Una polilla macho, joven e impresionable, hizo de una estrella el blanco de todos sus afanes. Se lo contó a su madre y ésta le aconsejó que más le valía dirigir todos sus afanes a la farola de un puente. «Las estrellas no sirven para que una vuele a su alrededor -arguyó la madre-, las lámparas sí que sirven para eso.» «Sólo así llegarás lejos -dijo el padre de la polilla-. Persiguiendo estrellas no se va a ninguna parte.» Pero la polilla no hizo caso a los consejos de sus padres.
Todas las tardes, al caer el sol, cuando la estrella aparecía, la polilla salía volando hacia ella y por las mañanas, al alba, regresaba arrastrándose a casa, agotadas las fuerzas por su vana empresa. Cierto día, su padre le dijo: «Llevas meses sin quemarte ni siquiera un ala, muchachito, y a mí me parece que así nunca vas a conseguirlo. Todos tus hermanos se han chamuscado de lo lindo volando alrededor de las farolas y todas tus hermanas se han achicharrado como es debido volando alrededor de las lámparas de las casas. ¡Sal de aquí ahora mismo y ve a que te abrasen! ¡Hay que ver, una polilla joven y fornida como tú sin una sola marca en el cuerpo!»
La polilla abandonó la casa de su padre, pero se negó a volar alrededor de las farolas y de las lámparas de las casas. Siguió tratando de alcanzar la estrella, que se encontraba a cuatro años luz y medio, es decir, a veinticinco billones de kilómetros de distancia. La polilla creía que la estrella estaba prendida en las ramas más altas de un olmo. Nunca alcanzó la estrella, pero siguió intentándolo noche tras noche, y cuando llegó a ser una polilla muy, pero que muy vieja, empezó a creer que había alcanzado la estrella y fue por ahí diciéndoselo a todo el mundo. Esto le produjo un placer muy hondo y duradero y vivió muchísimos años. Sus padres y todos sus hermanos se quemaron cuando aún eran jóvenes.
Moraleja: Quien vuela lejos del dominio de la pena durará mucho y tendrá una vida plena.
James Thurber