Como todos los niños del pueblo, Neftalí se levantaba
pronto para ir al cheder. Estudiaba con más diligencia que los demás niños.
¿Por qué? Porque Neftalí estaba ansioso por aprender a leer. Había visto a los
niños mayores leyendo libros de cuentos y había sentido envidia de ellos. ¡Qué
feliz era quien podía leer un cuento en un libro!
A los seis años, Neftalí ya era capaz de leer un
libro en yiddish, y desde entonces leyó todo libro de cuentos que caía al
alcance de sus manos. Dos veces al año un vendedor de libros, llamado Reb Zebulun,
visitaba Janów, y en el saco que cargaba al hombro llevaba entre otras cosas
algunos libros de cuentos. Cada uno costaba dos groschen y, aunque la paga que
su padre le daba a Neftalí era de dos groschen semanales, conseguía ahorrar
suficiente dinero para comprar varios libros de cuentos cada temporada. También
leía las historias del Pentateuco de su madre, escritas en yiddish, y las de
sus libros de moral.
Cuando Neftalí se hizo mayor, su padre comenzó a
enseñarle a manejar los caballos. Por entonces era habitual que un hijo continuara
en el oficio de su padre. A Neftalí le gustaban mucho los caballos, pero no
sentía entusiasmo por hacerse cochero y llevar pasajeros de Janów a Lublin y de
Lublin a Janów. Quería ser vendedor de libros y llevar un morral lleno de
cuentos.
Su madre le decía:
-¿Qué hay de bueno en
ser vendedor de libros? De cargar el morral día tras día se te encorvará la
espalda y se te hincharán las piernas de tanto andar.
Neftalí sabía que su madre tenía razón y pensó mucho
en lo que haría al hacerse mayor. De improviso se le ocurrió un plan que le
pareció tan sencillo como inteligente. Conseguiría un caballo y un coche, y en
vez de llevar los libros a la espalda, los llevaría en el coche.
Su padre, Zelig, dijo:
-Un vendedor de libros no gana suficiente para
mantenerse a sí mismo, a su familia y, además, a caballo.
-Será suficiente para mí.
Una vez, cuando Reb Zebulun,
el librero, fue al pueblo, Neftalí tuvo una conversación con él. Le preguntó de
dónde conseguía los libros de cuentos y quién los escribía. El librero le contó
que había un impresor en Lublin que editaba libros, y que en Varsovia y Wilna había escritores que los escribían. Reb
Zebulun dijo que podría vender
muchos más libros de cuentos, pero que ya no tenía fuerzas para ir a pie por
todos los pueblos y aldeas y que hacerlo así no le proporcionaba suficientes
beneficios.
Reb Zebulun dijo:
-Es posible que llegue a un pueblo donde sólo haya dos o tres niños que
quieran leer cuentos. No me es rentable andar hasta allí por los pocos groschen
que pueda ganar, ni me compensa mantener un caballo o alquilar un coche.
-¿Qué hacen esos niños sin libros de cuentos? –preguntó Neftalí.
Y Reb Zebulun replicó:
-Tienen que apañarse.
Los cuentos no son como el pan. Se puede vivir sin ellos.
-Yo no podría vivir sin ellos -dijo Neftalí.
Durante esta conversación Neftalí preguntó también de dónde sacaban los
escritores todas sus historias y Reb Zebulun dijo:
-Ante todo,
en el mundo ocurren muchas cosas extraordinarias. No pasa un día sin que
suceda algo insólito. Además hay escritores que inventan esas historias.
-¿Las inventan? -preguntó Neftalí asombrado-. Si es así, son unos
mentirosos.
-No son mentirosos
-replicó Reb Zebulun-. La mente humana no puede inventar nada en
realidad. A veces leo un cuento que me parece absolutamente increíble, pero
llego a un lugar y oigo que esas cosas ocurrieron efectivamente. La mente es
creación de Dios, y los pensamientos y las fantasías humanas también son obra
de Dios. Si algo no sucede hoy, fácilmente puede suceder mañana. Si no en un
país, entonces en otro. Existen mundos infinitos y lo que no pasa en la Tierra
puede pasar en otro mundo. Todo el que tenga ojos para ver y oídos para
escuchar absorbe suficientes historias para el resto de su vida y para contar
a sus hijos y a sus nietos.
Esto fue lo que el
viejo Reb Zebulun dijo, y Neftalí escuchó sus palabras con la boca
abierta.
Finalmente, Neftalí
dijo:
-Cuando
crezca, viajaré por todas las ciudades, pueblos y aldeas y venderé libros de
cuentos en todas partes, tanto si me resulta rentable como si no.
Neftalí también había decidido algo más: hacerse
escritor de cuentos. Sabía muy bien que para ello había que estudiar, y con
todo su corazón se dispuso a aprender. También comenzó a escuchar más
atentamente lo que la gente decía, los cuentos que contaba, y su forma de
relatarlos. Cada persona tenía, ya fuera hombre o mujer, su propia manera de
expresarse. Reb Zebulun le dijo a Neftalí:
-Cuando pasa un día, ¿qué queda de él? Nada más que
una historia. Si no se contaran cuentos ni se escribieran libros, los hombres
vivirían como los animales, al día. Hoy vivimos, pero, mañana, hoy será
historia. Todo el mundo, toda la vida humana, no es más que una larga historia.
Isaac B. Singer