De Lamia a Demetrio
Tú me has permitido expresarme libremente, a pesar de que eres un rey poderoso. Además, me has exhortado a mí, una hetera, a que te escriba y no has considerado indigno tener contacto con mis cartas, al igual que conmigo toda. Yo, Demetrio, mi señor, cuando de lejos te contemplo y te escucho acompañado de lanceros, ejércitos, embajadores y diademas, tiemblo y tengo miedo, sí, por Afrodita, y estoy turbada y me aparto, como si del sol se tratase, para que no me ciegues los ojos. Entonces me parece que tú eres realmente Demetrio, el sitiador de ciudades. ¡Cuán fiera y hostil es entonces tu mirada! Yo desconfío de mí misma y me pregunto: «Lamia, ¿tú duermes a su lado? ¿Tú le tmbelesas con la flauta durante toda la noche? ¿Es a ti a quien ha enviado hace poco un mensaje? ¿Te compara a ti con la cortesana Gnatena? Luego, a causa de mis ideas confusas, me callo y pido volver a contemplarte en mi casa. Cuando vienes me arrodillo ante ti. Y, cuando me besas apasionadamente entre tus brazos, de nuevo me hago a mí misma reflexiones de signo contrario: «¿Éste es el asediador de ciudades? ¿Éste es el que está al frente de los ejércitos? ¿A éste le tienen miedo Macedonia, Grecia y Tracia? Sí, por Afrodita, a él precisamente lo asediaré hoy con el son de mi flauta y veré cómo se comporta conmigo.»
[...] mejor pasado mañana, pues cenarás junto a mí -te lo suplico- el día de las Afrodisias. Así lo hacemos todos los años y tengo como objetivo ver si supero con la presente a las celebraciones anteriores. En verdad, te acogeré de la manera más amorosa y seductora que me sea posible, en el caso de que tú me proporciones medios en abundancia. No he llevado a cabo todavía ninguna acción que desmerezca de tus bondades, desde aquella noche memorable, y eso, a pesar de que tú me incitas a servirme de mi cuerpo como yo lo estime oportuno. Sin embargo, yo me he comportado dignamente y no he tenido relaciones con otros hombres. No desempeñaré mi oficio ni te mentiré, mi dueño, como hacen otras. Desde aquella ocasión, pocos son los que me envían recados, por Ártemis, ni intentan nada por respeto a tus asedios. Rápido es Amor, oh rey, tanto para venir como para marcharse volando. Cuando tiene esperanzas revolotea, pero cuando éstas se desvanecen, él suele dejar caer sus alas súbitamente arrepentido. Por tal motivo un ingenioso expediente es urdido por las que ejercen esta profesión: retrasar el momento de satisfacer el deseo para reinar sobre los amantes a través de las ilusiones. Pero, respecto de ti, me resulta imposible fomentar tardanzas, hasta tal punto tengo miedo de perderte. En una palabra, nos es preciso unas veces actuar, otras estar indispuestas o bien cantar, tocar la flauta, bailar, preparar la comida, y arreglar la casa, demorando unos placeres que de otra manera se consumirían demasiado rápidamente, con el fin de que las mentes de los enamorados, estando más ardientes por el deseo prendan mejor con las dilaciones, temerosos de que otro impedimento de su buena suerte momentánea surja de nuevo.
Tal vez yo podría, oh rey, tomar precauciones y poner en práctica este género de artificio con los demás, pero sería incapaz de llevarlo a cabo contigo, ya que te portas tan bien al ensalzarme públicamente y al declarar ante las restantes cortesanas que yo aventajo a todas. Por las veneradas Musas, contigo me resultaría imposible fingir. No soy hasta tal punto de piedra. De forma que, si por darte gusto, renunciase a todo e incluso a mi propia vida, yo consideraría que el sacrificio es pequeño.
Estoy segura de que el acontecimiento será muy celebrado, no sólo en la casa de Teripidion, en donde me dispongo a organizar la cena en tu honor con motivo de las Afrodisias, sino también en toda la ciudad de Atenas, por Ártemis, y en toda Grecia. En particular, no cesarán de denigrar nuestros banquetes en las regiones montañosas del Taigeto y en sus yermas tierras los odiosos espartanos, al medir tu forma humana de entender la vida con el rígido código de Licurgo, hasta el punto de que los zorros de Éfeso parecerán ser auténticos hombres. Pero que ellos se vayan a paseo, señor. Tú acuérdate de guardarme libre de compromiso el día de la cena. La hora, la que tú elijas. La que quieras será la mejor. Adiós.
Alcifrón