Desde que te has dado a la filosofía, adoptas un aire grave y alzas desmesuradamente las cejas. Además, con un porte digno y un libro entre las manos te diriges hacia la Academia y pasas por delante de mi casa como si no la hubieras visto antes. Estás loco, Eutidemo. ¿No sabes cómo es ese sofista de aspecto severo y que ante vosotros despliega admirables razonamientos? ¿Desde cuánto tiempo, crees tú, que me da la lata para conseguir una cita conmigo? También corteja a Herpílide, la esclava preferida de Mégara. En aquella ocasión yo no accedí a tener trato con él, porque prefería dormir, teniéndote entre mis brazos, mejor que el oro de todos los filósofos juntos. Pero, puesto que tú, al parecer, evitas mi compañía, yo lo recibiré a él y, si quieres, te mostraré cómo precisamente este misógino maestro no se contenta con los habituales placeres de una noche. Sus lecciones son pura charlatanería, humo fatuo y dinero perdido en balde por vosotros, los jóvenes, pobre insensato. ¿Crees que un sofista se diferencia tanto de una cortesana? Quizá tan sólo en el hecho de que uno y otro intentan persuadir por distintas vías, ya que el objetivo común a ambos es conseguir ganancias. Nosotras somos un tanto mejores y más pías, pues no afirmamos que los dioses no existen y, encima, depositamos nuestra confianza en unos clientes que juran amarnos. No consideramos lícito que los hombres tengan relaciones sexuales con sus hermanas y madres, ni tampoco con las esposas de otros. Quizá, porque ignoramos de dónde proceden las nubes o cuál es la naturaleza de los átomos, por tal motivo nos juzgas inferiores a los sofistas. Sin embargo, yo, en persona, he frecuentado su escuela y he hablado con muchos de ellos. Pues bien, ni uno solo, cuando está con una cortesana, sueña con tiranías ni trama revoluciones, sino que, por el contrario, permanece tranquilo y profundamente borracho, estirando lo que puede el momento de levantarse hasta la tercera o cuarta hora. Además, nosotras no educamos a los jóvenes de peor manera que ellos. Anda, compara, si lo crees conveniente, entre Aspasia, la cortesana, y Sócrates, el sofista. Decide cuál de los dos fue mejor educador. Verás que Pericles fue discípulo de ella, Critias, en cambio, de él. Eutidemo, aleja de ti esta locura y esta severa actitud, amor mío. No hay derecho a que unos ojos como los tuyos estén tristes. Retorna a tu amada, como solías hacer muchas veces viniendo del Liceo, cubierto de sudor, para que, tras haber bebido un poco, consigamos mutuamente el hermoso objetivo del placer. En estos momentos yo te pareceré a ti particularmente sabia. La divinidad no concede un largo espacio de existencia. No la dejes, pues, escapar, malgastándola en adivinanzas y palabrerías. Adiós.
Alcifrón