Botánica oculta
La «suplicante»
Cuando el
capitán Jacques Duvillier avistó, a bordo de la
fragata Tonerre, una nueva isla en el mar de la Sonda, decidió llamarla
«L'ile des tortues» en consideración a que éste era un nombre poético y también
a que, sin duda, debía haber muchas tortugas en la isla. Arribados a la costa,
y fondeada la fragata en una pequeña ensenada, el capitán Duvillier y los
hombres de la tripulación no encontraron rastro de tortugas, pero en cambio se
enfrentaron con unos terribles y soñolientos dragones, llamados varanos, de
casi cuatro metros de longitud, que rugían espantablemente. Otras maravillas
hallaron en la isla, tales los nabos-calabaza, los mosquitos gigantes, los
pájaros-sierra y los perros danzantes que poblaban abundantemente la intrincada
maleza. La isla era de una fertilidad lujuriosa, pero algo indefinible les
sorprendía e intrigaba. Algo que el capitán Duvillier definió como un «aura
musical».
Llegada la
noche, ocurrió lo imprevisible. Hallábase la marinería en la cubierta del Tonerre,
celebrando la anexión de una nueva isla para Francia y bebiendo aguardiente
de cerveza, cuando al bretón Saint-Séverin, cocinero del barco y hombre de voz
aterciopelada y profunda, le vinieron ganas de cantar el «Roi Dagobert», cosa
que hizo muy inspirado mientras la tripulación le contestaba el estribillo. De
pronto, se oyó un gran chapoteo en el agua, justo a estribor, emergiendo acto
seguido un alto macizo de algas ondulantes, formando un solo cuerpo, el cual se
enderezó a considerable altura, destacándose en su centro un alga de mayor
tamaño y color rojo. Luego, ante la estupefacción de todos, aquel extraño
vegetal marino se puso a cantar, repitiéndolas con entusiasmo, las mismas
estrofas del «Roi Dagobert», pero tal como lo haría el más perfecto orfeón,
pues el arbusto rojo conducía el canto con voz de tenor, mientras los demás se
integraban en coro matizado. Cuando llegó la última estrofa, este conjunto
orfeónico adquirió suavidades y delicadezas sin cuento, susurros emocionados y
delicuescentes. Al cabo de unos momentos, después de una pausa en la que
recogió los aplausos del valiente capitán Duvillier (la tripulación estaba
petrificada por el asombro y el miedo), la enorme planta-cantora, haciendo
gala de una erudición musical y folklórica poco común, empezó a entonar una
canción galante de Guillermo IX de Aquitania, conde de Poitiers (1071-1127),
la que empieza:
On m' appelle Maítre
infaillible,
La femme qui m' a eu un soir
Le lendemain veut me revoir.
Dans ce métier, je puis le dire,
Je suis tres fort...
El concierto
duró varios días, y como la planta-orfeón no tenía raíces, era muy pacífica y
sólo le importaba cantar, el capitán Duvillier la hizo arriar a bordo, donde
la acomodó en una gran cuba llena de agua que se construyó febrilmente. La
planta o árbol-orfeón permanecía sumergida al fondo y salía únicamente así que
oía cantar a alguien. Entonces escuchaba, respetuosamente pero impaciente,
para lanzarse en seguida a repetir la canción. Lo malo es que seguía después
con todo el repertorio y no había forma de detenerla.
Llegado a
Francia este fenómeno de la naturaleza, fue trasladado al Jardin des Plantes, de París, donde los botánicos
lo estudiaron, pero adujeron que esta planta era ya conocida con el nombre de suplicante, pues habló de ella el negociante
lionés Philippe Sylvestre Dufour en su libro Traites nouveau et curieux du
café, du thé et du chocolat. Ouvrage également nécessaire aux médecins et à
tous ceux qui aiment leur santé, publicado en 1685. Dufour decía que nada
hay comparable como tomar café sentado en un arrecife oyendo un concierto de
canto de la «suplicante».
Sabido ya su
nombre, la «suplicante» hizo las delicias de los parisienses que acudían en
tropel a escucharla en el Jardín des Plantes, pero fueron tantos los abusos y
vejámenes a que fue sometida (todo el mundo quería esquejes de este vegetal)
que, al cabo, Luis XIV mandó trasladar la «suplicante» a palacio donde fue
custodiada celosamente. Cuando Federico-Guillermo I, el rey sargento, se
entrevistó con Luis XIV, éste quiso reservarle una sorpresa y, en efecto, a
mitad del banquete ofrecido batió palmas, abriéndose unos cortinajes y
entrando, arrastrado por los lacayos, un pesado carromato con una enorme cuba
encima. Luis XIV dirigió una significativa mirada a Felipe de Orléans -que
habría de ser regente justo un año después-, el cual con mucha pompa empezó a
cantar un fragmento de Soeur Monique, de Couperin, músico que estaba de
moda en la corte. Inmediatamente se alzó la «suplicante» repitiendo el
fragmento y extendiéndose en un arcaico repertorio de Carmina Burana, lo
que dejó anonadado al rey sargento.
La incuria de
los tiempos hizo desaparecer las trazas de la «suplicante», pues a la postre,
muerto Luis XIV, resultó muy impopular en la corte de Luis XV, el nuevo rey, a
causa de los gastos que suponía hacer traer de El Havre el agua de mar
necesaria para la planta cantora, lo cual se hacía, dos veces por semana, en
una carreta de bueyes. La última noticia fidedigna que se tiene de ella es que
actuó en el Teatro Apolo, de Madrid, la noche del estreno de La verbena de
la Paloma, del maestro Bretón, que fue el 18 de febrero de 1894; pero actuó
de tapadillo, tras los decorados y las bambalinas para no alarmar imprudentemente
al público.
Ahora, Salut
les Copains ha resucitado la cuestión, pues la «suplicante» acaba de grabar
un disco con los Beatles, y parece ser que hay posibilidades de que actúe en el
próximo festival de la Eurovisión representando a Indonesia.
En cuanto a
su naturaleza, muy poco conocida, sólo se sabe que se alimenta de las miasmas
del agua del mar -es decir, del plancton- y, no estando sujeta a ninguna clase
de represión sexual, se reproduce libremente por esporas.
Perucho, Juan