La
messela
En tiempos del
califa Harun-el-Raschid vivía en Bagdad -al decir de los sagrados textos- un
joven llamado Muhammed ibni Idris, bin Abbas, bin Osmam, bin Schafi, de la
estirpe de los Abd-el-Menaf, al que acabaron por llamar simplemente Imam'i
Schafi. Era este Imam'i Schafi uno de los discípulos del famoso Muftí Muslim, y
de su anciano maestro había aprendido a preferir el saber a cualquier otro bien
terreno.
Un día fue
Imam'i Schafi a bañarse, pero se encontró con que el guarda de los baños
prohibía la entrada a todo visitante
que antes no abonase un larín. Buscó el buen Schafi y rebuscó en todos los pliegues de su pretina; mas como él era un
estudiante asiduo y celoso, no sólo no encontró un larín en ella, sino ni
siquiera un ochavo de dinar. Sin afligirse por ello, propuso entonces al
guarda:
-Mira; yo no
traigo dinero alguno para pagarte la
entrada, y esto es una coincidencia muy feliz para ti, porque voy a el darte,
en cambio, una messela -como entre rabinos la masora, glosa o comentario de los
sagrados textos- que vale más que un camello cargado de piedras preciosas.
Y diciendo
esto, sacó una tablilla con la messela.
El guarda se
quedó mirándole asombrado al principio y luego se puso a bailar sobre un pie, a
reírse y escandalizar, de suerte que cuantos se encontraban en los baños
acudieron al punto y le pedían que les explicase el motivo de la risa para
poder ellos reír también. Imam'i Schafi contóles con la mayor seriedad la
propuesta que al guarda le había
hecho... y al punto empezaron todos a bailar en un pie a la rueda en torno de
él y a reír como condenados, y sujetándose el vientre para no estallar.
-¡Anda! ¿Pues
no quiere bañarse por una messela? ¡Por una exégesis de la doctrina pretende
purgar la piel! ¡Ja, ja, ja!
Imam'i Schafi,
que no acababa de comprender el porqué de aquella hilaridad, regresó a su casa
disgustado y, buscando a su maestro, díjole:
-Tú me has dicho siempre, Muftí, que una messela vale más que todos los
tesoros de Persia y, sin embargo, hoy mismo le ofrecía una al guarda de los
baños para que me dejase entrar y se echó a reír como un loco y tuve que
regresar corrido.
Sacóse entonces de su dedo el sabio Muftí Muslim ibni Halida una sortija
que el mismo califa le había regalado, y entregándosela al discípulo, díjole:
-Vete al
departamento del bazar en donde los zapateros trabajan y ofréceles esta sortija
en venta.
Imam'i Schafi
no comprendía a santo de qué aquello de ir a ofrecerles la sortija a los
zapateros; mas, como discípulo obediente, sin poner reparo alguno, a ellos se
fue y les ofreció la joya.
Los zapateros,
apenas levantaron los ojos de su labor para mirar la sortija, y movieron dubitativamente la cabeza.
-¿Que cuánto
te daría por la sortija, dices? -preguntó uno de ellos-. Pues... tres ochavos de
dinar sería lo más que te
ofreciese. Y aun me temo que habría de arrepentirme luego.
-Pero, hombre,
¡no seas loco! -reconvino otro-. ¿No ves que la sortija es de latón y vidrio?
Por dos ochavos de dinar la pagas hasta las setenas.
-¿Cómo dos
ochavos? -terció otro de los presentes-. Por dos ochavos te dan todo un cristal
de ventana y una barra de latón más gruesa que un brazo; conque ya ves el negocio que harías gastándolos en la
sortija. No seáis cándidos: no le deis un céntimo y mandadlo a paseo con su
sortija.
Pasmado de la
incomprensible obcecación de los zapateros, volvió Imam'i Schafi a referirle a su maestro el resultado de su oferta y contándoselo estaba, cuando, antes de
que terminase, asomó por la puerta un mercader gesticulando como un desesperado.
-¡Grave es el
trance, oh piadoso y eminente Muftí, que a ti me trae! Hace un año que hice
voto de sacrificar un carnero con cuernos de nueve palmos si Alah me concedía
la gracia de un hijo. Pues bien; hace unas horas he recibido la noticia de que
mi mujer acaba de dar a luz un niño, y por más que corrí a la feria y me harté
de buscar en ella, no he logrado dar con un carnero como el que necesito, pues
los cuernos del mayor apenas exceden de un palmo. ¡Dame, te suplico, señor, una
messela, a ver si tu sabiduría me salva de la servidumbre de la letra y me
libro y libro a mi hijo de la venganza
de Alah!
Pensativo,
acarició el Muftí su blanca le barba y dijo:
-Grave es, por
cierto, el apuro en que te ves, mercader, no obstante,- si le entregas mil larines
a mi discípulo. Imam'i Schafi, que aquí
ves, él te sacará del trance con una messela.
El mercader,
que vio que la situación no era enteramente desesperada, respiró satisfecho,
sacó su bolsa y la vació a los pies de Schafi.
Y el joven
perito en la Ley
entrególe en cambio la messela, que rezaba: «los cuernos del carnero han de ser
medidos por el palmo del recién nacido».
El Muftí asintió con una
muda inclinación de cabeza. Y cuando el mercader se hubo marchado, preguntó a
Imam'i Schafi:
-¿Has caído ya en la cuenta de en qué consiste el valor de las cosas?
Nada valen para quien no las necesita. Por eso la sortija preciosa carece de
mérito entre los zapateros y a los guardas de los baños toda la
sabiduría les importa un comino. Pero nada hay que no tenga comprador; el caso
es saber buscárselo.
Anónimo