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domingo, 7 de mayo de 2017

Alytus Museo Etnográfico


Ellos venían desde lejos

Si hubieran conocido la lengua de la ciu­dad, habrían podido preguntar quién hizo al hombre blanco, de dónde salió la fuerza de los automóviles, cómo se sostienen los aviones, por qué los dioses nos negaron el acero.
Pero no conocían la lengua de la ciudad. Hablaban el viejo idioma de los antepasados, que no habían sido pastores ni habían vivido en las alturas de la sierra nevada de Santa Mar­ta. Porque antes de los cuatro siglos de perse­cución y de despojo, los abuelos de los abue­los de los abuelos habían trabajado las tierras fértiles que los nietos de los nietos de los nietos no habían podido conocer ni siquiera de vista o de oídas.
De modo que ahora ellos no podían hacer otro comentario que el que les nacía, en chis­pas burlonas, de los ojos: miraban esas manos pequeñitas de los hombres blancos, manos de lagartija, y pensaban: esas manos no saben ca­zar, y pensaban: sólo pueden regalar regalos hechos por otros.
Estaban parados en una esquina de la capi­tal, el jefe y tres de sus hombres, sin miedo. No los sobresaltaba el vértigo del tráfico de las máquinas y los transeúntes, ni temían que los edificios gigantes pudieran desprenderse de las nubes y derrumbárseles encima. Acariciaban con las yemas de los dedos sus collares de va­rias vueltas de dientes y semillas, y no se deja­ban impresionar por el estrépito de las aveni­das. Sus corazones se compadecían de los mi­llones de ciudadanos que les pasaban por en­cima y por debajo, por los costados y por de­lante y por detrás, sobre piernas y sobre rue­das, a todo vapor: "¿Qué sería de todos uste­des -preguntaban lentamente sus corazones-­ si nosotros no hiciéramos salir el sol todos los días?"

Eduardo Galeano