Objectius de la Fundació Folch i Torres
Aplegar i conservar en un
Arxiu-Museu accessible al públic i als estudiosos les obres i el material
bibliogràfic dels cinc germans Folch i Torres, Manuel, Lluís, Josep Maria,
Ignasi i Joaquim.
Difondre el coneixement de l'obra
dels cinc germans, així com de la seva personalitat i acció en el camp de les
lletres, les arts i la pedagogia.
Promoure estudis i assaigs sobre
la seva obra o altres aspectes de la seva personalitat.
Organitzar actes culturals
públics relacionats amb la seva obra o sobre temes afins, especialment en el
marc del castell de Plegamans, on es troba l'Arxiu-Museu.
Contribuir així al coneixement de
la història literària i artística de la fi del segle XIX i la primera meitat
del segle XX a Catalunya, en el qual van participar eficaçment els cinc
germans.
El misterio de Shakespeare
El misterio de Shakespeare
Todo sucedió en una de aquellas
ciudades pioneras del viejo Oeste, en las que la bebida provocaba más de una
disputa que luego se dirimía por las armas. Los vaqueros de las praderas eran
hombres rudos y duros, pero nunca estúpidos; de hecho, algunos estaban incluso
bastante bien educados. Un hecho fácilmente demostrable si tenemos en cuenta
sus objetos de discusión.
Un día, en el bar del hotel de la
ciudad, un grupo de hombres discutían sobre Shakespeare, en particular sobre el
enigmático problema de si había sido realmente el Bardo quien había escrito
todas las obras que se le atribuían, o si éstas eran en realidad obra de
Francis Bacon. Ambos bandos tenían sus defensores, y a medida que la tarde fue
avanzando y la bebida fluyó con libertad, la discusión se fue caldeando.
Algunos de los participantes
perdieron la compostura, y en consecuencia empezaron a apuntarse con sus
revólveres los unos a los otros. En todo caso, antes de que perdieran la cabeza
por completo, un hombre franco salió de entre el grupo y dijo que no se trataba
de un dilema que pudiera resolverse con las armas sino mediante arbitraje.
Los demás aceptaron su propuesta,
volvieron a guardar los revólveres en sus respectivas fundas, y empezaron a
buscar un árbitro. Transcurrido cierto tiempo, consiguieron ponerse de acuerdo
sobre cuál iba a ser el hombre apropiado para semejante función.
El árbitro seleccionado fue un
irlandés que había permanecido tranquilamente sentado en el bar, fumando y sin
decir una palabra mientras rugía el debate, circunstancia que debió de revelar
lo apropiado de su carácter para la tarea.
Aceptando tomar parte como juez y
jurado, el hombre continuó sentado, fumando tranquilamente mientras cada bando
le presentaba formalmente sus argumentos. Cuando todos hubieron terminado su
exposición, el irlandés permaneció en silencio durante un rato, y después habló
pausadamente.
-Bueno, caballeros -dijo con un
acento tan espeso como cualquier otro surgido de Irlanda-, mi decisión es la
siguiente: esas obras en disputa no fueron escritas por Shakespeare, ¡sino por
otro autor que se llamaba igual!
(Bram Stoker)