De Napeo a Creníades
Tú sabes que yo cargué mi burra con higos y pasteles
de frutas. Pues bien, la fui guiando hasta que conseguí vender la mercancía a
uno de mis clientes. Luego, un individuo me acompañó hasta el teatro y, tras
acomodarme en un buen lugar, me embelesó con diversas demostraciones. La
mayoría de éstas no las retuve en la memoria, pues, en efecto, soy poco diestro
para recordar y contar tal género de cosas, pero hubo una en particular que, al
yo verla, me dejó boquiabierto y casi sin habla: un cierto tipo avanza hasta el
centro, coloca una mesa de tres patas y, sobre ésta, tres platitos. Después
debajo de éstos deslizó unos pequeños cantos rodados de color blanco, como los
que habitualmente se encuentran en las orillas de los torrentes. Luego, unas
veces aparecía cada guijarro debajo de cada recipiente, otras -sin saber yo
cómo estaban todos bajo uno solo y, finalmente, desaparecieron todos de debajo
y surgieron en su boca. Una vez que se los hubo tragado, hizo salir a la pista
a los espectadores que estaban más cercanos y le quitó uno de la nariz al
primero, otro del oído al segundo y otro de la cabeza a un tercero. Tras haberlos recuperado, los
hizo desaparecer de nuevo de nuestra vista. Este hombre aventaja por la habilidad de sus manos a Euríbates de Ecalia, del
que tanto hemos oído. Ojalá no aparezca por mi terruño una criatura
semejante, pues no podría ser capturada por nadie y, después de haberme
quitado todas las provisiones que
hay en el interior de casa, pondría punto final a su tarea con las del campo.
Alcifrón