¿La aldea de Pouldreuzic llegaría a conocer alguna vez un período de paz? Desde hacía ya muchos lustros se hallaba desgarrada por el enfrentamiento entre los clericales y los radicales, entre la escuela libre de los Hermanos y la comunidad laica, entre el cura y el maestro. Las hostilidades, que se revestían con los colores de las estaciones, llegaban a adquirir tonalidades legendarias cuando se acercaban las fiestas de fin de año. Por razones prácticas se celebraba la Misa de Gallo el día 24 de diciembre a las seis de la tarde. Y a esa misma hora el maestro, disfrazado de Papá Noel, distribuía juguetes a los niños de la escuela laica. De esta forma el Papá Noel se convertía en un héroe pagano, radical y anticlerical al que el cura contraponía el Niño Jesús de su Belén animado -célebre en todo el cantón- del mismo modo que se arroja un chorro de agua bendita a la cara del diablo.
Sí... ¿Sería verdad que Pouldreuzic iba a conocer al fin una tregua? El maestro se había jubilado y había sido sustituido por una maestra que no era de aquella región y a la que todo el mundo observaba para saber de qué pie cojeaba. La señora Oiselin, madre de dos niños -el más pequeño de sólo tres meses de edad-, estaba divorciada y eso era como un estandarte de fidelidad laica. Pero el partido clerical triunfó desde el primer domingo cuando vieron que la nueva maestra hacía una ostentosa entrada en la iglesia.
Las cartas parecían echadas. Aquel año no habría árbol de Navidad sacrílego a la hora de la Misa de Gallo y el cura sería el único amo del terreno. Por eso la sorpresa fue todavía mayor cuando la señora Oiselin anunció a sus alumnos que nada cambiaría de la tradición y que Papá Noel distribuiría sus regalos a la hora habitual. ¿A qué juego jugaba? ¿Y quién iba a hacer el papel de Papá Noel? El cartero y el guarda forestal, en los que todos pensaron al instante, dadas sus opiniones socialistas, afirmaban que ellos por su parte no sabían nada. Y la sorpresa general llegó al colmo cuando se supo que la señora Oiselin prestaba su hijo pequeño al cura para que hiciera de Niño Jesús en su Belén animado.
Al comienzo todo marchó bien. El pequeño Oiselin dormía con los puñitos cerrados cuando los fieles desfilaron ante el Portal con los ojos acerados por la curiosidad. La mula y el buey -una mula de verdad y un buey de verdad- parecían enternecidos ante aquel bebé laico tan milagrosamente metamorfoseado en Salvador.
Pero por desgracia el niño comenzó a inquietarse a partir del Evangelio y se puso a berrear en el mismo momento en que el cura subía al púlpito. Nunca se había oído una voz de bebé tan potente. La muchachita que hacía de Virgen María lo acunó contra su escuálido pechito, pero todo fue en vano. El chiquillo, rojo de ira, pataleando y moviendo los brazos, hacía retumbar las bóvedas de la iglesia con sus furiosos alaridos y el cura no podía lograr que se oyera una sola de sus palabras.
Por fin llamó a uno de los monaguillos y le dio un recado al oído. El chaval, sin quitarse siquiera la sobrepelliz, salió a la calle y en la iglesia pudieron oír el ruido de sus zuecos que se alejaban.
Unos minutos después, la mitad clerical de la aldea, congregada en aquella nave, tuvo una visión inaudita que se inscribe para siempre en la leyenda dorada del país de la mojigatería. Pudo verse al mismísimo Papá Noel irrumpir en la iglesia. Con grandes pasos se dirigió hacia el Portal. Luego apartó su gran barba de algodón blanco, se desabrochó su casaca roja y tendió un generoso seno al Niño Jesús, que se calmó al instante.
Michel Tournier