Julián y Estacio
El rey de Tracia, yendo un día a
caza de monte, fue ausentado de los suyos por seguir acosadamente a un
ciervo; hallándose sólo en un áspero
bosque, y la noche que venía con abundantísima agua, sonó por dos o tres veces
su bocina, y viendo que no era oído de ninguno determinó de seguir por donde al
caballo mejor le pareciese caminar. Con esta determinación, habiendo caminado
un grandísimo rato, cerró la noche y perdió el tino. Parándose en el desierto y mirando a todas
partes, vio una lumbre muy lejos, a la cuál encaminó su caballo; y llegando
donde la lumbre estaba, vio que era una majada, en la cual habitaban marido y
mujer y un hijo llamado Julián, de edad de quince años. Y pidiendo si había
posada, les suplicó que le acogiesen por amor de Dios aquella noche. Dijéronle
que eran muy contentos. Descabalgado que hubo, el hijo Julián le descalzó las
espuelas, y tomó a cargo de dar pienso al caballo, el buen hombre de hacer
fuego y enjugarle la ropa, y la mujer de guisarle de cenar.
Pues como estuviesen cenando, y
el rey viese a Julián cuán bien criado y servicial era, díjole al padre:
-Decidme señor, ¿por qué tenéis
este mozo aquí perdido? Dejadlo que vaya a ver el mundo algún poco de tiempo,
que no puede perder nada por ello.
En esto respondió la madre,
diciendo:
-No nos miente tal, por amor de
Dios, señor, que ya una vez se nos quiso ir con una escopeta a la guerra, y de
puras lágrimas mías le hice que se quedase.
Dijo entonces el rey:
-Certifícoos, pues, padres honrados, que es mozo para servir delante de un rey;
y si el rey de Tracia, vuestro señor, lo sabe, pasa peligro que no os lo pida
para su servicio.
Respondió el padre: -Calle,
señor, que se quiere burlar de nosotros; dejemos eso aparte, y vámonos a
dormir, que es gran noche y vuesa merced pienso yo que vendrá cansado.
Dijo el rey: -Tenéis razón,
padre. Y así, se fueron todos a dormir.
Venida la mañana, ya que
esclarecer quería el alba, viérades venir de pie y de a caballo en busca del
rey mucha gente; y como preguntasen a Julián, que estaba a la puerta de la
majada, si había visto un caballero de esta y de esta suerte, y él respondiese
que estaba durmiendo, entrados en su cámara, en verle, todos se arrodillaron
delante de él, y besaron las manos de alegría y placer que se concibieron por
haberle hallado. Como Julián lo viese, fuelo a decir deprisa a su padre y
madre, que el huésped que había hospedado, era el rey de Tracia, por lo cual
fueron corriendo a besarle las manos, y que les perdonase si no le habían hecho
aquel acogimiento y honra que merecía. En esto, el rey los alzó de tierra y los
abrazó, suplicándoles que a su hijo Julián se lo diesen para su servicio.
Contentos y dichosos por ello, le aderezaron de las mejores ropas que pudieron;
y el rey de Tracia, despidiéndose de ellos, se fue para su ciudad, acompañado
de todos sus caballeros.
Al cabo de tiempo, por ser ya de
muchos días Estacio, gentilhombre copero suyo, instituyó a Julián en su lugar.
Pues como viese Estacio que el rey no se acordaba de él en darle otra dignidad,
como pretendía, y que Julián privaba
tanto en tan poco tiempo, de envidia que le tuvo ordenó una malicia, y
fue que, tomando a Julián en puridad le dijo:
-Mira, hermano, de esto que te
quiero avisar no me lo debes de tomar a mal, sino agradecérmelo en grandísima
manera, porque como eres novicio en el cargo que te ha dado el rey, y mozo no
experimentado, caes en un grandísimo yerro en hablar rostro a rostro con el
rey, y le tienes, según yo he oído, amohinado, por hederte un poco la boca; por
eso, cuando hablares con él, desvía cuanto pudieres el aliento, y créeme.
Julián, con sanísimas entrañas y
sin caer en malicia ninguna ni en algún engaño, cuando hablaba con el rey
desviaba cuanto era posible su rostro. Estacio, viendo que Julián hacía lo que
él le tenía aconsejado, tomó al rey en secreto, y díjole:
-Porque conozca Vuestra Alteza
cuán poco hay que fiar en hijos de villanos, y que siempre tiran a su natural,
esto muy claramente se ha mostrado en vuestro querido Julián.
El rey, admirado de lo que podía
ser aquello, le dijo: -¿Cómo? ¿Qué es lo
que ha hecho?
Respondió:
-Sabrá Vuestra Alteza que va
publicando que le hiede la boca que no hay quien lo sufra; pero, si no me cree,
tenga mientes en ello y verá, cuando le sirve, como desvía su rostro del de
Vuestra Alteza.
Teniendo sentimiento el rey de lo
que Julián hacía y que Estacio le había enseñado, lo que él no se daba cuenta,
vista la presente, determinó de hacerle matar. Y porque no le viese morir, por
el amor que le tenía, fuese un día a holgar fuera de la ciudad, adonde unos
leñadores solían hacer carbón, y apartándolos en secreto, les dijo:
-Mirad, buenos hombres, si mañana
enviare aquí un criado mío, que os diga: «¿Habéis hecho lo que el rey os ha
mandado?», echádmelo vivo y calzado adonde soléis hacer el carbón, y muera
allí, porque es cosa que me cumple.
Volviendo el rey a su palacio,
por la mañana dijo a Julián que fuese adonde hacían aquellos leñadores el
carbón, y les dijese si habían hecho lo que el rey les había mandado. Yendo
Julián, como tenía de costumbre por la mañana de rezar ciertas devociones, y se
le hubiesen olvidado, pasando por la iglesia, entróse en ella para haberlas de
rezar. Estacio, como supiese lo que el rey tenía ordenado, codicioso de ver
efectuado su deseo, fuese derecho a los leñadores, y sin darse cuenta del daño
que le podría sobrevenir, dijo:
-Buenos hombres, ¿habéis hecho lo
que el rey os ha mandado?
No lo hubo acabado de decir
cuando ya, le hubieron dado un porrazo en la cabeza y metido en el hoyo del
carbón. Salido Julián de la iglesia de rezar sus devociones, como fuese a los
leñadores a decirles que si habían hecho lo que el rey les había mandado,
diciendo que sí, volvióse a decir al rey
que ya habían hecho su mandamiento, Espantado el rey de pensar qué podía ser
aquello, aguardando que anocheciese, y viendo que Estacio no aparecía, llamó a
Julián, pensando no fuese aquello un juicio de Dios, diciéndole:
-Ven acá, ¿Estacio díjote por alguna vía o manera que yo estaba quejoso de ti?
Respondió: -Sepa Vuestra Alteza
que lo que él me dijo fue que cuando le servía a la mesa desviase mi rostro,
porque le había dicho Vuestra Alteza que a mí me hedía la boca.
Entonces el rey, dándose con la
mano en la frente, conoció el engaño y malicia de Estacio, y que los leñadores
le habían quemado, y que Dios le había dado el pago que merecía, por lo que
desde entonces amó mucho más a Julián.
Juan Timoneda