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miércoles, 28 de junio de 2017

Museo de Armería de Álava


El rey y el juglar

Léese de un rey que tenía un hijo y ninguno más, el cual aunque era un joven muy valiente y fuerte y sabio y entendido en todas las cosas, siendo el mencionado rey -su padre- ya viejo, murió. De cuya muerte tuvo el rey tanto dolor y tristeza, que no lo podía soportar. Y como hombre loco y fuera de sí estaba encerrado en su habitación; ni podía ser consolado por sus amigos ni recibía alegría ninguna de cuantos placeres y favores le hacían. Como oyese esto un juglar que vivía en su reino, se fue hacia la corte de dicho rey y pidió que se lo dejasen ver. Pero como los sirvientes no le dejasen y lo despachasen, buscó alguna manera para poder entrar y les dijo: -Sabed que vengo del Paraíso y hablé con el hijo del rey, al cual traigo noticias y un mensaje de su parte.
Como fuese esto dicho al rey y lo supiese, mandó que lo dejasen entrar hasta donde él estaba. El juglar, saludando al rey, dijo: -Señor, fui al Paraíso a castigar a Dios y le dije que no sabía regir el mundo e hice contra Él un discurso y argumento muy duro, diciéndole así: «Sucede que en un linaje habrá un hombre mal enseñado y será tal que deshonre, y será un oprobio para todo su linaje, y que destruya todas las heredades de sus parientes y los bienes y las gaste en cosas torpes, y la muerte no le afectará ni se preocupará de él. Habrá otro muy discreto y bueno, que ensalzará y honrará a todo su linaje y vendrá pronto la muerte a golpearlo. Lo mismo sucede cuando te pedimos lluvias y nos dais tantas que nos queréis hundir. Si pedimos sequía, nos dais agua y si pedimos agua, no nos dais lluvia, y así parece que no sabéis regir el mundo.» Entonces dijo el rey al citado juglar: -Pues, ¿qué te respondió Dios?
Dijo el juglar: -Me preguntó si tenía algún huerto en el  cual hubiese muchos árboles y le respondí que sí. Y me dijo  Dios: «¿Por casualidad están los frutos de esos árboles siempre maduros y buenos?» Respondí que no, mas bien unos maduran hacia la fiesta de San Joaquín, otros a mediados de agosto y otros hacia San Miguel. Pues me dijo Dios entonces: «Has de saber que el mundo es así como el huerto, en el cual son los hombres como los árboles. Y por ello todos los frutos no son buenos al mismo tiempo ni a mí me apetecen, si no que algunos me apetecen más temprano, otros más tarde; algunos en la juventud, otros en la madurez y algunos en la vejez. Por lo tanto, ve y dile al rey que yo cogí de mi huerto, que es el mundo, a su hijo como una manzana olorosa y si más tiempo estuviera en él, se pudriría y corrompería".
Lo cual oído por el rey, en seguida se consoló. 

Anónimo