ahora -como entonces- me recostara a su lado. Sin embargo, sigo viviendo, pruebo bocado y converso con mis amigos. Pero ella ya nunca me mirará con sus ojos luminosos, cuando sonreía, ni contenta y feliz pasará las noches en medio de aquellas amables caricias. Hasta hace poco, ¡qué cosas me decía y cómo me contemplaba! ¡Cuántas sirenas anidaban en sus charlas, cuán dulce y puro fluía el néctar de sus besos! La Persuasión se asentaba -según yo creo- en sus labios. Ella seducía a todo el mundo como si tuviera en su poder el cinturón mágico, por haber acogido a Afrodita en compañía de las Gracias. Enmudecieron las cantinelas que acompañaban a los brindis y también la lira tañida por unos dedos marfileños enmudeció. Ella, objeto de atención de todas las Gracias, yace convertida en una piedra muda y unas cenizas. En cambio, Mégara, una vulgar mujerzuela, disfruta de la vida yeso que desvalijó tan despiadadamente a Teágenes que el desdichado, poseedor de un patrimonio muy considerable en sus orígenes, se vio obligado a marcharse, echando mano de una clámide y de un escudo, para ganarse la vida como mercenario. Sin embargo, Báquide, que amaba a quien la amaba, ha muerto. Querido Euticles, me encuentro mejor desde que te he hecho partícipe de mis penas. Hablar y escribir sobre ella me resulta muy reconfortante, pues nada me ha quedado de su persona, salvo el recuerdo. Adiós.

Alcifrón