De la naturaleza de los dioses (2)
El dios o quiere eliminar los males y no puede, o puede y no quiere, o ni quiere ni puede, o quiere y puede. Si quiere y no puede es débil, lo que no le corresponde a un dios; si puede y no quiere, es envidioso, lo que es igualmente ajeno a un dios; si ni quiere ni puede, es envidioso y débil, y, en consecuencia, tampoco es un dios; si quiere y puede -que es lo único acorde con un dios-, ¿de dónde proceden entonces los males, y por qué no los elimina?
El dios o quiere eliminar los males y no puede, o puede y no quiere, o ni quiere ni puede, o quiere y puede. Si quiere y no puede es débil, lo que no le corresponde a un dios; si puede y no quiere, es envidioso, lo que es igualmente ajeno a un dios; si ni quiere ni puede, es envidioso y débil, y, en consecuencia, tampoco es un dios; si quiere y puede -que es lo único acorde con un dios-, ¿de dónde proceden entonces los males, y por qué no los elimina?
Disputaciones tusculanas (1)
La realidad es que esos hombres, que no poseían aún el conocimiento de la ciencia de la naturaleza que se empezó a estudiar muchos años más tarde, solamente se hallaban convencidos de cuanto habían aprendido de las sugerencias de la naturaleza, pero carecían aún de las explicaciones racionales de las cosas y a menudo se dejaban impresionar por ciertas visiones, especialmente las nocturnas, que les inducían a creer que quienes habían abandonado la vida seguían viviendo.
Lo mismo sucede con los dioses: el argumento más sólido que puede aducirse para creer en su existencia es, en mi opinión, que no existe ningún pueblo tan salvaje, ni nadie que sea tan bárbaro, que no haya albergado en su mente una idea de la divinidad -es cierto que muchos tienen opiniones erróneas sobre los dioses, y ello suele ser el resultado de unas costumbres degradadas; no obstante, todos los hombres creen en la existencia de una fuerza y una naturaleza divinas, convicción que no viene originada por conversación o consenso humano, ni ha recibido el apoyo de las instituciones y las leyes; ahora bien, en toda cuestión, el consenso de todos los pueblos debe ser considerado una ley de la naturaleza- ¿Quién hay que no llore la muerte de sus seres queridos sobre todo porque los considera privados de las ventajas de la vida? Elimina esta creencia y eliminarás el luto. Es evidente que nadie se aflige porque haya recibido un daño personal, es posible que sufra y se angustie, pero aquellos lamentos tristes y las lágrimas de aflicción nacen del pensamiento de que la persona que amamos ha sido privada de las ventajas de la vida y de que sentimos su pérdida, y estos sentimientos nos los inspira la guía de la naturaleza, no razonamiento o doctrina alguna.
Cicerón