Está bien
Cuando la madre de Chandra tuvo que anunciar a su esposo
que su hija estaba embarazada y que
se empecinaba en no decir quién era el padre de la criatura, todo el pueblo se
enteró de ello. Gritos y gemidos,
ruidos de golpes y súplicas
invadieron el aire tranquilo y las
ventanas abiertas. Se oyeron palabras reducidas a sollozos, preguntas furibundas,
respuestas inaudibles, luego un gran silencio roto por una exclamación:
-¡No! ¡Qué infamia!
Después de eso, el padre furioso, delante, la hija
confusa, en medio, y, detrás, la madre avergonzada escondida tras el faldón de
su sari salieron de la casa deshonrada. Se encaminaron hacia la cueva donde un
asceta vivía apartado del pueblo.
En el umbral de la cueva, lleno de maleza, el padre
insultó al anciano solitario que había osado romper su voto de castidad para
gozar sin escrúpulos de la inocente, ahora cargada con el fruto de sus hábitos
nefastos. El asceta le escuchó sin menear ni un dedo del pie de su cojín de
hierbas kusha.
-¡Ay! -dijo el padre-, debimos expulsarte del pueblo
cuando la bolsa del mercader desapareció justo cuando, supuestamente, estabas
ocupado en mendigar. Pero tuvimos la debilidad de creer que un asceta es incapaz
de cometer una mala acción como ésa. ¡Pues además de ser un ladrón has
deshonrado a esta chica y a nuestra familia! ¡Debes recibirla a tu lado! ¡Sobre
todo, no cuentes conmigo para sustentar tu hogar!
-Está bien -dijo el asceta.
Chandra se quedó de pie ante él, cabizbaja, mientras
sus padres se alejaban a grandes pasos. Tras las ventanas y las puertas
entreabiertas, todos observaban el regreso de los padres sin su hija. Ellos,
humillados, se encerraron en casa dando un portazo.
Chandra se quedó junto al asceta, quien, sin decir
palabra, la dejó instalarse al fondo de la cueva. Él colocó su cojín de
hierbas a una distancia respetuosa. La vida recobró su curso apacible. Él, sin
embargo, tomó una escudilla más grande para mendigar su pitanza cotidiana. Ahora
tenía otra boca que alimentar. Los aldeanos, indignados ante su osadía, le
daban con las puertas en las narices. Sus colectas fueron más escasas que
nunca.
El mercader robado, advertido por los padres de
Chandra de que el asceta no había desmentido su hurto, acudió sin demora a
reclamarle las rupias que le habían arrebatado.
-Está bien, aquí las tienes -dijo el asceta.
Le entregó todo el contenido de su pobre bolsa.
En cuanto dio a luz, Chandra desapareció,
abandonando al niño junto al asceta. Él se limitó a decir:
-Está bien, yo me ocuparé de ti.
Luego, tomando dos escudillas, una para su pitanza,
la otra para leche, se dirigió al pueblo para mendigar como cada día. Las
ancianas y las madres, preocupadas por el niño, se deslizaron furtivamente al
exterior para entregarle, a toda prisa, un poco de leche, antes de que los
vecinos las vieran y se lo impidieran.
En el pueblo vecino se detuvo a un ladrón de bolsas que no
era precisamente un principiante. La bolsa del mercader se encontró, por
supuesto vacía, entre las halladas en su equipaje. El mercader, confuso, acudió
para devolverle al asceta su dinero y disculparse.
-Está bien -dijo el anciano-, conserva ese dinero, es
tuyo, nunca recojo mis regalos.
El niño empezaba a sentarse cuando Chandra volvió con el
padre de la criatura. El joven se había marchado a estudiar lejos del pueblo
sin saber nada de su paternidad. Cuando había visto a Chandra en el umbral del
cuarto donde vivía, se había alegrado, porque la amaba. Ella le había contado
lo que acaba de vivir. Él había decidido acto seguido desposarla. Primero pasó
sus exámenes para que sus suegros le admitieran. Ahora acudía con ella a buscar
a su hijo. Chandra se prosternó a los pies del asceta.
-Perdóname por haberme atrevido a decir que el niño era
tuyo. ¡Estaba tan desesperada y tan asustada ante el furor de mi padre! Como ya
tenías mala reputación en el pueblo desde la desaparición de la bolsa, me era
fácil hacer creer que me habías deshonrado, que yo era inocente en cierto
modo.
-Está bien, lo entiendo -respondió el asceta.
Bendijo al niño, y se lo devolvió a sus padres sin otro
comentario.
Los padres de Chandra, terriblemente avergonzados de
haber creído a su hija y de haber insultado indebidamente a un asceta,
acudieron también a prosternarse a sus pies.
-Hombre santo -le suplicaron-, te rogamos que nos
perdones.
Él los levantó amablemente, diciendo:
-Está
bien. Quedad en paz.
Los aldeanos, confusos por haber permitido que se acusara
al asceta sin intentar llegar al fondo de la cuestión, acudieron a implorar su
perdón, cubriéndolo con toda clase de dones. Él se limitaba a murmurar:
-Está bien, gracias.
Una chiquilla que había seguido todo el asunto,
acudió a preguntarle al asceta:
-¿Por qué has permitido que los aldeanos te
cubrieran de mentiras, y por qué respondes siempre: «Está bien»?
-¿Sabes? Krishna dijo: «El sabio sería incapaz de
alegrarse en una conjetura agradable y de asustarse agitándose en una conjetura
desagradable». Todo cuanto nos ocurre es una oportunidad para progresar, un
regalo de Dios, una puerta abierta a una libertad cada vez mayor. Honra,
deshonra, injusticia, equidad, adoración o rechazo, todo esto no es más que un
juego de lo divino, olas sobre el agua que en nada modifican la realidad del
océano. Nunca te preocupes de las apariencias, aprende quién eres en Verdad y
sigue siendo Eso.
Martine Quentric-Seguy