Gyom
era un vendedor de helados de frambuesa del pueblo de Batum. Todavía era joven,
y su esposa, Mek-Mek, era aún más joven que él. Sin embargo, Gyom consideraba
que la gente joven no tenía oportunidades para conseguir buenos puestos de
trabajo en Lailonia. Por lo tanto decidió convertirse en señor mayor y tomó
todas las medidas necesarias para llegar a serlo.
-Mek-Mek
-dijo a su esposa-, he decidido convertirme en señor mayor.
-¡No
te atreverás! -gritó Mek-Mek-. No quiero a un viejo por esposo.
-Me
dejaré crecer la barba y el bigote -dijo Gyom.
-¡Ni
pensarlo! -dijo Mek-Mek en tono firme.
-Llevaré
conmigo un paraguas.
-¡Nunca
te daré mi permiso!
-Llevaré
un sombrero hongo.
-¡No
te lo consentiré!
-Llevaré
chanclos.
-¡Por
encima de mi cadáver!
-Llevaré
gafas.
-¡Ni
hablar!
-Pero
Mek-Mek, sé razonable. Si tú ya sabes que los señores mayores de Lailonia
tienen mejor empleo y ganan más dinero.
-No
quiero oír hablar de empleo y te prohíbo categóricamente que te conviertas en
señor mayor.
-Vale,
pues no -dijo Gyom. Pero se dijo para sus adentros que encontraría alguna
manera de convencer a Mek-Mek, o que, al menos, la engañaría de alguna forma y
que se convertiría en señor mayor sin que ella se diera cuenta.
Y
así fue. Al día siguiente Gyom hizo algunos preparativos sencillos. Compró una
gran cantidad de esparadrapo de color rosa y se lo pegó en la parte inferior de
la cara, en el lugar donde crecen la barba y el bigote, pues había decidido que
la barba y el bigote crecerían debajo del esparadrapo y que su esposa no
repararía en ello. También compró un paraguas, pero, al mismo tiempo, para
poder llevarlo discretamente, se hizo con un estuche vacío de contrabajo y metió
el paraguas en él. Compró un sombrero hongo, pero, para ocultarlo, se puso
encima de la cabeza un gran cubo de basura metálico; era bastante incómodo,
pero al menos así no se veía el sombrero. A continuación, se puso unos
chanclos, los tapó con grandes cestos de mimbre que había pintado de color rojo
para pasar desapercibido, y se los sujetó a los pies con cuerdas. También se
puso unas gafas y las ocultó con una máscara antigás de la que había arrancado
la parte inferior por ser innecesaria.
Ahora
Gyom estaba realmente satisfecho. Se paseaba por la ciudad con la parte
inferior de la cara pegada a un esparadrapo, con la parte superior tapada por
un pedazo de máscara antigás, con un cubo metálico en la cabeza, unos cestos de
mimbre en los pies y un estuche de contrabajo en la mano. Mek-Mek no se daba
cuenta de que Gyom la engañaba, iba con él por la calle pensando que Gyom
seguía siendo un hombre joven, cuando, en realidad, Gyom llevaba barba, gafas,
paraguas, chanclos y sombrero hongo.
Pero
pronto se puso de manifiesto que Gyom no había conseguido el objetivo deseado.
Es cierto que Mek-Mek no había notado su transformación en señor mayor, pero
los demás tampoco se habían fijado, pues no podían ver ni su barba, ni el
sombrero hongo, ni los chanclos, ni las gafas, ni el paraguas, ya que todo estaba tapado. Así que cuando Gyom
paseaba por la calle, nadie pensaba que era un señor mayor y todos lo tomaban
por un hombre joven corriente. Solo algunos de sus amigos le decían que
últimamente estaba un poco más pálido de lo normal. En resumen, Gyom, a pesar
de sus esfuerzos, no consiguió un trabajo mejor, pues dondequiera que
solicitaba trabajo, le decían:
-Pero
usted todavía es un hombre joven y no puede ocupar este cargo. Si usted llevara
barba, gafas, paraguas y sombrero hongo, sería otra cosa. Pero así...
Por
consiguiente, el asunto no iba nada bien y Gyom seguía vendiendo helados de
frambuesa como antes. Sin embargo, no abandonó sus esfuerzos para llegar a ser
un señor mayor y se le ocurrió otra cosa. Hizo dos grandes tablones de metal con
la inscripción SEÑOR MAYOR y se colgó uno de ellos en la espalda y otro en la
barriga, para que todo el que lo viera desde el lado que fuera, supiera
inmediatamente con quién trataba. Por desgracia, eso tampoco funcionó. Es
cierto que la gente leía lo que ponía en los tablones; no obstante, nada más
ver a Gyom, decía:
-¡Pero
si este no es ningún señor mayor! ¡Es un hombre joven! No tiene ni barba, ni
gafas, ni sombrero hongo, ni chanclos, ni paraguas. ¡No, amigo, no nos
engañarás, eres un hombre joven corriente!
Gyom
sufrió mucho con su fracaso, y tan harto quedó de sus infructuosos esfuerzos
que decidió hacer de tripas corazón. Se arrancó los esparadrapos, debajo de los
cuales la barba y el bigote ya le habían crecido, tiró la máscara antigás, se
quitó el cubo de metal de la cabeza y los cestos de los pies, sacó el paraguas
de la funda de contrabajo y, así, con barba, gafas, sombrero, chanclos y
paraguas, apareció un día ante su esposa Mek-Mek.
Al
verlo, Mek-Mek gritó horrorizada.
-Gyom,
¿qué te has hecho? -exclamó-. Pareces una cosa rara. Te has convertido en señor
mayor, ¡y yo te pedí que no lo hicieras! -y lloró amargamente.
-Mek-Mek,
tranquilízate, cariño -la consoló Gyom-. Lo hice por ti, para conseguir un
trabajo mejor y ganar más. Así podré comprarte mucha más colonia y barra de
labios.
No
obstante, Mek-Mek lloró durante tanto rato que Gyom, preocupado, salió de casa
para no escuchar más sus llantos. Se enfadaron y durante tres días no se
dirigieron la palabra. Gyom incluso llegó a arrepentirse de su paso, pero era
demasiado tarde; todo había ocurrido ya y no podía hacerse nada: ya tenía barba
y llevaba gafas sobre la nariz, chanclos en los pies, paraguas en la mano y
sombrero en la cabeza. La cosa no tenía arreglo.
Gyom
se había convertido en un señor mayor y, como tal, lo trataban todos los
transeúntes en la calle. Incluso se quitó los tablones de la espalda y la
barriga: no los necesitaba, pues todos ya sabían que Gyom era un señor mayor.
Se puso a buscar un nuevo empleo y, poco tiempo después, tal como había dicho,
consiguió un trabajo en un gran hotel como quitador de flores de floreros.
Ahora ganaba más, gozaba del respecto general y estaba satisfecho. Para
convencer a Mek-Mek de las ventajas de su transformación, le compró mucha barra
de labios, y ahora Mek-Mek podía pasearse pintada de pies a cabeza, y no solo
con los labios coloreados como antes. Así Mek-Mek se convenció de que Gyom
había obrado bien, pues, gracias a eso, andaba por la ciudad totalmente roja, y
la gente sabía que no era una persona cualquiera, sino la mujer del quitador de
flores de los floreros de un gran hotel.
Pero
un día ocurrió una desgracia. Gyom, antes del trabajo, fue, como solía hacer, a
bañarse en una piscina. Dejó en el borde de la piscina el paraguas, el
sombrero, las gafas y los chanclos, y saltó al agua. Después de un rato volvió
y vio horrorizado que alguien se lo había robado todo. Lo asaltó la
desesperación, pero tuvo que ir al trabajo. Y fue sin sombrero, sin paraguas,
sin gafas y sin chanclos. El hecho de tener barba lo consolaba. Pero el
director del hotel, al verlo, se sorprendió mucho:
-Gyom
-dijo-, por lo que veo, usted se ha convertido en un hombre joven. Pero usted
sabe que un puesto de tanta responsabilidad como es el de quitador de flores de
floreros no puede ser ocupado por una persona joven, solo por un señor mayor.
¡Está usted despedido!
-Pero
tengo barba y bigote -dijo Gyom desesperadamente.
-¡La
barba y el bigote no hacen de un hombre cualquiera un hombre mayor! -respondió
el director en tono firme-. ¡Solamente el sombrero, las gafas, los chanclos y
el paraguas! Sin esto, no hay señor mayor.
Gyom
salió enfurecido. La aventura lo había enojado tanto que se fue al peluquero y
mandó que le cortaran la barba y el bigote. Había decidido convertirse otra vez
en hombre joven. Pero cuando volvió a casa afeitado, Mek-Mek juntó las manos
asustada. -¡Gyom! -gritó con severidad-, ¡veo que te has convertido otra vez en
un hombre joven! ¿Crees, acaso, que lo consentiré?
-Pero
Mek-Mek -dijo Gyom-, antes no querías que fuera un señor mayor.
-Pero
yo necesito barra suficiente para pintarme toda de color rosa. Y siendo un
hombre joven, no ganarás tanto como para poder comprarla.
Después
Mek-Mek anunció resueltamente que no quería un hombre joven por marido.
Abandonó a Gyom y se casó con un señor mayor que ganaba mucho porque peinaba
perros salchicha en una peluquería canina y era célebre por ser el mejor
peinador de perros salchicha de toda Lailonia. Gyom se quedó solo y volvió a
trabajar como vendedor de helados de frambuesa.
La
historia podría acabarse aquí si no fuera por algunos acontecimientos
adicionales. Unas semanas después de que Gyom volviera a ser un hombre joven,
la policía detuvo al ladrón que le había robado el sombrero, el paraguas, los
chanclos y las gafas. Resulta que el ladrón los tenía en su casa y la policía
los encontró y los devolvió al propietario. Gyom, eufórico, se puso los
chanclos, las gafas y el sombrero; cogió el paraguas y fue a ver al director
del hotel donde antes trabajaba. Quería pedir que lo volvieran a contratar para
el mismo trabajo, pues volvía a ser un señor mayor. Pero al director le
sorprendió mucho su petición.
-Pero
Gyom -dijo-, usted no lleva ni barba ni bigote.
-Pero
sí que llevo sombrero, chanclos, gafas y paraguas.
-¡El
sombrero, los chanclos, las gafas y el paraguas no hacen de un hombre
cualquiera un hombre mayor! -respondió el director en tono firme-. ¡Solamente
la barba y el bigote! Sin esto, no hay señor mayor.
Gyom
salió muy afligido por no haber conseguido volver a ser un señor mayor. De inmediato
fue a ver a Mek-Mek y a pedirle que volviera con él, ya que, nuevamente, era un
señor mayor (en verdad no lo era, pero es lo que decía). Mek-Mek se dio cuenta
enseguida de la trampa y se burló de él diciendo que no podía tener por marido
a alguien sin barba ni bigote y que solo aparentaba ser un señor mayor. Gyom
volvió a casa triste y durante cuatro horas, con perseverancia, se dejó crecer
la barba y el bigote. Pero no hubo resultados. Mientras tanto, se produjo otra
catástrofe. Le dijeron que ya no podía seguir de vendedor de helados de
frambuesa, ya que ese puesto solo podían ocuparlo personas jóvenes, y no se
sabía exactamente si Gyom era una persona joven o un señor mayor: era cierto
que llevaba sombrero, gafas, chanclos y paraguas, pero no llevaba barba ni
bigote, todo este asunto era muy ambiguo.
Como
se había quedado sin trabajo, Gyom decidió convertirse en niño, pues necesitaba
comer algo, y es sabido que todo el mundo está dispuesto a cuidar de un niño.
Se tumbó en el parque sobre unos pañales, movió los brazos y las piernas
imitando a un expósito con la esperanza de que alguien se lo llevara y le diera
de comer. Desgraciadamente, le traicionó el sombrero, que olvidó quitarse
cuando se deshizo de las gafas, los chanclos y el paraguas. Un policía que lo
encontró en el parque enseguida se percató de que Gyom no era un bebé y le
ordenó terminantemente que dejara de fingir. Gyom regresó a casa y de rabia se
puso a comerse el sombrero que le había traicionado tan deshonrosamente ante
los ojos del policía. No le salvaron ni las súplicas ni los llantos: el
sombrero fue devorado en pocos minutos.
Desde
entonces la vida de Gyom fue un suplicio. Continuamente se transformaba, unas
veces intentaba ser un señor mayor; otras, un hombre joven o un bebé. Pero en
todas las ocasiones algo le faltaba, salía a la luz el engaño y la gente se
ponía a gritarle y amenazarlo. No ha obtenido nada de estas transformaciones,
pero hasta el día de hoy, a pesar de sus fracasos, Gyom continúa adoptando una
forma u otra.
De
verdad, Gyom es un pobre hombre. Por eso, si casualmente veis a un niño llorar
en un parque, tenéis que ocuparos de él aunque lleve sombrero o incluso
chanclos. No es más que Gyom, que quiere que alguien le cuide y le dé de comer.
Leszek Kolakowski