Toda ansia de enriquecerse nace de la creencia de que le falta a uno algo y no importa cuánto es lo que falta.
Para vivir, lo mismo que para nadar, es mejor el que está más libre de todo lastre.
Yo sé que los dioses aventajan a los hombres sobre todo en el hecho de que no necesitan de cosa alguna para su uso personal; así, pues, aquel de nosotros que precise de lo menos posible, es el más semejante a un dios.
El poeta Sófocles, émulo de Eurípides, al que sobrevivió, alcanzó una vejez muy avanzada. Como su propio hijo lo acusase de demencia, alegando que ya no estaba en sus cabales a causa de su edad, se dice que presentó ante el tribunal su Edipo en Colono, la más excelsa de sus tragedias, que casualmente estaba componiendo en aquellos momentos. La leyó a los jueces y no añadió más en defensa suya, sino que se atreviesen a condenarlo por demente, si no les gustaban aquellos versos, compuestos en su vejez. Entonces, según tengo entendido, todos los jueces se pusieron en pie ante un poeta tan grande y lo ensalzaron con las más entusiastas de las alabanzas, por la maestría del argumento y la trágica grandeza literaria, hasta el punto de que faltó muy poco para que condenaran por loco al propio acusador.
Apuleyo