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domingo, 13 de noviembre de 2016

Mollat


    


La feria (2)

Doña María la Matraca estaba acostada en su cama. Entró Celso José con sus pantalones de dril claro, apretados y rabones. Con su camisa recién planchada. Siempre llega como arcángel, con su halo de santidad: el sombrero de palma echado hacia atrás, aplana­do y deslumbrante. Le gusta quedarse en los umbrales, con una mano en el canto de las puertas y la otra en la cintura. Ahora trae una cajita de cartón colgada de un hilo, que sostiene temeroso con la punta de los dedos. Doña María se levantó las faldas, enjugándose de paso los ojos con el borde, porque había llorado, acordándose del Licenciado: "¡Ay María, con lo guapa que tú eras, yo debí haberme casado contigo!"
-Cierra la puerta, Celso. (Entornó los ojos, suspirando.) Duelen más que una inyección, pero hacen mejor provecho. Pobres, me da una lástima...
Celso se puso de rodillas junto a la cama. Con gran precaución abrió un poco la cajita y sus hábiles dedos de costurera cogieron la primer abeja por las alas. Se la puso a doña María poco más arriba del tobillo, haciendo un mohín con los labios. Al sentir el piquete, la señorita se quejó suavemente, abanicándose con la mano.
-¡Ay Dios ay Dios! Qué se me hace que ahora me trajiste de las más bravas... (Celso le dio una palmadita en la pierna):
-Ándele, ándele... La primera es la que duele más, doña Mariquita. Aguántese tantito. Le traje puras mansitas, de esas güeras güeras que les dicen italianas... (La abeja, ya destripada, iba subiendo por la pierna de doña María. Con la yema del dedo, Celso José exprimía sobre la piel blanda el aguijón de la abeja.)
-Eso es, eso es... Apriétela bien ¡ay... ay...! que salga toda la ponzoña... (Y al ver que la abeja moribunda seguía caminando sobre su pierna)
-Mátala, Celso, mátala. Ya te he dicho que las mates luego para que no sufran. (Celso José puso la abeja en el suelo, y la aplastó con el guarache.)
-Pobres abejitas ¡me da una lástima! En vez de seguir haciendo su miel, vienen aquí a curarme las reumas. Me dan de comer y son mis doctores... Ándale, Celso, pónmelas todas, que cuando tengo la hilera de piquetes, siento que toda la pierna se me duerme...

...

-A mí me cayó en las manos Concha de Fierro. ¿Han oído hablar de ella? Yo creía que eran mentiras, pero es la pura verdad. Lleva tres meses con Leonila y sigue virgen y mártir porque todos le hacen la lucha y no pueden. Es la principal atracción de la casa. Y claro que no pueden, porque se necesita operarla. Se enojó porque no le dimos su tarjeta, ¿habráse visto? Quedó libre y no quiso salirse de la cárcel hasta que vino Leonila por ella. Antes de irse me preguntó que cuánto le costaba la operación. Pero Leonila le dijo: "¿Estás loca? Ya quisiéramos todas haber empezado como tú. Ojalá y nunca halles quien te rompa para que sigas cobrando doble y acabes tu vida de señorita..."

...

Concha de Fierro siempre estaba triste. Desde lejos venían los hombres atraídos por el run run: "Yo le quito los seis centavos porque tengo lo que tengo y ella tiene por donde." Bailaban primero y luego se echaban sus copas. "¿Vamos al cuarto?" Y volvían del cuarto acomplejados:
-Palabra, le hice la lucha, pero me quedé en el recibidor.
Doña María la Matraca consolaba a Concha de Fierro.
-¿Qué quieres, muchacha? Ya no le hagas la lucha, tú no eres para esto, dale gracias a Dios.
Pero ella era terca:
-Ya vendrá el que pueda conmigo. Yo no voy a vestir santos.
Y llegó al fin su Príncipe Azul, para la feria. El torero Pedro Corrales, que a falta de toros buenos, siempre le echan bueyes y vacas matreras. Después de la corrida, borracho y revol­cado pasaba sus horas de gloria en casa de Leonila. Y alguien le habló de Concha de Fierro.
-¡Échenmela al ruedo!
Poco después se oyeron unos alaridos. Todos creyeron que la estaba matando. Nada de eso. Después del susto, Concha de Fierro salió radiante. Detrás de ella venía Pedro Corrales más gallardo que nunca, ajustándose el traje de luces y con el estoque en la mano.
-¡El que no asegunda no es buen labrador!, gritó un espontáneo.
-Al que quiera algo con ella, lo traspaso. Dijo Pedro Corrales tirándose a matar.
Y ésa fue la última noche de Concha de Fierro en el burdel. Dicen que Pedro Corrales se casó con ella al día siguiente y que los dos van a retirarse de la fiesta.

Juan José Arreola