Confusión de persona
Un humilde comerciante judío,
llamado Simón, tenía como único objetivo hacerse rico. Ahorraba cuanto podía en
su vivienda, sus ropas, sus alimentos, con extraordinaria perseverancia. Todo
le parecía demasiado bonito, demasiado caro. Incluso lo indispensable le parecía
superfluo. Llevaba una vida miserable.
Tras vivir unos treinta años en
estas condiciones -esto pasaba a finales del siglo pasado-, Simón, como había
previsto, se hizo rico. En un instante cambió de vida. Dejó de trabajar, fue al
peluquero y a la manicura, se compró ropas muy lujosas en los mejores modistos
parisinos y se fue a la
Costa Azul.
El primer día, en Niza, al salir
de un gran hotel con unos zapatos impecables, un pantalón ajustado, una
chaqueta nueva de la mejor lana escocesa, con corbata, un bastón, un sombrero,
y dirigirse hacia la
Promenade des Anglais, fue golpeado con gran violencia por un
carruaje.
El golpe era mortal. Simón yacía
en la calzada, casi sin respirar, destrozado. Curiosos compasivos rodearon al
hombre agonizante.
Y traspasado por el dolor, con
los ojos llenos de lágrimas especialmente amargas, Simón levantó su última
mirada hacia el cielo y gritó:
-¿Por qué?... ¿Por qué me has
herido hoy de muerte? Entonces, con gran sorpresa de los curiosos, las nubes se
entreabrieron y se oyó la voz de Dios, que contestó:
-Para serte sincero, Simón, no te
había reconocido.
Jean-Claude
Carrière