Los dos ratones
Un ratón,
cansado de vivir entre peligros y alarmas por causa de Mitis y de Rodilardo,
que solían hacer gran carnicería en la nación ratonil, llamó a la comadre que
vivía en un agujero de la vecindad.
-He tenido
-le dijo- una buena idea. Por ciertos libros que he roído estos pasados días
supe que existe un hermoso país llamado las Indias, donde nuestro pueblo es
mejor tratado y goza de más seguridad que aquí. En aquellos países lejanos
creen los sabios que el alma del ratón fue en otro tiempo el alma de un gran
capitán, de un rey o de un fakir maravilloso, pudiendo, después de la muerte
del ratón, entrar en el cuerpo de una bella dama o de un gran sabio. Si no
recuerdo mal llamaban a esto metempsicosis. Como tienen esta creencia, tratan a
los animales con un cariño fraternal, habiendo levantado hospitales de
ratones, donde viven en pensión, mantenidos como personas de mérito. Vámonos,
pues, hermana mía, y hágase por fin justicia a nuestros méritos.
La comadre
contestó:
-Pero ¿es que en ese hospital no entran los gatos? Porque si entran
realizarán muy a prisa la metempsicosis y con un golpe de sus garras o de sus
dientes harán un faquir o un rey, y en este caso no creo lo pasemos tan bien como
supones.
-No temáis
esto -contestó el ratón-; en aquel país el orden es perfecto y los gatos tiene
sus casas, como los nuestros las suyas, y tiene también aparte sus hospitales
para sus inválidos.
Después de
esta conversación partieron juntos, embarcándose en una navío de gran escala,
escurriéndose por las cuerdas de las amarras, la víspera de su salida. Los dos
ratones ansiaban verse ya en alta mar, lejos de aquellas tierras malditas donde
los gatos ejercen una tiranía cruel. Por fin parte el buque. La navegación fue
muy feliz; pronto llegaron a Sucrates, no para amasar riquezas como los
mercaderes, sino para hacerse tratar bien por los indios. En cuanto entraron en
una casa de ratones quisieron ocupar los primeros puestos. El uno pretendía
haber sido en otro tiempo un brahmán famoso en las costas de Malabar, y la
otra, una bella dama del mismo país, de largas y hermosas orejas...
Tan
insolentes se hicieron, que los demás ratones no podían sufrirlos, lo que causó
una verdadera guerra civil, no
concediéndose tregua a los dos europeos que pretendían hacer leyes para los
demás, y en lugar de ser estrangulados por los gatos, fueron muertos por sus
propios hermanos.
Bien está huir lejos del peligro: pero si no se es modesto y sensato, aun lejos, hállase la desgracia;
porque cada cual puede hallarla consigo mismo.
Fenelón