En cierto reino, allá en los
confines de la tierra, en el más remoto de los países, vivía un zar muy
poderoso. Este zar tenía un valiente arquero, y este arquero tenía un corcel
maravilloso.
Un día fue el arquero de caza al
bosque, montado en su maravilloso corcel. Cabalgando por un ancho camino,
encontró una pluma de oro del pájaro de fuego, que resplandecía como el sol.
-No cojas esa pluma -le advirtió
el corcel-, porque si la coges, lo lamentarás.
El arquero se quedó pensativo,
sin saber si recoger o no la pluma. Si la cogía y se la llevaba al zar, quizá
obtuviera una buena recompensa. ¿Y a quién no le halaga la benevolencia real?
El arquero no siguió el consejo
de su corcel. Cogió la pluma del pájaro de fuego y se la ofreció al zar.
-¡Gracias! -dijo el zar-. Pero ya
que has conseguido una pluma, consígueme el pájaro entero. Y si no lo haces, se
encargará mi espada de dejarte la cabeza arrancada.
Llorando amargamente, el arquero
fue a la cuadra donde estaba su corcel maravilloso.
-¿Por qué lloras, mi amo?
-Porque el zar me ha ordenado que
le traiga el pájaro de fuego.
-Ya te dije yo que no cogieras la
pluma, porque te arrepentirías. Pero bueno, no temas ni te aflijas. Esto no es
lo peor. Lo peor está por delante. Anda y pídele al zar que, para mañana, mande
esparcir por todo el campo cien sacos de granos de trigo.
El zar ordenó que fueran
esparcidos por el campo cien sacos de granos de trigo.
Al día siguiente, el valiente
arquero fue a aquel campo antes del amanecer, dejó suelto su caballo y él se
escondió detrás de un árbol. De pronto, empezó a rumorear el bosque, y se
agitaron las olas del mar: era el pájaro de fuego, que llegaba volando. Luego
se posó en tierra y empezó a picotear los granos de trigo. El corcel
maravilloso fue entonces aproximándose a él, hasta que le pisó un ala y luego
la mantuvo con fuerza con un casco. El valiente arquero salió corriendo de
detrás de su árbol, ató al pájaro con unas cuerdas, montó a caballo y galopó
hacia palacio, donde le ofreció al zar el pájaro de fuego.
El zar se puso muy contento al
verlo, le dio las gracias al arquero, le ascendió, pero a renglón seguido le
encomendó una empresa más difícil todavía:
-Puesto que has sido capaz de
traerme el pájaro de fuego, tráeme ahora una novia. Allá en los lugares más
remotos, en el extremo del mundo donde nace el sol resplandeciente, vive la
zarevna Vasilisa: con ella quiero casarme. Si logras traérmela, la recompensa
será cuantiosa; si no, se encargará mi espada de dejarte la cabeza arrancada.
Llorando amargamente, el arquero
fue a la cuadra donde estaba su corcel maravilloso.
-¿Por qué lloras, mi amo?
-Porque el zar me ha ordenado que
le traiga a la zarevna Vasilisa.
-No llores ni te aflijas, porque
esto no es lo peor. Lo peor está por delante. Anda y pídele al zar una tienda
con la cúpula de oro y toda clase de provisiones y bebidas para el camino.
El zar le dio al arquero las
provisiones, las bebidas y la tienda con la cúpula de oro.
El arquero montó en su
maravilloso corcel y partió hacia los confines de la tierra. Cabalgando -no sé
si mucho o poco tiempo-, llegó hasta el extremo de la tierra, donde el sol
resplandeciente emerge del mar azul, y vio a la zarevna Vasilisa bogando sobre
el mar azul en lancha de plata con remo de oro.
Soltó el arquero a su corcel,
para que pastara y retozara en los prados verdes, y él se puso a montar la
tienda con cúpula de oro. Luego distribuyó los manjares y las bebidas, y se
sentó a comer mientras esperaba a la zarevna Vasilisa.
La zarevna Vasilisa, que vio
desde lejos la cúpula de oro, guió su lancha hasta la orilla, saltó a tierra y
se quedó admirando la tienda.
-Salud te deseo, zarevna Vasilisa
-dijo el arquero-. Bienvenida seas: acepta el pan y la sal, y prueba si quieres
vinos de otras tierras.
La zarevna Vasilisa entró en la
tienda. El arquero y ella estuvieron bebiendo, comiendo y charlando. Pero una
copa de vino extranjero se le subió a la cabeza a la zarevna, que se quedó
profundamente dormida.
El arquero llamó con un grito a
su corcel maravilloso, que acudió al instante, luego desmontó la tienda de cúpula
de oro, montó en su corcel maravilloso llevando a la zarevna Vasilisa dormida,
y se lanzó al camino, tan raudo como una flecha disparada por un arco.
Compareció ante el zar, que
cuando vio a la zarevna Vasilisa, se llevó una gran alegría, agradeció al
arquero sus buenos servicios, le recompensó espléndidamente y le dio un alto
cargo.
La zarevna Vasilisa se despertó,
comprendió que se encontraba muy lejos del mar azul, se puso a llorar y, de
tanta aflicción, hasta se le marchitó el color de la cara. Por muchos esfuerzos
que hacía el zar para consolada, todo era inútil. Y cuando el zar quiso casarse
con ella, la zarevna contestó:
-Manda al que me trajo aquí que
vaya hasta el mar azul. En medio del mar hay una roca, y debajo de esa roca
está guardado mi vestido de desposada. ¡Sin ese vestido, no me caso!
El zar llamó inmediatamente al
arquero.
-Tienes que ir en seguida hasta
el extremo de la tierra, donde sale el sol resplandeciente. En el mar hay una
roca, y debajo de esa roca está guardado el vestido de desposada de la zarevna
Vasilisa. Sácalo de allí y tráelo: ya es tiempo de celebrar la boda. Si lo consigues,
la recompensa será aún mayor que las otras veces. Si no, se encargará mi espada
de dejarte la cabeza arrancada.
Llorando amargamente, el arquero
fue a la cuadra donde estaba su corcel maravilloso. «Ahora no me salvo de la
muerte», pensaba.
-¿Por qué lloras, mi amo?
-preguntó el corcel.
-Porque el zar me ha mandado
traer del fondo del mar el vestido de desposada de la zarevna Vasilisa.
-¿No te advertí yo que no
cogieras la pluma de oro, porque te arrepentirías? Pero bueno, no temas: esto
no es lo peor. Lo peor está por delante. Anda, monta y vamos hacia el mar azul.
Cabalgando -no sé si poco o
mucho-, llegó el valiente arquero al extremo de la tierra y se detuvo al borde
mismo del mar. El corcel maravilloso vio un enorme cangrejo de mar deslizándose
por la arena, y le puso uno de sus pesados cascos sobre una pinza.
-No me quites la vida -dijo
entonces el cangrejo-, y haré que se cumplan tus deseos.
Contestó el corcel:
-En medio del mar hay una roca, y
bajo esa roca está guardado el vestido de desposada de la zarevna Vasilisa. Necesito
ese vestido.
El cangrejo lanzó entonces un
grito que se escuchó sobre el mar entero. Inmediatamente, se agitaron las aguas
azules y desde todas partes acudieron hacia la orilla multitudes de cangrejos,
grandes y pequeños. El jefe que los había llamado les dio una orden, y todos
volvieron al agua. Una hora después, sacaron del fondo del mar, de debajo de la
roca, el vestido de desposada de la zarevna Vasilisa.
El valiente arquero compareció
ante el zar con el vestido de desposada de la zarevna Vasilisa, pero también esta
vez puso ella una objeción.
-No me casaré contigo -le dijo al
zar- mientras no ordenes a este arquero que se bañe en agua hirviendo.
El zar ordenó llenar un gran
caldero de agua, calentada todo lo posible y arrojar al arquero al agua
hirviendo. Cuando todo estuvo dispuesto y el agua hervía a borbotones, trajeron
al desdichado arquero. «¡Esto sí que no tiene remedio! -se decía-. ¿Por qué
recogería yo la pluma de oro del pájaro de fuego? ¿Por qué no le haría caso a
mi caballo?» y precisamente al acordarse de su corcel maravilloso, le dijo al
zar:
-Señor y soberano: permite que me
despida de mi caballo antes de morir.
-Bueno. Puedes ir.
Llorando amargamente, llegó el
valiente arquero a la cuadra donde estaba su corcel maravilloso.
-¿Por qué lloras, mi amo?
-Porque el zar ha ordenado que me
bañe en agua hirviendo.
-No llores ni te aflijas, porque
saldrás con vida -le dijo el corcel.
Y pronunció un conjuro para que
el agua hirviendo no dañara su blanca piel.
Volvió el arquero de la cuadra, y
unos hombres le agarraron al instante y le arrojaron al caldero. Se zambulló
una vez, luego otra y salió tan campante, pero, además, estaba mucho más guapo
y mejor plantado que antes. Tanto, que no se podría pintar ni describir.
Viendo el zar lo mucho que había
ganado, quiso también probar y, como un estúpido, se zambulló en el caldero,
donde se coció en un instante.
El zar fue enterrado y la gente
eligió en su lugar al valiente arquero, que se casó con la zarevna Vasilisa, y
vivió con ella largos años en amor y armonía.
A. N. Afanasiev