De Horologio a Lacanotáumaso ¡Hermes benefactor y Heracles protector del mal!, he conseguido ponerme a salvo. ¡Ojalá no me vuelva a suceder otra historia como ésta! Tras haberme apropiado de un aguamanil de plata, propiedad del rico Fanias, me di a la carrera llevándolo conmigo (pues era la hora intempestiva de la media noche), ya que deseaba vivamente ponerme a salvo. De repente, unos perros guardianes, molosos y cnosios de raza, me rodearon y cada uno por un sitio se abalanzaron sobre mí, fieros y en medio de terribles ladridos. Nada habría podido evitar que yo fuese totalmente despedazado por ellos, como si hubiese ofendido a Ártemis, hasta el punto de que ni siquiera habrían quedado mis extremidades, para los que se dispusieran a darme sepultura al día siguiente llevados de la compasión y de la piedad. Pues bien, habiendo descubierto una conducción de agua abierta y no profunda, sino superficial, conseguí esconderme, sumergiéndome en ella. Todavía tiemblo y me excito al contarte esto. Cuando brilló en el cielo el lucero del alba, yo no los sentía ya a ellos ladrar, sin duda alguna estaban atados en la casa. Entonces, dirigiéndome a la carrera hacia el Pireo, conseguí embarcarme en una nave siciliana en el preciso momento en que se disponía a soltar las amarras. Allí le vendí el aguamanil al capitán del barco, y ahora, por estar en posesión de esta fortuna, nado en la abundancia y he vuelto a la ciudad convertido en un nuevo rico. Me hago tantas ilusiones que deseo mantener a unos aduladores y rodearme de parásitos y no ser yo el que ejerza como tal. Cuando me gaste este patrimonio que me he proporcionado, de nuevo volveré a mi antigua ocupación. Pues una perra que ha aprendido a morder el cuero no se olvida de su habilidad.
Alcifrón