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viernes, 14 de octubre de 2016

A verse


La Voz

Junto a una biblioteca mi cuna se mecía.
Babel oscura, donde novela; ciencia, escolio,
el polvo griego con la ceniza se fundía
de los latinos. Yo era alto como un infolio.
y dos voces me hablaban. Una firme, atrevida:
"La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
yo puedo (y tu placer nunca tendrá medida)
hacerte un apetito de igual envergadura."
Y la otra: "¡Ven! ¡Oh, ven a viajar en los sueños,
fuera de lo posible y de lo conocido!"
Y ésta cantaba como el viento de las playas,
fantasma nadie sabe de qué lugar venido,
que a la vez que lo aterra, acaricia el oído.
Y yo respondí: "¡Sí! ¡Dulce voz!" De ese día
data lo que ¡ay! se puede llamar la llaga mía
y mi fatalidad. De la enorme existencia
tras de los decorados, y en su hondura sombría,
veo distintamente singulares visiones,
y, víctima extasiada de mi clarividencia,
arrastro en pos serpientes, que muerden mis talones.
Y es desde ese momento que, igual a los profetas,
amo tan tiernamente el desierto y el mar;
que en los duelos me río y que lloro en las fiestas,
y el más amargo vino me es dulce de gustar;
que a menudo las cosas disputo por ensueños,
y por mirar al cielo, caigo en un pozo a poco.
Mas la Voz me consuela y dice: "Ten tus sueños;
¡no los consigue el Sabio tan bellos como el loco!"

Charles Baudelaire