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domingo, 18 de junio de 2017

Dólmenes de Antequera


Androcles y el león

Hace unos dos mil años, vivía en Roma un esclavo llamado Androcles. Era un hombre menudo, afable y tímido, a quien inspiraba gran terror su cruel amo que solía repartir azotes entre los esclavos por la menor falta. Androcles no era feliz trabajando para ese señor, y, un buen día, cuando viajaba con él por África, emprendió la fuga rápidamente.
Androcles corrió hacia la selva, donde sabía que nadie le buscaría. Descalzo, cubierto sólo con la breve túnica de los esclavos romanos y sin arma alguna, corrió y corrió sin parar. Hacia el anochecer, cayó agotado en la entrada de una cueva y se durmió. Cuando despuntaba la aurora, un rugido terrorífico que retumbó por toda la cueva haciéndola temblar como si hubiese tenido lugar un terremoto, despertó a Androcles. Éste casi murió de pánico al divisar ante la abertura un gigantesco león que rugía sin cesar. 
El león prosiguió rugiendo sin avanzar ni retroceder. Androcles esperaba morir entre sus fauces de un momento a otro: pero, de pronto, observó que una de las zarpas del león estaba sangrando.
"Tal vez ruja de dolor, la pobre bestia", dijo para sus adentros. Con gran lentitud y suavidad se acercó al león para ver lo que hacía sangrar la pata.
 Descubrió en seguida una gran astilla hincada en la parte mollar de la zarpa, lo cual debía causar mucho dolor al pobre animal. Androcles empezó a decirle palabras tranquilizadoras, como haríamos con un niño cuando le duele algo. "Procuraré ayudarte", dijo suavemente. Y levantando la pata herida, tiró con mucho, con muchísimo cuidado, de la astilla. El león pareció entender que Androcles intentaba socorrerle, y cuando salió la astilla, lamió el rostro de Androcles con su enorme lengua, rasposa y húmeda.
Androcles y el león se hicieron muy buenos amigos. Vivieron juntos y lo compartieron todo como hermanos. El león fue a cazar ciervos y conejos, Androcles fue a pescar en arroyos y lagos, y recogió bayas de los arbustos. Cada tarde, los dos compañeros repartieron su botín. El león se habituó a comer bayas, como Androcles, y las saboreó casi con tanto placer como la carne de ciervo.
Y los años transcurrieron felices para ambos, amigos.
Un día, cuando Androcles se encontraba solo en la cueva, pasó por allí una patrulla de soldados romanos que buscaban esclavos fugitivos. Le capturaron nada más verlo y se lo llevaron consigo.
Por aquellos días, cuando se apresaba a un esclavo fugitivo, lo usual era echarlo al circo, con las bestias salvajes. Así, pues, Androcles, encadenado en una mazmorra, aguarda ese cruel destino.
Uno de los espectáculos preferidos en la antigua Roma era la lucha entre bestias salvajes sobre la arena del circo. Unas veces, se enfrentaban dos leones contra dos tigres u osos, otras, un hombre armado contra el ser irracional, y, por fin, otras, un hombre indefenso ante la bestia carnicera.
Para mantener bien alimentados a esos animales se les echaban esclavos fugitivos.
Por fin, llega el día en que Androcles debía ser arrojado a los leones. La nerviosa muchedumbre romana, muy aficionada a los espectáculos crueles, llenaba el circo para presenciar la interesante escena. Androcles fue conducido a la arena por una galería, y por otra surgía un león fiero y hambriento.
Androcles cerró los ojos y luego se arrodilló para recibir la muerte. Pero cual no sería el asombro de la delirante multitud cuando el león en lugar de hacerle pedazos en el acto, trotó hacia él, le lamió por todas partes y saltó de alegría como un enorme perro!  ¡Era el león de Androcles que exteriorizaba su júbilo al dar inesperadamente con su amigo!
La masa aulló de entusiasmo. Todos creyeron que Androcles era un mago capaz de domesticar leones hambrientos, y exigieron que le pusieran en libertad. Androcles compareció ante el emperador, quien le devolvió la libertad y le ofreció satisfacer cualquiera de sus deseos. "Cesar -dijo Androcles, haciendo una profunda reverencia-, ¿Puede acompañarme mi amigo, el león?" El emperador ordenó que también se le liberara. Todos acudieron a presenciar la marcha de Androcles, quien escoltado por el león atravesó el gran mercado de Roma y abandonó la ciudad. Juntos regresaron a los bosques, donde vivieron tan felices como antaño.

Anónimo