El sudor
En el mar halla el
agua su paraíso ansiado
y el sudor su
horizonte, su fragor, su plumaje.
El sudor es un árbol
desbordante y salado,
un voraz oleaje.
Llega desde la edad del mundo más remota
a ofrecer a la
tierra su copa sacudida,
a sustentar la sed y
la sal gota a gota,
a iluminar la vida.
Hijo del movimiento, primo del sol, hermano
de la lágrima, deja
rodando por las eras,
del abril al
octubre, del invierno al verano,
áureas enredaderas.
Cuando los campesinos van por la madrugada
a favor de la esteva
removiendo el reposo,
se visten una blusa
silenciosa y dorada
de sudor silencioso.
Vestidura de oro de los trabajadores,
adorno de las manos
como de las pupilas.
Por la atmósfera
esparce sus fecundos olores
una lluvia de
axilas.
El sabor de la tierra se enriquece y madura:
caen los copos del
llanto laborioso y oliente,
maná de los varones
y de la agricultura,
bebida de mi frente.
Los que no habéis sudado jamás, los que andáis yertos
en el ocio sin
brazos, sin música, sin poros,
no usaréis la corona
de los poros abiertos
ni el poder de los
toros.
Viviréis maloliendo, moriréis apagados:
la encendida
hermosura reside en los talones
de los cuerpos que
mueven sus miembros trabajados
como constelaciones.
Entregad al trabajo, compañeros, las frentes:
que el sudor, con su
espada de sabrosos cristales,
con sus lentos
diluvios, os hará transparentes,
venturosos, iguales.
M. H.