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jueves, 20 de octubre de 2016

Troquelados




Los dos ratones

Un ratón, cansado de vivir entre peligros y alarmas por causa de Mitis y de Rodilardo, que solían hacer gran carnicería en la nación ratonil, llamó a la comadre que vivía en un agujero de la vecindad.
-He tenido -le dijo- una buena idea. Por ciertos libros que he roído estos pasados días supe que existe un hermoso país llamado las Indias, donde nuestro pueblo es mejor tratado y goza de más seguridad que aquí. En aquellos países lejanos creen los sabios que el alma del ratón fue en otro tiempo el alma de un gran capitán, de un rey o de un fakir maravilloso, pudiendo, después de la muer­te del ratón, entrar en el cuerpo de una bella dama o de un gran sabio. Si no recuerdo mal llamaban a esto metempsicosis. Como tienen esta creencia, tratan a los animales con un cariño fraternal, habiendo le­vantado hospitales de ratones, donde viven en pensión, mantenidos como personas de mérito. Vámo­nos, pues, hermana mía, y hágase por fin justicia a nuestros méritos.
La comadre contestó:
-Pero ¿es que en ese hospital no entran los ga­tos? Porque si entran realizarán muy a prisa la me­tempsicosis y con un golpe de sus garras o de sus dientes harán un faquir o un rey, y en este caso no creo lo pasemos tan bien como supones.
-No temáis esto -contestó el ratón-; en aquel país el orden es perfecto y los gatos tiene sus casas, como los nuestros las suyas, y tiene también aparte sus hospitales para sus inválidos.
Después de esta conversación partieron juntos, embarcándose en una navío de gran escala, escu­rriéndose por las cuerdas de las amarras, la víspera de su salida. Los dos ratones ansiaban verse ya en alta mar, lejos de aquellas tierras malditas donde los ga­tos ejercen una tiranía cruel. Por fin parte el buque. La navegación fue muy feliz; pronto llegaron a Su­crates, no para amasar riquezas como los mercaderes, sino para hacerse tratar bien por los indios. En cuanto entraron en una casa de ratones quisieron ocupar los primeros puestos. El uno pretendía haber sido en otro tiempo un brahmán famoso en las costas de Malabar, y la otra, una bella dama del mismo país, de largas y hermosas orejas...
Tan insolentes se hicieron, que los demás ratones no podían sufrirlos, lo que causó una verdadera guerra civil, no concediéndose tregua a los dos eu­ropeos que pretendían hacer leyes para los demás, y en lugar de ser estrangulados por los gatos, fueron muertos por sus propios hermanos.
Bien está huir lejos del peligro: pero si no se es modesto y sensato, aun lejos, hállase la desgracia; porque cada cual puede hallarla consigo mismo.

Fenelón