De cómo Julián Calvo se arruinó por segunda vez
A Alí Chumacero
I
Reconstruida, pero para el caso, como si fuese nueva. Daba gusto verla. Cuatro mil tiros a la hora, como si nada, con su abanico, su alimentador, su juego de rodillos, con sus ramas nuevas, su bancada y el motor recién pintados de gris, las tablas acabadas de barnizar. Julián Calvo se había empeñado hasta las cejas; veinticuatro meses de crédito que le concedió, sin fiador, la Wreight Paper Co., porque era español. Tardaron quince días más de los dichos en instalarla: que la grúa, que el camión, que el señor Lupe tuvo que ir a Toluca:
-¿Qué pasó?
-Pues a mí me
dijo que iba a ver a su papá que estaba malo. Hasta le dije que me saludara al
tío Alonso.
Quince días
de dormir mal y poco. Pagar las letras. Claro que aquí no tiene tanta importancia.
Pero de todas maneras... Julián Calvo era valenciano y comunista. A los quince
años de estar en México, seguía siendo ambas cosas. Tozudo.
Lo cierto,
ahí estaba la prensa. Iba a poder trabajar más y mejor. Juanito González y
Rafael Mediavilla le habían prometido que la CIMESA... Los de la Astral se
habían comprometido a darle tres libros. Benito Castroviejo haría en la
imprenta su Revista Fiduciaria y Comercial; no eran más que quinientos
ejemplares pero buenos eran.
Había que
celebrarlo. No faltaba más. Lo esperaban todos; en primer lugar, los obreros
del taller. Trajeron dos cajas de Coca-Cola, dos de cerveza, un garrafón de
ron, las botanas: carnitas -el chicharrón lo trajo don Pedro, de la Villa-, una
cazuela de mole, regalo de Rafael Porrúa, queso, barbacoa, chile y una canasta
de tortillas. Por su parte, él trajo manzanilla, salchichón, chorizo español,
hecho en Tacuba, que le vendía Rafael Gómez Izquierdo -que iba por el café-,
aceitunas y dos latas de navajas «Albo».
Antonio el
prensista le preguntó:
-¿A qué hora
va a venir el padrecito?
-¿Qué?
-Sí, patrón,
el padrecito...
-¿Qué
padrecito?
-Pues,
patrón, para bendecir la maquinita.
Se sublevó.
-¿No les da a ustedes vergüenza, o pena, como dicen, de creer todavía
en esas cosas? El clero es lo peor: el responsable directo de cómo está el
mundo.
-Así será, patroncito, ya que usted lo dice. Yo estoy de acuerdo. Pero,
ya ve usted, la costumbre...
-Pero ¿ustedes no están sindicalizados?, ¿no pertenecen a la CTM?
-¿Qué tiene que ver?
-¿Tú no perteneces a un partido? ¿No me habías dicho que eras masón?
-Sí, pero
¿qué tiene que ver, patroncito?
-¿Cómo que
qué tiene que ver? ¡Todo!
-Piénselo
bien, patrón. Aquí estamos acostumbrados a que venga el padrecito y haga su
faramalla y todos tan contentos. ¿Qué mal hay en eso?
-No habrá
ningún mal; pero lo que es en la casa de un servidor, no entra un tío vestido
de sotana.
-Pero si
vienen de civil, patrón.
-El hábito no
hace al monje. Ea, recontra, ¡que no!
-Está bueno,
patrón.
Acabaron cuanto había. Fueron luego a comprar dos botellas grandes de
tequila. Ya anochecido, el formador y dos prensistas llevaron a Julián Calvo al
«Tampico de Noche» y, después de no dar con dos casas de mala nota que uno del
suplemento de Novedades les había recomendado, acabaron por Cuauhtemotzín,
al alba. Julián Calvo estaba en la imprenta a las ocho de la mañana.
-¡Cómo es
usted, don Julián!
-Hombre, se
trabaja o no se trabaja. Bien está lo que está bien.
El prensista
no se presentó hasta dos días después.
II
Hacía quince años
que se reunían en el café Barcelona, todas las noches: Julián Calvo, hoy
impresor, ayer magistrado; Rafael Gómez Izquierdo, fabricante de chorizo y
jamón español, antes aparejador; Luis Sánchez Hernández, vendedor de agua de colonia,
ayer radiotelegrafista; Santiago Carretero Mompou, periodista, antes
topógrafo; Gabriel Balbuena, director de cine, antes ingeniero naval, y Manuel
Alemany, antes pistolero de la CNT y hoy fabricante de ladrillos en
Tlalnepantla.
-Menos mal
que no te pidieron colgar un altar con la virgen de Guadalupe, con sus
veladoras y todo.
-Claro que
intentaron ponerlo. Pero me tuvieron que oír.
-No te
arriendo las ganancias.
-Es que, para
mí, primero son las ideas.
-Las tuyas,
claro.
-Las mías,
claro, que son las buenas. Lo que pasa es que son muy atrasados.
-Y los quieres arrear en
contra de su voluntad.
-Es la única manera.
-Déjate de historias.
-Así no irás
a ninguna parte. Hay que adaptarse. ¿Que te crees que sigues viviendo en
Valencia? ¿En qué se parece? -hablaba el ladrillero-. Me recuerdas a un
comandante que tuve en el frente de Aragón, de carrera, no creas, que quería
hacerlo todo según las ordenanzas y lo que le habían enseñado en la Academia de
Zaragoza. No daba una. Hay que atemperarse, Julián. Tenemos que acomodarnos.
-Así andamos, por dejarnos
ir. Pues, no. No me da la gana. Los principios son los principios. ¿Por qué
estamos aquí?
-Pero estás aquí, pedazo de
mula.
-De acuerdo. Pero ¿por eso
voy a dejar de ser yo? Tú comes tortillas, y chile, y fríjoles y esa porquería
que llaman barbacoa y bebes pulque, que ya es el colmo. Pero yo no.
-¿Y por eso te crees
superior?
-No, hombre, no. Pero sigo
fiel a mis principios. ¿Cuándo va a entrar un cura en algo que tenga que ver
conmigo?
-Estás ciego.
-No digo que no. Pero soy el
que soy. ¿A que fuiste ayer a la boda de la hija de Alfonso Ramírez?
-Claro.
-No lo
entiendo, hombre, no lo entiendo.
-Lo cual no
quiere decir sino que eres muy bruto.
-A Dios
gracias.
-También
citas a Dios.
-Es una
manera de hablar.
-También ellos
tienen una manera de vivir.
-Bueno,
fijaos vosotros: conocéis a Alfonso Ramírez, un mexicano de peso, grado 33.
Del Partido Popular, es decir, casi comunista. Ateo, bueno ¿para qué hablar? La
chica, lo mismo.
-¿También es grado 33?
-No
fastidies. El novio, profesor de la Universidad, marxista a lo que dice. Se
casan. ¿Sabéis dónde? En plena iglesia de Santo Domingo, a la una de la tarde,
y mi bueno de Alfonso Ramírez, de chaqué, lleva a su hija hasta el altar. ¿No
os fastidia? A mí me subleva. ¿A vosotros no?
-No entiendes
lo de aquí.
-Ni quiero.
-Ahí está lo
malo. Tú no te puedes imponer.
-Yo no me
impongo.
-¿Cómo que no
te impones? Claro que te impones.
-¿A quién?
-A tus
obreros.
-¡Hombre, es
por su bien!
-Eso crees
tú.
-No lo creo:
estoy convencido. Lo que me subleva es que tú, tú un anarquista, me salgas con
ésas.
-Tal vez
porque yo vivo con mis trabajadores y tú sólo les ves en el taller a la hora de
la raya y echas rayos y centellas si faltan los lunes.
-Claro que sí.
-Al fin y al
cabo lo que te importa es que trabajen para que puedas cumplir y ganar dinero;
a ellos, eso les tiene sin cuidado. Buscan otra cosa.
-Fastidiar al prójimo.
-¡Qué
equivocado estás! ¿No te quieres dar cuenta que éste es otro mundo? ¿Dónde
vives? Aquí. Entonces, si eres socialista o comunista o lo que sea, date cuenta
y vive aquí. Que dicho sea de paso, es un país estupendo.
-Cuéntaselo a
tu abuela.
-Y a quien
sea. Mira, Julián, ¿cómo no quieres que esta gente tenga supersticiones...?
-Todo lo que
digas está bien: pero en casa de menda, no entra un cura ni por equivocación,
y menos a bendecirnos una prensa. Estaría bueno, después de lo que uno ha
pasado.
-Pero si te lo piden ellos, que son tus obreros. No olvides que eres el
patrón.
-Ya es hora de que se enteren de cómo se les engaña con esas pamemas.
-¿Crees que no lo saben?
-Claro que no
lo saben.
-Es otra cosa
más honda, señor Calvo -tercia José Luis Moriñigo, que no es de la tertulia-,
que no tiene que ver con los curas, sino con los espíritus, con la divinidad.
-Pues ahora
sí que lo ha arreglado usted: peor que peor.
-Allá tú.
-Mira: una
cochina ladrillera no es lo mismo que una imprenta.
-De acuerdo, viste menos. Y cuando encendimos el nuevo horno, vino el
padrecito, y todos tan contentos.
-Sí, y menuda borrachera.
-Sí, hombre, y no fue menuda. ¿Y qué? Además métete una cosa en la
cabeza: les encanta pedir trabajo y que no se lo den. Para que veas. Y rezan el
Padrenuestro y el Ave María al revés, hacen un nudo a cada palabra y a
los siete nudos cae la bruja a sus pies. Además, los que nacen el día de San
Juan son los que tienen más poder y mis hornos son mejores o peores según
quemen mejor o peor los diablitos que les ponen. Y me dicen: «Su merced...». ¿Y qué?
-Allá tú.
-Y me dicen:
«Dios y usted nos dan el pan, patroncito». Y me preguntan: «Dígame usted,
patrón, ¿el comunismo es bueno? Porque por ahí dicen que nos hagamos
comunistas». Entérate: al nahual le ponen alas de petate para pedirle que sus
hijos sean guapos y, si las buscas, encontrarás velas negras, para el Diablo...
III
-¿Qué pasó?
-No sé.
-Está sucia.
-Si la limpió
ayer el Güero...
-Pues que la
vuelva a limpiar.
-Es que tiene
que ir por tinta, patrón.
-¿Qué pasó
con Agustín?
-Está mala su
mamá.
-¿Quién va a
tirar la revista?
-Usted dirá,
don Julián.
-Que se ponga
Rafael.
-Tiene que
meter las correcciones del libro del Fondo.
-Entonces,
usted.
-Mire,
patroncito, yo no me encuentro nada bien.
-Pero,
hombre, haga un esfuerzo.
-Me duele el
estómago.
-¿Qué pasó?
-Se atora.
-¿No vino el
mecánico?
-Sí, señor
Julián.
-¿Y qué dijo?
-Dice que no
lo entiende, quizás es de la marcha. Yo creo que no sirve.
-El que no sirve es usted. ¡Agustín! ¡Agustín! ¿Dónde se ha metido ese
gandul? ¡Agustín! ¡Agustín!
Se desgañita.
-Salió a
almorzar.
-¿Qué pasó?
-Está mal el
registro.
-¿Por qué?
-Pues, vaya
usted a saber. Yo creo que esta máquina no sirve.
-¡Habrá que
reponerlo todo! ¡Este trabajo no se puede entregar así!
-Eso, usted
sabrá, patrón.
-¿Quién va a
pagármelo? ¡Me va a costar los ojos de la cara!
-¿Qué pasó?
-No lo sé, pero
se atora, se atora.
-Pero ¡si es
una máquina nueva!
-Sí,
patroncito, no digo que no. Pero a veces se ponen así. Hay máquinas rejegas.
-¿Y qué pasó
ahora?
-Yo creo que
lo engañaron a usted, patroncito. No hay manera. Cuando no son los platillos,
es el entinte, siempre pasa algo. Yo creo que lo engañaron a usted.
-¡Esta
máquina está bien...!
-Pos, ya ve
usted que no. Algo falla. Ni modo.
Así se
arruinó por segunda vez Julián Calvo. La primera no tuvo nada de particular:
dejó lo que tenía al salir de España, como buen soldado de su justa causa.
Ahora vende
medicinas de patente. Le va bastante bien. Tiene coche, piensa comprar una
casa en Cuernavaca.
Max Aub