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martes, 20 de junio de 2017

Museo de la ciudad de Antequera

      

De Napeo a Creníades

Tú sabes que yo cargué mi burra con higos y pasteles de frutas. Pues bien, la fui guiando hasta que conseguí vender la mercancía a uno de mis clientes. Luego, un in­dividuo me acompañó hasta el teatro y, tras acomodarme en un buen lugar, me embelesó con diversas demostraciones. La mayoría de éstas no las retuve en la memoria, pues, en efecto, soy poco diestro para recordar y contar tal género de cosas, pero hubo una en particular que, al yo verla, me dejó boquiabierto y casi sin habla: un cierto tipo avanza hasta el centro, coloca una mesa de tres pa­tas y, sobre ésta, tres platitos. Después debajo de éstos deslizó unos pequeños cantos rodados de color blanco, co­mo los que habitualmente se encuentran en las orillas de los torrentes. Luego, unas veces aparecía cada guijarro debajo de cada recipiente, otras -sin saber yo cómo ­estaban todos bajo uno solo y, finalmente, desaparecieron todos de debajo y surgieron en su boca. Una vez que se los hubo tragado, hizo salir a la pista a los espectadores que estaban más cercanos y le quitó uno de la nariz al primero, otro del oído al segundo y otro de la cabeza  a un tercero. Tras haberlos recuperado, los hizo desaparecer de nuevo de nuestra vista. Este hombre aventaja por la habilidad de sus manos a Euríbates de Ecalia, del que tanto hemos oído. Ojalá no aparezca por mi terruño una criatura semejante, pues no podría ser capturada por na­die y, después de haberme quitado todas las provisiones que hay en el interior de casa, pondría punto final a su tarea con las del campo.

Alcifrón