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viernes, 16 de junio de 2017

Art en Punt


Preocupaciones de un jefe de familia

Algunos dicen que la palabra Odradek es de origen eslovaco, y sobre esta base tratan de explicar su etimología. Otros, en cambio, creen que es de origen alemán y sólo presenta influencia eslovaca. La imprecisión de ambas interpretaciones permite suponer, sin equivo­carse, que ninguna de las dos es verdadera, sobre todo porque nin­guna de las dos nos revela que esta palabra tenga algún sentido.
Naturalmente, nadie se ocuparía de estos estudios, si no existiera en realidad un ser que se llama Odradek. A primera vista se asemeja a un carrete de hilo, chato y en forma de estrella, y en efecto, también parece que tuviera hilos arrollados; por supuesto, sólo son trozos de hilos viejos y rotos, de diversos tipos y colores, no sólo anudados, sino también enredados entre sí. Pero no es solamente un carrete, porque en medio de la estrella emerge un travesañito, y sobre éste, en ángulo recto, se inserta otro. Con ayuda de esta última barrita, de un lado, y de uno de los rayos de la estrella del otro, el conjunto puede erguirse como sobre dos patas.
Uno se siente inducido a creer que esta criatura tuvo en otro tiempo alguna especie de forma inteligible, y ahora está rota. Pero esto no parece comprobado; por lo menos, no hay nada que lo de­muestre; no se ve ningún agregado, o superficie de rotura, que co­rrobore esta suposición; es un conjunto bastante insensato, pero den­tro de su estilo, bien definido. De todos modos, no es posible un es­tudio más detallado, porque Odradek es extraordinariamente ágil, y no es posible apresarlo.
Se esconde alternativamente en la buhardilla, en la caja de la es­calera, en los corredores, en el vestíbulo. A veces no se lo ve durante meses: seguramente se ha mudado a otra casa; pero siempre vuelve, fielmente, a la nuestra. A menudo, cuando uno sale por la puerta y lo encuentra apoyado justamente debajo de uno en la escalera, siente deseos de hablarle. Naturalmente, uno no le hace una pregunta difícil, más bien lo trata -su tamaño diminuto es tal vez el motivo- como a un niño.
-Bueno, ¿cómo te llamas?
-Odradek  -dice él.
-¿Y dónde vives?
-Domicilio desconocido  -dice, y ríe; claro que es la risa de al­guien que no tiene pulmones. Suena más o menos como el susurro de las hojas caídas.
Y así termina generalmente la conversación. Por otra parte, no siempre responde; a menudo se queda mucho tiempo callado, como la madera de que parece estar hecho.
Ociosamente, me pregunto qué será de él. ¿Puede ocurrir que se muera? Todo lo que se muere tiene que haber tenido alguna especie de intención, alguna especie de actividad, que lo haya gastado; pero esto no puede decirse de Odradek. ¿Será posible entonces que siga rodando por las escaleras y arrastrando pedazos de hilo ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? Evidentemente, no hace mal a nadie; pero la suposición de que pueda sobrevivirme me resulta casi dolorosa.

Franz Kafka